María Cecilia Domínguez
Me llamo María Cecilia Domínguez, nací el 14 de marzo de 1972 en Junín, Buenos Aires. Me crie en Pilar.
De chica empecé un poco con las artesanías, estaba en la edad escolar. Teníamos actividades prácticas, que ahora no existen. Era mi materia preferida. Me lucía, porque yo hacía el doble, le ponía más cosas. Me encantaba, creo que de ahí es la inspiración y el hecho de tener en casa a mi mamá, que es una gran tejedora y hacedora de manualidades para la familia y con el tiempo para afuera también.
Hoy tiene 83 años y sigue tejiendo para afuera, es su gran pasión, digamos que heredé un poco.
Yo empecé con otras manualidades y souvenirs, en tela, y después con una gran diversidad. Actualmente más en telar, porque es lo que más sale para la venta. Sé hacer souvenirs en porcelana, hago en tela, en vidrio, pinturas en cuadros con decoupage, en fin.
Todo lo aprendí sola, haciendo. El único curso que tomé fue telar. Después, todo lo demás, sola, prueba y error, digamos, desde que tengo 15 años, sin parar.
El conocimiento se adquiere con el tiempo y dependiendo de lo que va saliendo, de la temporada, de lo que la gente pide también.
He tenido hasta una casa de disfraces, donde trabajé bastante. Tenía muchos jardines que me contrataban directamente a mí para que los padres vinieran a comprar. Fue un trajín bárbaro.
Después ya no tuve edad para tanto trabajo y un día dije basta, y me dediqué a cosas más tranquilas.
Me pongo a tejer sentada en los ratos que tengo y manejo mejor los tiempos. Uno va cambiando de acuerdo con sus necesidades y el momento de la vida.
La verdad, no sé cómo hacía tantas cantidades yo sola, porque nunca conseguí alguien que me ayudara. Es que también soy muy perfeccionista y no encuentro a la persona indicada.
Todo este trabajo artesanal lo aprendí en San Luis. Me vine a la provincia a estudiar bioquímica cuando tenía 17 años, al terminar la secundaria.
Mientras estudiaba, la mamá de una amiga me pidió los souvenirs para un cumpleaños de quince. Ahí arranqué.
Después me casé, tuve los niños y bueno, la vida me llevó por otro lado. Siempre he tenido otro trabajo administrativo, que me ha brindado el sostén fijo, y esto lo hago por amor, porque me encanta.
Soy secretaria en una clínica, porque no se puede vivir solamente de la venta de artesanías.
El gobierno nos da muchísimas posibilidades, con todas las ferias que hace, con todos los eventos que hay, se vende y se vende bien. Lo que pasa es que a veces, cuando tenés toda una familia a cargo, cuesta, no alcanza. Si fuera sola, sí.
En un futuro supongo que estaría bueno seguir, porque me alcanzaría. Me veo en mi vejez con esta actividad.
A veces me consultan para ver si enseño. La verdad es que no me dan los tiempos por ahora, por ahí más adelante haga algún taller. Tengo muchas satisfacciones haciendo lo que me gusta y con la aceptación de la gente que se lleva lo que hago.
Un día me llamaron, estaba en el trabajo, para preguntarme el precio de dos chalinas, porque las querían comprar alguien que viajaba a Alemania. Fue algo lindo, pensar dónde terminan los tejidos míos. Eso es lo que puede suceder en la terminal, donde está el local de MADA y donde pueden encontrar mis trabajos.
También hay gente que me ha vuelto a encontrar y recuerda mis trabajos, o que me cuenta que yo le hice tal o cual trabajo, o que me pide la tarjetita y después me encarga algo.
Eso es muy bueno para quienes trabajamos de eso, porque decís, guau, qué bueno que alguien se acuerde. Nos da una gran satisfacción, ese pequeño trabajo te hace sentir importante para esa persona. Es algo lindo cuando me llaman para representar a la provincia en las Ferias, en la Feria Industrial, en la Fiesta del Poncho, el año pasado. Es saber que a uno lo tienen en cuenta y que gusta lo que hacemos, entre tantos artesanos.
De alguna manera, el artesano representa el trabajo de una sociedad, y al estar fuera de la provincia con nuestro trabajo, uno se siente muy bien y ve que a la gente de otros lugares también le gusta.
Aprendí telar en un taller de una casa de lanas de la ciudad. Fui como para «ver» y me entusiasmó. Aprendí rápido y se vende bien.
En general, siempre es la gente más grande la que compra. Los jóvenes por ahí no tanto. Es indistinto para hombres y mujeres. Me atrevería a decirte que los hombres por ahí dicen «llevemos esto que está re lindo» y la mujer es quien dice «no, no gastemos plata» (se ríe). En las fechas especiales sí se vende más. A principio del mes también se vende más. Se llevan para regalos.
Acá en la Terminal es un lugar lindo y está bueno. Cada vez se animan más a entrar. Estamos haciendo sorteos para el Día del Amigo, para el Día del Padre, de la Madre. Le damos un número a la gente que compra. Vamos incentivando para atraer a la gente. Hay también otros productos de distintos tipos de artesanías. Rotamos una vez por mes. Además de estar acá, también estamos en las ferias.
Me gustaría vivir de mi trabajo. No sé si tendría un local al público, porque en algún momento lo tuve en otro rubro y es mucho sacrificio pagar los impuestos. Estoy en ese proceso mental de armarlo en mi cabeza para poder dar un paso más y sentirme más feliz. Que es lo que al final todos buscamos.
Todo es inspiración. Lo hago gracias a mis hijos, que son siempre el apoyo. Por más que no sepan enhebrar una aguja, siempre están. Son los que me separan los colores, me dan ideas. Se llaman María Belén, Juan Manuel, José Luis y Vicentino. Son la inspiración de todo lo que hago.