Destacado, Especiales, La Aldea y el Mundo, San Luis

INGRATITUD

Por Paulina Calderón. Exministra de Educación

¿Por qué la educación pública argentina obsesiona a este gobierno al punto de ser su objetivo primario de desfinanciamiento? ¿Cuál es el objetivo? ¿Desfinanciar la educación pública no es ir eliminándola a cuentagotas? Primero se encargaron de descalificar la tarea docente con el argumento falaz del “adoctrinamiento” y, con esa excusa, de un borrón eliminaron el incentivo docente. Fue una movida veloz y calculada, instalar la sospecha sobre la ética docente para justificar la quita de su incentivo.
Pero no se quedaron solo en eso, fueron directa e inmediatamente contra las Universidades Públicas, ante la resistencia de la ciudadanía materializada en la marcha del 23 de abril, nada los detuvo… lamentablemente. Pero es inevitable preguntarnos ¿por qué? ¿Por qué si la Universidad pública en nuestro país cuenta con un consenso social masivo? ¿Por qué si, en general, acordamos que la educación es la que permite el ascenso social y por lo tanto, el desarrollo del país? ¿Por qué un gobierno que dice defender la “libertad” iría en contra de un valor que, precisamente, la universidad pública sostiene y defiende? ¿Será porque la Universidad Pública es el mayor obstáculo para un modelo de país excluyente y disciplinador? sí, quizás, es por ahí… La universidad representa, indudablemente, la cultura democrática. Es el ámbito donde se forman y formaron las y los científicos/as, intelectuales, políticas/os que han aportado a nuestra sociedad; solo para mencionar algunas/os: nuestro país tiene tres premios Nobel en ciencia Houssay (Medicina), Leloir (Química) y Milstein (Medicina) y dos premios Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel y Carlos Saavedra Lamas. Todos egresados de la universidad pública. Numerosos egresados de la UBA se desempeñaron en los más relevantes ámbitos de la política, incluso llegando a la presidencia: Alberto Fernández, Eduardo Duhalde, Adolfo Rodríguez Saá, Raúl Alfonsín, Arturo Frondizi, Ramón Castillo, Roberto Ortiz, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Victorino de la Plaza, Roque Sáenz Peña, Manuel Quintana, Luis Sáenz Peña, Carlos Pellegrini y Nicolás Avellaneda. De la Universidad de Córdoba: Fernando De La Rúa, Carlos Menem, Héctor Cámpora, José Figueroa Alcorta y Miguel Ángel Juárez Celman. Por su parte, de la Universidad Nacional de La Plata: Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Mujeres que osaron transitar la educación pública por primera vez y romper así con los techos de cristal como Cecilia Grierson, Julieta Lantieri, entre otras… allí se formaron y egresaron, como la enorme Emilia Ferreiro, formada en la UBA y exiliada por la dictadura a México, desde donde no volvió nunca. Científicas/os que fabricaron en tiempo récord los test y vacunas de industria nacional durante la pandemia de COVID, como Juliana Cassataro. La universidad pública argentina ha resistido y sobrevivido a los años más oscuros de nuestro país, a costa de “perder” a docentes y estudiantes que solo soñaban con una sociedad más igualitaria, muchos/as de ellos/ellas desaparecidos/as y otros exiliados/as. En aquel momento, como ahora, los motivos para su destrucción parecen muy similares, sigue intacta la pretensión de hacer de nuestro país, un país para pocos. Como decía el filósofo cordobés (egresado de la Universidad Pública) Diego Tatián, hace algunos años, en 2001, en La Voz del Interior: “Al señor Presidente de la Nación, a su Ministro de Economía y al actual Congreso de la Nación les cabrá el dudoso honor de pasar a la historia como quienes pudieron llevar a cabo lo que a las sucesivas dictaduras militares les fue imposible: liquidar la universidad pública argentina”.
El Presidente envió y presentó el presupuesto para el 2025, que, según ha trascendido prevé más recorte a la educación pública.
Para quienes pensamos que el desarrollo de un país está íntimamente relacionado con mayor acceso, permanencia y egreso en la educación, sostenemos que solo haciéndola más pública, más inclusiva, más accesible, más democrática, más autónoma, más “libre”, nuestra sociedad podrá no solo crecer económicamente sino, principalmente, tener índices de bienestar más igualitarios. Por todo ello, a las y los legisladores que deberán debatir el proyecto de presupuesto les decimos: muchas/os de ustedes son egresadas/os de universidades públicas, quizás, no hubieran podido estudiar si no hubiera sido gratuita. Cuando recibieron sus títulos, aunque ya no lo recuerden, juraron “prestigiar las resoluciones de esta universidad y prestarle auxilio, cooperación y favor”, por eso, es nuestro deber ciudadano exigirles que no traicionen su juramento, no traicionen a la universidad que les dio el título que hoy usufructúan. Como dice Tatián: “Hay algo que no es ya de orden institucional; una conducta que condena a quienes incurrieron en ella a la peor condición moral y los infama como seres humanos acaso más que ninguna otra: esa conducta, considerada oprobiosa por todas las culturas y en todos los tiempos, es la ingratitud”.