Destacado, Especiales, La Aldea Antigua, La Aldea y el Mundo

Recordando la Plaza Pringles

Por Leticia del Carmen Maqueda

En diferentes oportunidades y alguna vez especialmente en estas páginas de La Opinión me he referido a la Plaza Pringles. Lo hago nuevamente ahora en que una fotografía trajo a mi imaginación lo que debió ser el tiempo primero de la Plaza.
A mediados del S.XIX en la ciudad pequeña la plaza era un sueño que comenzaba a cobrar vida. Pueblo y Gobierno la imaginaron y fueron concretando lo que en principio llamaron Parque Pringles y también Plaza de las Flores. Para hacerla realidad se expropiaron terrenos, y a pedido del gobierno, la Quinta Agronómica de la Provincia de Mendoza donó una gran cantidad de plantas y árboles de distintas especies.
El espacio elegido tenía centralidad en la ciudad y allí se plantaron los árboles, las diferentes plantas de flores y rejas de hierro montadas sobre un zócalo de un metro de altura fue cerrando el lugar. Tenía el Parque ocho entradas y junto a ellas pilares que culminaban en macetones con flores. En ese tiempo se plantaron también los pimientos que serían su rasgo distintivo y en los que durante más de una centuria el viento Chorrillero se hamacaría cada tanto. Poco a poco el diseño aparecía ante la mirada de los habitantes de la ciudad. Se delimitaron los paseos y se instalaron en cada uno los bancos y también farolas para iluminar las noches y en un espacio construido especialmente en el paseo del centro, bandas de música amenizarían las tardes con sus conciertos.
En el transcurrir de los años, la Plaza fue tomando su forma y en una exquisita simplicidad se embellecía. Los árboles crecieron dando su buscada sombra en los veranos ardientes de nuestro clima, las flores adornaban los canteros, y la estatua de Pringles fue montada en el centro. Con el tiempo desapareció su cerramiento y fue la plaza abierta con sus estatuas luciendo su blanca belleza en medio de espacios verdes que en cada esquina representando al otoño, invierno, primavera y verano saludaban a las estaciones y mucho más tarde se les uniría la Zagala del Ave, obra del reconocido escultor Carlos de la Cárcova.
Por más de un siglo, la Plaza Pringles ha sido el corazón de la ciudad, colmada de risas de niños jugando, de jóvenes paseando dando vueltas, con mesitas de los bares que según la época eran de Eden, Ocean, Brianzó, que más adelante se llamaría Aranjuez, y las de Oba Oba.

En las tibias tardes de octubre y noviembre y en las noches de verano, en torno a ellas se reunían los amigos y el tiempo era un espacio feliz de encuentro y amistad.
Con los años su fisonomía fue cambiando para llegar a lo que hoy contemplamos. Ya no es espacio sereno de plácidas reuniones, otros son los usos y las costumbres, pero sigue siendo el espacio que nos reúne a todos cuando algún acontecimiento importante nos convoca como pueblo.
De las lejanas épocas de su nacimiento en el S. XIX y algo más de la primera mitad del S. XX, quedan registros fotográficos que en imágenes detenidas en el tiempo nos hablan de un modo de vivir y sentir la ciudad y la plaza hoy desaparecido.
Traigo hoy estas imágenes para que la memoria siga viva y los recuerdos iluminen en quienes disfrutaron en la plaza bajo sus árboles frondosos, un tiempo de vida con el sol jugando con el viento entre las ramas de los pimientos, la belleza de la nieve que la cubría en los inviernos, el aroma de paraísos en flor, el cielo azul profundo en las tardes y noches del estío, el compartir con amigos la charla amena desgranada sin apuros en torno a las inolvidables mesitas de los bares cercanos.

La primera foto que acerco la guarda el Archivo Histórico de Mendoza y es tal vez uno de los registros más antiguos que tenemos de la plaza. Es del tiempo en que el sueño comenzaba a dibujarse en el espacio. La foto está tomada desde el Colegio Nacional y nos muestra los árboles y plantas cubiertas de nieve, y la reja que cerraba el entonces Parque Pringles. De fondo puede observarse la Escuela Normal de Niñas que aún no tenía galería y que hoy le da marco frente a la Plaza. También puede apreciarse la gran casa de don Víctor Lucero en donde se alojaron en su momento, Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre y José Hernández.

Las otras fotografías, fueron tomadas por nuestro recordado José La Vía. Una registra el ingreso al Parque Pringles y las otras la vida que la plaza tenía con sus paseos y lugares de reunión.
Para las nuevas generaciones, ojalá que estas imágenes sirvan para iluminar la memoria de los lugares que guardan aquello que nos une en la identidad puntana.