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El misterio de las frases árabes en el Templo de Santo Domingo

Por Nicolás Gatica Ceballos

Es llamativo al ojo curioso. El Templo de Santo Domingo, también conocido como Santuario de Nuestra Señora del Rosario del Trono, no solo guarda los vestigios de los primeros pasos de la cristiandad en tierras puntanas, también esconde en el regazo de la historia una profunda inspiración arabesca, y con ella, una tradición que tiene reminiscencias coránicas. Al menos en un primer paneo de los hechos, el hallazgo para el ciudadano de a pie es deslumbrante: el espacio más representativo del devenir católico local, mezclado con aforismos que llaman en una voz íntegra a los conceptos del Islam.
¿Qué lleva a complementar la arquitectura de un lugar para la fe con un cruce filosófico, teológico y religioso tan dispar? En la parroquia, convive Jesús, la noción de una deidad trina, la Virgen y las inscripciones en árabe, que resaltan en los azulejos. El diálogo intercultural que propone el edificio, es al menos fascinante.
Los profesores del Doctorado en Diversidad Cultural (UNTREF) y Arte Islámico y Mudéjar (FADU-UBA), Hamurabi Novfouri y Fernando L.M. Nespral, destacaron en un artículo publicado en Perfil, que las frases de las paredes de Santo Domingo rezan “WA LA GALIBA ILLA LAH” (y solo Dios es vencedor), una definición que puede encarnar el ideario de múltiples creencias, pero que es una acepción asociada a los musulmanes. De hecho, se sostiene que era el lema de la dinastía Nazarí.
Si se va más a fondo, en la fachada del edificio, hay otra frase, con la característica caligrafía. Según algunos referentes que profesan el Islam, el texto dice “LA ILAHA ILA ALLAH MUHAMMADUN RESULALLAH”, que quiere significar: “No existe otra divinidad salvo Allah y Muhammad es su mensajero”. Esto configura el testimonio de fe, es decir, cuando alguien ingresa al Islam tiene que pronunciar esta frase, negando a toda d–ivinidad fuera de Allah.
Para empezar a develar los secretos de la mirada profana, vale un análisis visual, con datos históricos. De acuerdo a un trabajo de María Rebeca Medina, Mara G Carmignani y Cecilia Tortone denominado “Antiguo Templo de Santo Domingo, San Luis: valoración cultural para intervenir y conservar”, la Orden de los dominicos llegó al suelo sanluiseño y fundó el Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir, bajo la advocación de la Virgen del Rosario hacia el 1600. Para 1689, se erigió el primer edificio. Para 1800 este lugar estaba en ruinas.
Ya hacia 1835, data el segundo edificio. Se demolieron completamente las ruinas hasta los cimientos. Su levantamiento fue emprendido por el gobernador Calderón y Fray Hilarión de Etura. Entre 1839 y 1897, Santo Domingo se trazó como la única iglesia parroquial de la ciudad y cumplía funciones de camposanto. Luego hay una serie de sucesos como el de 1866, cuando el gobernador Justo Daract financió la construcción del campanario (diseñado por Armando Cusinet); el informe del estado del templo que arrojó problemas en el muro sur (1875); las refacciones en techo (1905) y las modificaciones del interior del antiguo templo (1930). Entre 1938-1939, data la nueva iglesia.
De todo este punteo de fechas, la clave está, al menos en principio, para los años de 1930, que fue cuando comenzó a construirse el nuevo templo en un estilo árabe-granadino. Todo indica, con una fuerte inspiración andaluza.

Frases islámicas decoran la fachada del Templo de Santo Domingo. Fotos: Inés Cobarrubia.


Cualquiera que ingrese por unos minutos, puede tener la sensación de recorrer la Alhambra de Granada. Es absolutamente similar. Y si se recuerda la frase de los azulejos – WA LA GALIBA ILLA LAH- rememora a la dinastía Nazari, la última dinastía musulmana que dominó el reino de Granada.
La construcción del ahora santuario, con la musa musulmana, se dio en consonancia al nacimiento del Obispado de San Luis (1934). Una paradoja bellísima.

Entre la cruz y la luna creciente
En el Templo de Santo Domingo, alrededor de 60 vitrales conforman -en verdaderas obras de arte- la iconografía de los santos más representativos de la Iglesia Católica. Una imagen de Jesucristo cargando la cruz, vestido con una túnica real de terciopelo, el confesionario, entre otras cuestiones, dan cuenta de un templo cristiano. Incluso, la imagen entronizada de la Virgen, arroja el anclaje mariano propio de catolicismo. En el lugar, se encuentran reliquias del Papa San Pio V y de Santa Gema Galgani (de ahí la categoría de “santuario”).
Y al mismo tiempo, las paredes hablan con la exquisita caligrafía que se nutre de la profundidad espiritual del Islam. En algo no hay incoherencia: San Luis es una tierra que abraza a todos.
Más allá de las conjeturas, no hay información oficial que indique los motivos concretos de este cruce cultural. Todo lleva a pensar en una inspiración que dio un aporte único en materia arquitectónica, que llegó a salvo hasta nuestros tiempos. Pero siempre hay cosas que quedan en discreción del ojo común. Misterios que hacen más grandes las obras. Tratar de iluminarlos es un camino deslumbrante e infinito. ¿Qué habrán querido manifestar los hombres de antaño con las frases árabes? ¿Qué mensaje cifrado hay que descubrir, más allá de la lógica que se pueda imponer?
Algo clave, entiendo desde lo personal, es que una de las frases se dispone al ingreso, en la parte superior. Toda entrada se basa en dos columnas. Y pasar hacia el otro lado supone el nacimiento de un hombre nuevo. Así como el niño nace de la madre al mundo en el parto, quien asiste a un templo nace desde la trascendencia a la materialidad. La compenetra, con la fe puesta en la vida, más allá de lo que nuestros ojos pueden ver y nuestras manos tocar. Con una energía renovada, con la mirada en el cielo.
Imaginar este hombre nuevo embebido de ambas doctrinas, Cristianismo e Islam, lleva a una reflexión interesante que da lugar a múltiples idearios. En algo coinciden estas religiones, que vienen de raíz abrahámica. Y en un mundo cuyas tendencias llevan a especular que Dios ha muerto -en un nihilismo casi absoluto- contar con un ámbito de conjugación de fe, indudablemente es esperanzador. De una u otra mirada, ya sea con la cruz o con la luna naciente, algo bueno siempre florecerá. Porque Dios es omnipotente, omnisciente y omnisapiente.
Para culminar, un simple detalle invita profundizar el simbolismo frente a otras estructuras. La mayoría de las iglesias miran hacia el oriente, en una tradición que rememora la mirada hacia el lugar donde nació Cristo, pero que también traza conjeturas en el sincretismo, con significaciones ligadas al sol. En la provincia, una buena parte de las construcciones católicas miran al oriente, pero el Templo de Santo Domingo hace lo propio hacia el norte.
Con su ubicación disonante y las dos grandes acepciones espirituales, el Templo de Santo Domingo sigue custodiando los secretos del San Luis de época y seguramente cuidará los sigilos de hoy y del mañana.