Editorial, La Aldea Antigua, La Aldea y el Mundo, San Luis

De compadritos y guapos…(II)

Editorial

El otro ejemplo que me parece aún más probatorio; está en El gaucho Martín Fierro, publicado, según ustedes saben, en 1872. Hernández describe también un baile, un baile campero y orillero, lo describe por boca del sargento Cruz. Es aquel baile, recordarán ustedes, en el que el guitarrero zahiere con unos versos a Cruz. Y Cruz, primero corta las cuerdas de la guitarra con el facón; luego lo reta a duelo, lo mata y dice, brutalmente:
Ahí lo dejé con las tripas
Como pa´ que hiciera cuerdas.
Pues bien, en ese pasaje hay una estrofa, con las rimas, en la cual hay tres rimas en “ango”. Y esas rimas son la palabra “fandango”, palabra española; luego, la palabra “changango” -que se aplicaba, cuando yo era chico, no sé si todavía se usa, a una guitarra mala o vieja- y luego dice: “Y todo se volvió pango”, es decir confuso. Ahora bien, si Hernández hubiera conocido la palabra “tango”, hubiera sido mucho más fácil colocarla en el verso que “fandango”, “changango” y, sobre todo, “pango”, que no he oído ni he leído nunca fuera del texto de Hernández.
Y sin embargo, el gaucho influye sin saberlo en el tango. Y esto se debe a dos razones. En primer lugar, había una afinidad entre el compadrito -un plebeyo criollo de la ciudad, o de las orillas de la ciudad, que estaban muy cerca del Centro, ya que la ciudad era chica-, y el gaucho. Por lo pronto ambos trabajaban con animales. El compadrito podía ser matarife, cuarteador, carrero; sobre todo los guapos más famosos salieron de esos gremios. Y además, esto es importante, me parece, el compadre no se veía a sí mismo como un compadre. El compadre se veía como criollo, y el arquetipo del criollo era el gaucho.
Y esto podemos comprobarlo en la letra de “La morocha”, uno de los tangos más antiguos, citado por Evaristo Carriego:
Yo soy la fiel compañera
del noble gaucho porteño,
la que conserva el cariño para su dueño
y luego la que lo despierta
cada mañana con un cimarrón.

Y además podríamos recordar aquella frase de Oscar Wilde, que dice que la naturaleza imita al arte; es decir, que el compadrito si algo leía eran las novelas de Eduardo Gutiérrez, y si asistía a algún espectáculo, ese espectáculo era el Juan Moreira, de los hermanos orientales Podestá.

Esta reflexión es de una conferencia Jorge Luis Borges, extractada de su libro El tango. Cuatro Conferencias. Publicado por Sudamericana. 2016

“El gato en el rancho”, por Molina Campos.