El fascismo como fenómeno histórico
Por Guillermo Genini
Aldea Contemporánea
En la actualidad se percibe que, en el lenguaje político y diplomático, en el periodismo y en otros ámbitos públicos, el uso del término fascismo y sus variantes (fascista, antifascista, neofascismo) se han convertido en algo cada vez más frecuente. Sin mayores precisiones y según el interés de quien lo use, este término ha recuperado una notable vivencia, pero cabe diferenciar la dimensión histórica de su utilización actual.
Para el historiador Antonio Fernández “el fascismo constituye la versión conservadora del Estado totalitario”. Para este autor español sus características, como movimiento histórico situado y concreto en la Italia de la primera posguerra, son propias del siglo XX y se contraponen a otros movimientos como el liberalismo y la democracia, que hacen de la vigencia del estado de derecho, la libertad del individuo y los derechos de los ciudadanos sus objetivos fundamentales. Por el contrario, el fascismo entronca con otro movimiento surgido en Europa en el siglo XIX, el nacionalismo, adoptando la forma de una filosofía política que antepone la omnipotencia de lo colectivo y estatal a la vida y conciencia de los individuos.
Además, si bien la esencia del fascismo es totalitaria, es decir que propugna la sumisión de todos los aspectos de la vida humana a la intervención del Estado, no representa una contradicción con el capitalismo y el predominio de la burguesía.
Siguiendo a Reinhard Künhl, Fernández afirma que el fascismo fue un instrumento por el cual se valió el dominio burgués para frenar el avance de la revolución del proletariado, ya sea por medio de su forma bolchevique/comunista, socialista o anarquista.
A su vez los sectores propietarios, principalmente terratenientes y grandes industriales, vieron en el fascismo un sistema que podía proporcionarles un instrumento eficaz para su protección pues, si bien aumentaba el control de la vida económica, no cuestionaba la continuidad de la propiedad privada.
Partiendo de esta condición se puede comprender por qué el fascismo fue un movimiento anticomunista, antidemocrático y antiliberal. Estas ideas fueron tomando forma en la mente a comienzos del siglo XX en un político, periodista y escritor italiano, Benito Mussolini, que tuvieron una enorme influencia hasta nuestros días.
Il Duce
Benito Mussolini (1883-1945) nació en el seno de una familia proletaria y católica en la región italiana de Emilia-Romaña. De joven adhirió a las ideas socialistas y participó como propagandista y editor de varias publicaciones periodísticas obreras en Suiza e Italia.
Tras varios años de una vida agitada y nómade, donde se mezclaban acciones políticas, gremiales y periodísticas con frecuentes entradas a la cárcel por actos violentos y de rebeldía, Mussolini comenzó a elaborar un pensamiento propio que lo alejó del socialismo.
Influenciado por sus lecturas del contrarrevolucionario francés Charles Maurras, su participación en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) como soldado de infantería e impactado por el estallido de la Revolución Rusa de 1917, se volcó hacia posiciones cada vez más militaristas, autoritarias y nacionalistas. Esta transformación se vio reflejado en el contenido del diario “Il Popolo d’Italia”, que había fundado a fines de 1914. Desde 1917 comenzó a escribir artículos que reivindicaban el papel de los soldados en la vida pública italiana.
Cuando terminó la guerra y las apetencias territoriales y políticas de Italia no fueron satisfechas según sus expectativas, pese a estar en bando vencedor, un sentimiento de frustración invadió a amplios sectores de la sociedad italiana que originaron frecuentes huelgas, protestas y enfrentamientos.
A esta situación de tensión y violencia se le agregó la participación política de los veteranos de guerra desmovilizados del frente que reclamaban mayor atención por parte de las autoridades. La crisis económica de postguerra (inflación, desocupación, destrucción de infraestructura, pago a las tropas desmovilizadas) profundizó el descontento de las masas obreras que fueron ganadas en parte por la propaganda de los bolcheviques rusos que hicieron un llamado a la revolución proletaria en toda Europa.
Ante este creciente peligro, la burguesía tanto grande como pequeña perdió confianza en el sistema político liberal como garante de su seguridad y estuvo dispuesta a escuchar un nuevo tipo de discurso que exaltaba la acción directa y la violencia para defender a los italianos del “peligro rojo”.
En este contexto se puede ubicar las primeras intervenciones políticas de Mussolini que se destacaba por su oratoria fogosa y por sus escritos que exudaban un nacionalismo exacerbado. Siendo una figura pública que ya gozaba de cierto conocimiento popular en Milán, Mussolini se había incorporado con algunos seguidores a los fasci, agrupaciones políticas que reivindicaban la acción directa como principal práctica para resolver conflictos.
En 1919 fundó los Fasci italiani di combattimento que se componían básicamente de grupos irregulares o bandas armadas, formadas en parte por soldados desmovilizados, que ejercían la intimidación contra obreros, huelguistas o partidos de izquierda.
Estas “fuerzas de combate”, rápidamente crecieron y se transformaron en un movimiento paramilitar armado y violento que se arrogaba el dominio del espacio público desafiando con éxito el control policial.
Las prácticas y posturas extremas de estas primeras organizaciones de fascistas, también conocidas como “squadristas” o “los camisas negras” por su ropa distintiva que imitaba el uniforme militar, atrajeron el apoyo de buena parte de la población italiana y fue ganando el apoyo de los empresarios, terratenientes, clases medias, el Ejército y la Iglesia católica, que eran sectores que temían la explosión de una revolución comunista. Uno de sus primeros lemas popularizados por Mussolini dirigidos a sus partidarios era “replicar con violencia a la violencia”.
Con un creciente poder en varias regiones italianas, Mussolini amplió en 1920 su base de apoyo en un conjunto variado de sectores sociales. Entre sus partidarios no sólo se encontraban soldados desmovilizados y jóvenes nacionalistas, sino además artesanos, comerciantes, pequeños propietarios rurales, estudiantes y empresarios. Estos últimos fueron clave para el triunfo del fascismo pues varios grandes empresarios apoyaron decididamente a Mussolini, ya que consideraban al gobierno de coalición, encabezado por los liberales Giovanni Giolitti y Luigi Facta, como débil e incapaz de asegurar un futuro para sus empresas.
Fue por ello que frente al hundimiento de las exportaciones y ventas, la alta conflictividad laboral y el déficit de la balanza comercial, decidieron apoyar la propuesta de constituir un gobierno fuerte y autoritario que les ofrecía Mussolini. Para salir de la zozobra y el marasmo estuvieron dispuestos a entregar el poder público a un solo hombre y sacrificar los valores democráticos.
Los centros fascistas
En 1921 las manifestaciones de los fascistas adquirieron mayor visibilidad pública. Los desfiles de las escuadras de camisas negras causaban un gran impacto en la población, especialmente entre las clases populares que admiraban el espectáculo de fuerza y poder que desplegaban. Rápidamente se crearon centros fascistas en toda Italia, con la tolerancia del rey Víctor Manuel III y del gobierno parlamentario dominado por una fracción liberal enfrentada con los socialistas y comunistas. La organización interna de estas nuevas unidades de fascistas adquirió una estructura férreamente jerarquizada, lo que garantizó a Mussolini el poder indiscutible dentro su movimiento. Este crecimiento culminó en noviembre de 1921 cuando en Roma el Congreso de los Fasci di combattimento, decidió transformar su organización en el Partido Nacional Fascista.
La Marcha sobre Roma
Incorporado a la lucha política y con el objetivo de alcanzar el dominio parlamentario, Mussolini y otros líderes fascistas fueron elegidos como diputados. Ya con una clara vocación de poder por vía política y electoral pero sin renunciar al uso de la fuerza, los fascistas ampliaron sus actividades.
De hecho los enfrentamientos callejeros con socialistas y comunistas se volvieron frecuentes, a tal punto que los políticos socialistas convocaron a una huelga general en agosto de 1922 para denunciar sus prácticas violentas. Como respuesta Mussolini llamó a una movilización general sobre la capital para presionar al gobierno que se conoció la “Marcha sobre Roma”.
Esta acción de fuerza, sobre la que existen múltiples interpretaciones, dio como resultado que el rey Víctor Manuel III encargara a Mussolini la conformación del gobierno el 29 de octubre. A partir de ese acto legitimador el fascismo tomó el poder y eliminó rápidamente todas las instituciones y mecanismos que caracterizaron la democracia parlamentaria italiana.
Si bien el fascismo no tuvo un cuerpo doctrinario normado y definitivo, es posible señalar algunas de sus características. Mussolini rechazaba el liberalismo porque la consideraba una ideología endeble y frágil que afirmaba la potestad de los individuos frente al colectivo, como la Nación, y que atentaba contra sus ideales de disciplina y obediencia que debía regir la vida social. Según estos ideales, todos los hombres debían someterse a la acción colectiva y única que era expresada por el Partido Fascista y su líder.
La autoridad y fuerza de la Nación debían ser encarnadas por un Estado fuerte, omnipresente e interventor que era contrario al modelo liberal que propugnaba un rol restringido de la acción estatal, ya que atribuía a los individuos el protagonismo de la praxis política y económica como agentes provistos de voluntad, pensamiento y decisión propia.
En consecuencia también renegó de la democracia porque consideraba que la existencia y competencia de diversos partidos políticos era un elemento divisor del cuerpo social de la Nación y permitía la introducción de ideologías disolventes e internacionalistas como el comunismo. Igualmente rechazó el reconocimiento de los derechos de las minorías construyendo un régimen político intolerante de partido único que debía monopolizar la representación general. Fue así que combatió y destruyó los instrumentos y prácticas democráticas tales como el respeto por las minorías, la libertad de prensa, la tolerancia hacia las ideas ajenas y la vigencia de garantías y derechos individuales.
En el centro de su pensamiento, que se fue estructurando poco a poco hasta convertirse en el sostén ideológico de su régimen político, se encontraban nociones difusas e irracionales que caracterizan la vigencia de la sociedad de masas.
Mussolini consideraba que la población italiana, más allá de sus diferencias de clases, debían ser guiadas por un líder cuya autoridad y fuerza no podían ser cuestionadas. Para ello se valió de un sistema de propaganda que impelía a la masa a organizarse y actuar, impulsadas por la promesa de alcanzar un mundo imaginario de grandeza. Este fin debía ser presidido por la devoción ciega a un jefe o guía nacional (Duce, en italiano) que personificara la voluntad popular de toda la Nación.
Mucho se ha insistido en la especial atmósfera de tensión que rodeó el ascenso del fascismo. Los especialistas en psicología social, como Erich Fromm, señalaron la necesidad para el hombre masa de participar en algo superior a cada uno, algo grande como un mito. Mussolini apeló al mito de la grandeza de Roma y su pasado imperial. Así instó al pueblo a organizarse incorporándose al Partido Nacional Fascista que era el único capaz de lograr esos fines y revertir las injusticias y humillaciones que había sufrido Italia, especialmente durante la Primera Guerra Mundial.
De esta manera Mussolini encarnó la voluntad general de la reparación y defensa de lo nacional y común frente a la agresión externa. El fascismo utilizó el resentimiento, la excitación del mito de grandeza, la exaltación del peligro, la inseguridad y la tensión frente a lo externo para destacar la necesidad de la protección y la autoridad de un líder que garantice un futuro venturoso.