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Mi Casa Sombrero

Estela Harta (*)

En mi Casa Sombrero habita una multitud de soledades.
Le dejé la solapa hacia arriba para sentarme cómoda a la sombra de las estrellas vivas y protegerme de las estrellas muertas, esas que caen portando tantos deseos imposibles que la gente pide.


Mi Casa Sombrero tiene una ventana que cambia de paisaje con cada parpadeo, si pestañeo mar, mar me muestra, si pestañeo peperina, un enjambre de peperina se extiende hasta donde la vista ya inventa. 
Si pestañeo cosquillas, la risa se cuela hasta dejarme sin aire, y así, inacabable, pasa en parpadeos una película diaria. Quedarse sin pestañar no se puede, es, quizás, junto a la de almohadas, la única guerra contra otros que no hace daño ni implica canalladas. 


En mi Casa Sombrero no hay techo. No podría recibir visitas. Ni podría mi amigo, el que viaja en panadero, salvarme. Llega cada vez que el viento, cómplice, le avisa que otra vez, sí, otra vez, inundé mi Casa Sombrero con palabras que escribo o pienso, pero no digo. 
Y entonces llega, volando en su panadero desmantelado y fiel, prende fuego a esa inundación para que la chimenea y sus brisas amigas despejen hechas humo mis palabras. 
Y así, esa correntada de palabras invadiendo el cielo convoca a otras multitudes y a otras soledades:- vengan, si lo necesitan, a tomar una sopa de letras, busquen su boleto para viajar en panadero. Otra forma de llegar no recuerdo.

Ilustración de Catrin Welz-Stein.

(*) A veces, soy más Estela que Gabriela, otras, más Harta que Pereyra. De tan “políticamente correcta” tuve que aprender a escribir con risa y vida. En todas mis existencias he escrito y escribiré, lo sé.. Padezco empatía, desato nudos del estómago y puedo levantar un elefante cuando se te sienta en el pecho a entristecer, por eso, al gimnasio no voy. Me admito más incurable que silenciosa, ese pertenecer, es de los privilegios que no hacen daño.