CONFRONTA, DIVIDE, REDOBLA, Y REINARÁS
Agustina Bordigoni
Confrontar, dividir y redoblar la apuesta. Podríamos decir que estas son las principales características del actual discurso de Donald Trump, presidente de los Estados Unidos. ¿Se ha vuelto loco el mandatario del país más poderoso del mundo? La realidad es que no. Su pisoteo a la corrección política y su retórica poco convencional lo llevaron a ganar las elecciones. “El atractivo de Donald como candidato presidencial depende en gran medida de la creencia de que es un hombre franco que no tendrá nada que ver con el lenguaje convencional de la política”, dice Mark Thompson en su libro “Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?”. Sin embargo, el autor también advierte sobre el peligro de confundir “franqueza antirretórica” con decir la verdad.
Claro que no podemos decir que Trump no miente ni un poco. Pero tampoco podemos afirmar que falta completamente a la verdad. En su caso las verdades suelen ser más peligrosas que las mentiras.
Lo que sucede con el presidente norteamericano (y eso, por más que nos pese, hay que reconocérselo) es que su discurso convence, divide y aglutina, lo cual no deja de ser una ventaja y una gran contradicción. Convence a aquellos que ya pensaban como él y no se animaban a decirlo, y también aglutina a toda una sociedad cansada de los políticos tradicionales. Por otro lado, y constantemente, marca divisiones: no solo frente a esa clase de política sino también entre la misma población. Si su lema es la ley y el orden, también identifica a quienes, según su visión, personifican a la ilegalidad y el desorden.
¿Cuán desordenadas en verdad están sus ideas? A simple vista parece que mucho, pero si recorremos su historia como presidente podremos descubrir la trampa tras esa locura que parece tan evidente.
CONFRONTAR
“El resentimiento racial, y no la angustia económica, fue lo que impulsó el voto a Trump”, señala muy oportunamente (y mucho antes del caso de George Floyd) Paul Krugman en su libro “Paul Krugman contra los zombis. Economía, política y la lucha por un futuro mejor”.
Claro que no podemos decir que Trump no miente ni un poco. Pero tampoco podemos afirmar que falta completamente a la verdad. En su caso las verdades suelen ser más peligrosas que las mentiras
La confrontación, la búsqueda de un enemigo común, debemos decirlo, no son inventos del actual presidente norteamericano. Confrontar les ha servido a los políticos de todas partes del mundo para ganar adeptos, para dividir pero también para unir bajo la premisa de un peligro inminente. Los japoneses fueron el peligro inminente que le permitieron a Roosevelt convencer de entrar en la Segunda Guerra Mundial a una sociedad tradicionalmente aislacionista como la estadounidense. Son los peligros comunes y la confrontación los que ayudan a que toda una población, bajo una misma bandera, renuncie por un tiempo a hacer cualquier tipo de crítica o a “confrontar” con las autoridades del país en pos del bien común.
Cuando la confrontación es extranjera y potencialmente peligrosa no existe problema alguno. Pero en la era de Trump la confrontación interna, externa y ante un “rival” inofensivo también es común. Durante la actual pandemia el presidente confrontó con los chinos, a quienes culpó de la propagación del virus; con la OMS, institución a la que culpó de no advertir antes del peligro del coronavirus; confrontó con los periodistas (como es ya costumbre); y confrontó con los propios especialistas, primero minimizando el impacto de la enfermedad y luego recomendando remedios y antídotos desaprobados por la comunidad científica.
Donald Trump cuenta con una historia de confrontación y cruce de acusaciones con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y llegó incluso hasta el límite de intentar iniciar una pelea por Twitter con una niña: la activista Greta Thunberg.
Sin embargo, y volviendo a las palabras de Mark Thompson, “una vez que convences a los oyentes de que no intentas embaucarlos como un político convencional, es posible que desactiven las facultades críticas que por lo general aplican al discurso político y te perdonen cualquier grado de exageración, contradicción o salida de tono. Además, si los rivales de la política tradicional o los medios de comunicación te critican, tus partidarios quizá hagan oídos sordos por considerarlo manipulación”.
Todo esto ha pasado con el mandatario en cuestión. Las críticas tienen un gran eco en los medios de comunicación y en el resto mundo, pero apenas si hacen mella en la popularidad sobre la base de apoyo al presidente: esto es, a los que Trump ya logró convencer.
DIVIDIR
Muchos acusan y se sorprenden de que, tras la ola de manifestaciones antirracistas más grandes que ha vivido el país desde la muerte de Martin Luther King, el discurso de Trump haya fomentado las divisiones. Primero tildando de terroristas a quienes se manifestaron (en la gran mayoría de los casos) de manera pacífica. Después identificando a esos terroristas claramente con la ilegalidad y el desorden, y, por lógica contraposición, a su gobierno y a su postura con la ley y el orden. Una vez más, la división entre los unos y los otros.
Podríamos afirmar que quienes esperaban otra cosa no conocen el pasado del presidente.
Esa diferenciación también se hizo patente en la política y el discurso antiinmigración, que claramente encontró eco en la sociedad (y no solo convenció sino que también aprovechó un convencimiento existente en el país). Aunque la Casa Blanca lo negara después, algunos medios sostienen que en su momento el presidente Trump afirmó que los Estados Unidos no deberían de recibir inmigrantes de “países de mierda” como Haití, El Salvador o las naciones africanas. Si el presidente se expresó o no de esa manera nunca lo sabremos, ya que esas palabras no estaban destinadas al público en general sino que habrían sido pronunciadas frente a los senadores en medio de una discusión sobre la reforma de las disposiciones migratorias que beneficiarían a ciudadanos de esos países. El presidente se remitió a decir que su lenguaje había sido duro, pero no precisamente ese. Posteriormente un comunicado oficial indicaría que la intención del mandatario era recibir en el territorio a personas que entraran dentro de un parámetro meritocrático, es decir, “a quienes puedan contribuir a nuestra sociedad”. Claro que el “quienes” es un criterio desconocido y muchos de esos potenciales contribuyentes quedan muchas veces varados en centros de detención.
“La apelación constante a los sentimientos (y las bajas pasiones) de los votantes, la relativización de los hechos, las declaraciones racistas, xenófobas, machistas y hostiles a las minorías, la política interior rupturista con el pasado y la política exterior grandilocuente han sido elementos de una acción de gobierno habitualmente calificada como caótica e impulsiva, cuando no infantil o irracional”, sostiene Alfredo Ramírez Nárdiz en su texto “Trump: ¿es el presidente de Estados Unidos populista?”.
Hay quienes se sorprenden con la respuesta de Donald Trump frente a la crisis sanitaria y social que viven los EE.UU. Sin embargo, poco hay de improvisación y nada de nuevo en sus discursos
Sin dudas la irracionalidad es solo una apariencia cuando observamos que la apelación a sentimientos xenófobos, hostiles o racistas es una continuidad, casi diríamos una norma. No se trata de impulsos o exabruptos por mucho que lo parezcan. Más bien parece tratarse de una estrategia que nos mantiene ocupados con lo superficial mientras lo importante pasa por detrás.
REDOBLAR LA APUESTA
A las críticas del expresidente Barack Obama sobre la falta de liderazgo del mandatario actual acerca de la necesidad de un cambio a favor de la igualdad entre blancos y negros, Trump respondió comparándose con Abraham Lincoln. Dijo que después del presidente que abolió la esclavitud le seguía él, el líder norteamericano que más ha hecho por la igualdad y en contra del racismo.
El presidente no solamente rechazó de plano un proyecto de ley para evitar abusos policiales, sino que además retrucó con una afirmación poco contrastable: según él, los crímenes en los Estados Unidos se redujeron a cifras históricamente bajas.
No se trata de responder, se trata, en definitiva, de redoblar la apuesta.
Lo mismo sucedió tras la llegada de los manifestantes a la Casa Blanca. Abriendo camino a fuerza de gases lacrimógenos y represión, el presidente caminó y atravesó la plaza Lafayette previamente despejada, llegó a una iglesia conocida como “la iglesia de los presidentes” y se tomó una foto con una biblia en la mano.
Invocando a la religión y haciendo uso político de ella, el presidente demostró su poder ante el poderío de los manifestantes a los que no pudo callar. O sí, al menos durante un rato.
Redoblar la apuesta toma un carácter especial en un año de elecciones, sobre todo tratándose de un presidente que desde el comienzo gobierna pensando en volver a ser presidente.
La dinámica que tome cada una de esas prácticas (dividir, confrontar, redoblar la apuesta) y la recepción que encuentren en el electorado serán determinantes.
La pregunta ahora es: ¿hasta cuándo reinarás?