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La contribución invisibilizada de las mujeres

FUNDACIÓN DE SAN LUIS

Lic. Esp. Cintia Martínez

La historiografía sobre el siglo XVI americano es abundante y escasa a la vez. Si bien ya han sido oportunamente abordados temas tales como conquista, evangelización o economía, aún no concluyen las discusiones, pues las discrepancias son difíciles de superar.
Existen, sin embargo, temas a los que los investigadores no han dedicado lo suficiente: la familia y la función de la mujer dentro de la naciente sociedad se destacan entre ellos.
De esto, que es un hecho, emerge un vacío, una carencia, derivada de la parte de la historia no narrada. De ahí surge la necesidad de orientar los esfuerzos a indagar en la historia aún no escrita: la que muestra que los hombres no fueron los únicos que construyeron la América hispana.
Lucía Gálvez (1999) aborda la formación de la sociedad colonial temprana desde la conformación de las familias y, dentro de ellas, el rol de la mujer. Plantea así la necesidad de responder a una serie de preguntas, aparentemente sencillas, que encierran la complejidad de todo proceso histórico: ¿Cómo se organizó la vida en las ciudades durante la conquista? ¿Cómo se formó la familia? ¿Qué pasó con los hombres y las mujeres en las ciudades fundadas?
Tomando como marco, por ejemplo, la colonización de los territorios de la actual Argentina –y especialmente haciendo eje en la vida cotidiana de algunas mujeres, compañeras o esposas de hombres importantes de la conquista–, las características esenciales de la sociedad colonial temprana saltarían rápidamente ante nuestros ojos, dejando abierto un contexto de análisis más amplio y un caudal de información (datos, hipótesis, causas, motivos) descuidado o no considerado hasta ahora.
El aporte no surgirá de indagar simplemente en las vidas de algunas mujeres ni de hacer un erudito trabajo biográfico, sino de abrir una nueva veta de indagación para intentar explicar cómo se organizó la vida en el nuevo mundo, cuáles fueron las preocupaciones y las motivaciones que movían a hombres y mujeres en esos difíciles primeros años.
Si bien, en términos simples, el papel de las mujeres era el de transmitir a sus hijos la cultura que traían, resalta, por otra parte, el papel heroico que muchas de ellas cumplieron, no solo acompañando a sus esposos o amantes, sino como verdaderas fundadoras de un territorio, de un espacio cultural –a la larga, político– sin descuidar a las mujeres de pueblos originarios y sus complejas relaciones interculturales con los hombres españoles. Y es en torno a todas estas mujeres que se forma la naciente sociedad hispanoamericana.
Usualmente, los españoles se unían a las mujeres indígenas que encontraban o los acompañaban, sin que sepamos hasta qué punto esas uniones fueron voluntarias o forzadas. Como fuera, los hijos mestizos debieron ser, para la gente de acá, una posible manera de acercarse al extraño mundo del invasor/dominador. Con toda lógica, los primeros hogares serían mayoritariamente indígenas o mestizos. Y hasta es posible que muchos indígenas vieran en estas uniones una forma de adquirir status dentro de la naciente sociedad.
Son muchos los hijos “naturales” que aparecen en los primeros tiempos y, en el caso particular del Río de La Plata, muchos conquistadores llegaron con sus acompañantes: indias peruanas o chilenas. Un hecho singular es la presencia de abundantes mestizos entre el grupo que acompañó a Garay en las fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires, porque las expediciones partieron de Asunción, donde el mestizaje era muy extendido.
Tal vez la difícil situación de los colonos (guerras, escasez de alimentos, etc.) hizo que destacaran los más hábiles en comunicarse con los indígenas y obtener de ellos algunas cosas.
El trato cambia cuando llegan más personas, sobre todo mujeres españolas y la vida se torna más compleja. El mestizo empieza a ser mirado con desprecio; la libertad sexual de los primeros conquistadores, que había jugado un rol importante en el ánimo de las huestes, empieza a ser vista con ojos muy severos. Consecuencia de esto fue que el mestizo, fruto, en general, de relaciones ilegales, pasó a ser visto como hijo del pecado. Las mestizas, en cierto modo, podían defenderse de esta agresión, pues, por su belleza o su dote, podían casarse con un español, pero los mestizos resultaron muy perjudicados por este vuelco moral.
Por su parte –y aunque desde una muy distinta perspectiva social–, la mujer española representaba lo que se había dejado del otro lado del mar: el terruño, la infancia, los mayores, las comidas típicas…: la cultura propia.
Como señala Lucía Gálvez (1999), la legislación española promovía el casamiento de los solteros, multando y hasta desterrando a aquellos que, habiendo dejado su mujer en la península, no la mandaban llamar, como se decía en la época. Tal vez por ese motivo los fragmentos de las cartas que nos presenta la autora son tan elocuentes al respecto. Los textos son dramáticos, con toques hasta pintorescos: “Quiero vuestro pie muy sucio más que a la más pintada de todas las indias”, decía un rudo conquistador. en un rapto de pasión o de cálculo.
No siempre las mujeres que llegaban encontraban el mundo que sus compañeros les habían relatado en sus cartas. Les esperaba un mundo extraño y hostil, donde, además, tenían que luchar o atravesar grandes distancias, soportando un duro viaje para encontrarse, muchas veces con… los hijos naturales de sus maridos o novios.


Los matices diferenciadores empezaron a notarse realmente con los hijos de uniones entre españoles con esclavas negras, lo cual ocurrió desde el inicio en el territorio del comercio de personas traídas de África. Estos niños no fueron reconocidos de modo alguno por el lado paterno, perteneciendo solo a sus madres y siendo condenados desde su nacimiento a la esclavitud.
Un problema capital en la investigación histórica lo constituyen las fuentes disponibles. En el caso aquí tratado, las fuentes condicionan los resultados de la investigación, pues existe poca información sobre la vida de las mujeres en las Indias.
Normalmente se utilizan testamentos o cartas de las mujeres al Rey, en las cuales solicitaban mercedes y relataban algunas de las acciones que habían hecho en favor de la corona; pero estos documentos suelen ser insuficientes, de manera que las preguntas que nos planteamos no puedan ser resueltas cabalmente. Las biografías de mujeres surgen de inferencias logradas a través de las vidas de sus maridos o acompañantes famosos, muy a pesar del interés en darle un lugar propio al rol de la mujer en la conquista de América. Según Nora Videla Tello (2002), en el caso de San Luis, “esas anónimas mujeres, con sus ilusiones simples, con sus cansancios y fervores fueron las primeras esposas y madres puntanas”, aunque sus nombres fueron prontamente olvidados por la historia, borrados por el tiempo.
En general, los estratos sociales en Cuyo se fueron formando según la preponderancia de ciertos grupos étnicos sobre otros, divididos principalmente por la función social que tenían según su origen étnico.
La primera mujer mencionada en un documento es Inés de Valencia, probablemente esposa de Luis de Valencia (mencionado en el primer listado de pobladores fundadores de San Luis), la que ya viuda es reconocida como pobladora con tierra propia.
Siguiendo a Nora Videla Tello (2002), podemos recrear lo que le ocurrió a muchas mujeres indígenas, como el siguiente caso:
“El asentamiento se había realizado en tierra que tenía dueños, que ven dolidos cómo se desintegra su mundo, lo prueba la cruel historia de la joven mujer del cacique Choromta que, atrapada por los españoles en una excursión de búsqueda de mano de obra servil, fue llevada a Mendoza igual que una esclava. Con ella marcharon muchos hombres y mujeres indios no solo a esta ciudad cuyana, sino también cruzando la Cordillera a Chile, donde consideraban que estas regiones debían proporcionar cantidades importantes de naturales del lugar para hacerlos trabajar”. (Videla Tello, 2002:41)
También llegaron a San Luis algunas mujeres solas que, sin esperar (o quizás ya sin esperanzas) de encontrar un compañero de vida, aspiraban a teneruna parcela propia, como en el caso de María Días Barroso, que solicitó a las autoridades capitulares la adjudicación de un solar manifestando ser hija ynieta de conquistadores y de situación “pobre y cargada de hijos”.
Según Sergio Vergara Quiroz (1994) la familia colonial era: “(…) patriarcal, exogámica, la cual rebasa, con mucho, la pequeña familia nuclear: padres e hijos que caracterizan a nuestro mundo doméstico. Familia extensiva, troncal y estable, de un amplio número de miembros, entre los cuales aparecen abuelos, padres, tíos, primos, allegados, aún criados, incluso esclavos, todos ellos personas que generaban corrientes afectivas.” (Vergara Quiroz, 1994:86).
Justamente la amplitud del criterio familiar se observa en los casos de mestizaje, donde las mujeres indias y negras se unieron con los blancos. Pero nunca hubo para los hijos fruto de esas uniones una consideración de igualdad ni en la legislación ni en el contexto social.
Había mujeres casadas y también aquellas que por estar solas tenían a su cargo a sus familias. Gracias a documentos encontrados en el Archivo de nuestra Provincia, en el siglo XVIII, 13 mujeres eran titulares de hijuelas en la ciudad de San Luis, según un riguroso control del Cabildo de esa ciudad.
De esta manera, podemos dilucidar que se traslada de España un ideal de mujer, que llega a los confines de las tierras colonizadas en América. La mujer preparada para ser útil en el hogar, sabia en la crianza de los hijos, guardiana de las buenas costumbres y sumisa esposa del jefe de familia. Su vida transcurría dedicada a la familia, siempre bajo la tutela del hombre, fuera padre, hermano o esposo.
Por consiguiente, en el San Luis colonial, había una definida división del trabajo según el sexo. La mujer tenía un marcado rol doméstico, el núcleo familiar recibía de ella alimentos, vestidos, cuidados y educación. Eran también tareas mujeriles cuidar la huerta, las gallinas y secar las frutas. Encargada de la formación religiosa de los suyos, cumplía los ritos de las misas tempranas y los rezos diarios al atardecer. Mas eso no era todo: el telar era el implemento común infaltable en todo hogar, que le permitía tejer abrigadas prendas rústicas para proteger a los niños y a su hombre del frío seco propio de estas tierras.
“Por lo tanto, debemos reconocer la enorme significación de la mujer en la sociedad organizada bajo estas pautas, en cuanto madre formadora del hombre cuando es niño. Y también nos obliga a considerar a la familia, grupo decisivo por no decir único, en una comunidad donde no había escuelas, hospitales, casas de caridad ni guarderías infantiles.” (Vergara Quiroz, 1994:15).
Lo dicho permite afirmar que la conquista y el poblamiento del actual territorio argentino y de nuestra provincia, fueron empresas donde las mujeres cumplieron un papel relevante. Sin embargo, tal contribución no ha sido reconocida hasta hoy con claridad y justicia. Los roles femeninos en aquellos siglos fueron múltiples e indispensables y, por cierto, plenos de sacrificios, cuando no de humillaciones y de vergonzosos silencios. Tanto españolas como indias y mestizas fueron agentes naturales de la continuidad cultural a la que pertenecían, así como responsables de mejorar las condiciones de vida en la tierra donde vivían con sus hombres y sus hijos.