Especiales, San Luis

¿Celulares en el aula?

Es la pregunta del momento, la que se hacen familias, estudiantes, docentes y directivos, incluso, algunas/os Ministras/os de Educación y hasta gobernantes. Se han difundido diversas medidas en relación a la prohibición de los mismos en el aula, e incluso algunas escuelas de nuestra provincia han tomado esa medida.

Más que abocarnos a la búsqueda de respuestas, sugiero en primer lugar reflexionar sobre por qué es necesario que nos hagamos esta pregunta.

En los últimos años el uso de los celulares por parte de adolescentes y niñas/os ha ido en aumento, hay estadísticas que reflejan que alrededor de los 9 años es la edad promedio en que ya cuentan  con un dispositivo propio, aunque alcanza con mirar alrededor, en cualquier contexto, para observar a un niño o una niña con un celular de un familiar, incluso desde bebés. En principio, su uso está directamente asociado al entretenimiento, ver algún dibujito, videos y algunos juegos interactivos, muchas madres y muchos padres eligen creer en el potencial de estímulo, y hasta «educativo», de estas ofertas digitales destinadas a la infancia, entre las que hay juegos para reconocer letras, números y hasta palabras en inglés.

Asimismo, en los últimos años ha sido prácticamente un mandato que las y los docentes lo utilicen en las aulas como herramienta para algunas actividades que se planifiquen, hasta capacitaciones se han dictado al respecto. También es utilizado como medio de comunicación entre las escuelas y las familias, muchas escuelas cuentan con aplicaciones que se descargan en los celulares por medio de las cuales docentes y directivos se comunican con las familias (lo que era el cuaderno de comunicación) y hasta las libretas se entregan de manera digital a través de esas aplicaciones, reduciéndose así el costo de impresiones y uso de papel. Quizás esto significa que su uso sea inevitable, por lo menos como EL medio de comunicación oficial entre escuelas y familias.

¿Y el aula? resulta que también se utilizan aulas virtuales como classroom de google, muchos docentes las utilizan para enviar actividades, subir textos o artículos, es decir, el material que usan luego en el aula, esto, por supuesto, se extendió en la pandemia cuando estas herramientas digitales se convirtieron en la única “aula” y la forma de acceder a ellas, en general, es a través del celular.

Ahora bien, con esta integración de los dispositivos al aula, que se aceleró por la coyuntura del aislamiento y las clases virtuales, también se instaló una acusación de enorme vigencia en estos días: la dispersión de niños, niñas y adolescentes tiene como principal responsable al celular. Entonces, las y los docentes se encuentran en una encrucijada, el dispositivo que les resolvió tantos problemas de acceso y disponibilidad del material, ahora está en el banquillo y se piensa en desterrarlo. El razonamiento parece bastante lógico, si no sirve, si distrae la atención, hay que quitarlo del medio. Y como el razonamiento es tan lógico, debemos abrazarlo, debemos dejar de avisarnos cosas importantes por medio de mensajes de whatsapp y pasar a escribirlas en un anotador y pegarlas en la heladera -un método mucho más efectivo-, debemos dejar de preguntarle a You Tube cómo reemplazar el foco quemado de la heladera, si es obvio que para tan compleja tarea se necesita toda la experticia de un profesional que debe haber estudiado cómo hacerlo en un libro, no en una pantalla. Debemos dejar de buscar en Google cómo se escribe la palabra “decisión” y volver a estudiar todas las reglas ortográficas, o mejor, volver a hacer la escuela primaria. ¿No habrá, entonces, algunas lagunas en esta lógica del destierro? ¿Es posible hacer una reflexión amplia en la que se valore tanto el perjuicio de la distracción como los potenciales beneficios, pero sobre todo, en la que se ponga en juego el uso crítico y responsable del celular que debe enseñarse a nuestras infancias y adolescencias? 

Pero la de la distracción no es la única acusación. Usted que está leyendo esta nota desde un celular habrá leído otros muchos artículos en los que se detallan formas de “deterioro” de las habilidades para leer y escribir de niñas, niños y adolescentes debido al uso excesivo de pantallas y teclados. La problemática del uso excesivo es algo que trasciende a las escuelas, pero, por otro lado, desde el campo de la investigación educativa no existe tal sentencia. Las y los especialistas actuales en lectura y escritura sostienen que nuestras niñeces y adolescencias son poseedoras de nuevas formas de leer y escribir, formas que se adecúan a una textualidad muy diferente a la de la hoja impresa, y por eso, muy diferentes a las de los adultos que señalamos con nuestro dedo índice hacia sus supuestas incapacidades. El texto digital es fluido, es fragmentado, se hipervincula con otros textos y con otras formas audiovisuales, las habilidades necesarias para leer y escribir estos textos son radicalmente diferentes a las que poseemos los adultos formados en la escritura y la lectura en papel. Como en muchos otros aspectos humanos, la diferencia parece suficiente para juzgar algo como deficiente, insuficiente, o incluso peligroso.

Lo peligroso puede llegar hasta extremos insospechados; la alerta sobre las apuestas online también se encuentra en el centro del debate, llamada ludopatía digital, para estos debates sugiero seguir a la lic. Fernanda Spinuzza que trabaja muy bien este tema  así como otros temas relacionados con la  vulneración de derechos de la infancia en el entorno digital.

Cabe entonces preguntarse, ¿prohibir es la solución? Algunos países (Francia lo prohibió por Ley en el año 2018, en Italia se prohibió en el año 2022, y otros estados regulan su uso)  han tomado esta opción como política pública educativa a nivel nacional. En Argentina el debate existe en el plano más social que político, de hecho, solo el gobierno porteño de la ciudad Autónoma de Buenos Aires ha propuesto una regulación del uso de los celulares en las aulas, a través de la resolución N° 2024-2075-GCABA-MEDGC de agosto de 2024, que establece que cada escuela deberá incluir en su proyecto escolar una distinción entre los usos pedagógicos y recreativos de los celulares dentro del establecimiento, es decir, solo se usarán cuando el o la docente realicen una actividad pedagógica específica y planificada, sino deberán permanecer guardados durante toda la jornada escolar.

En una escuela de la ciudad de San Luis se envió a las familias, en el mes de septiembre de 2024, un “Protocolo de restricción de uso de celulares en hora de clase” que se implementó durante el último trimestre. El mismo consistió en que cada estudiante depositaba su celular (apagado o en silencio) en cajas que estaban en el aula, pudiendo retirarlos en el recreo con el compromiso de volverlo a ese lugar al inicio de la clase siguiente, por supuesto, el protocolo tenía establecidas las medidas disciplinarias ante cada infracción del mismo. ¿El resultado? A pesar de las quejas de las y los estudiantes, pudieron llevar a cabo el desafío de dejar sus celulares durante la hora de clase, y en relación con las y los docentes, su experiencia fue variable: quienes integraban el celular pedagógicamente tuvieron que volver a otras herramientas, quienes no, se sintieron aliviados. Fue una medida a nivel institucional y eso resultó más fácil para docentes y familias. En otras escuelas hay docentes que llevan también la caja para alguna clase particular que requiere una atención exclusiva, pero en estos casos es una medida individual.

Sin tener una posición tomada al respecto, y debatiéndome internamente sobre el tema, algo me hace mucho ruido y es la noción de “prohibición”, es impedirle algo a alguien, en este caso que use su celular en el aula; el concepto contrario, su antónimo, es “permitir”, autorizar. Es decir, un debate entre una noción que “restringe” y su opuesta que “habilita”. ¿No hay intermedios? quizás podemos pensar en alternativas intermedias, después de todo, Regular no es prohibir! y quizás hay que encontrar una “mejor” forma de con-vivir con los dispositivos en el aula y en la cotidianeidad.

Y… ¿cuál sería esa “mejor” forma de con-vivir o vivir con? hay que seguir pensando y debatiendo al respecto.

La nota firmada por Paulina Calderón fue publicada el 15 de febrero pasado en El Diario de la República.