LA PIAMONTESA
Por Roberto Tessi
Para siempre quedó en su memoria la escena repetida donde el pibe del barrio, el más humilde de todos, al anochecer se asomaba tímidamente por una de las puertas laterales buscando a su padre para que vuelva a su casa en aquella fonda: Hotel, Comedor y despacho de bebidas “La Piamontesa”, tal como rezaba el cartel de la entrada. En ese lugar recalaban los changarines y demás obreros al atardecer. El humo de los cigarros más el olor de las frituras donde sobresalía el penetrante aroma de las cebollas, el ajo y perejil hacían del lugar un espacio encantado como el que describían los libros de cuentos que a veces hojeaban en la biblioteca Rivadavia junto a sus hermanos, muy de vez en cuando.
Los gritos de algunos que jugaban al “codillo” o “tutte cabrero” que acompañaban con puñetazos a la mesa, más los pedidos que realizaba a las cocineras don Gaspar Guazzora, a voz de cuello, agregando algunos duros epítetos en friulano o toscano como al pasar.
Este italiano que había llegado siendo muy joven a los pocos años de instalado el ferrocarril en Villa Mercedes, desde una aldea cercana a Turín, San Mauricio de Canavesse junto un grupo de adolescentes se embarcó a Génova y de allí en un viaje de treinta días llegó al puerto de Rosario.
La comunidad peninsular rápidamente se destacó y formó agrupaciones de progreso, produciendo un gran avance social a sus miembros, y en este caso la construcción de una fonda al mejor estilo de los pueblos de la campiña europea.
Traía entre tantas prevenciones de su madre y hermanas, una carta de recomendación para un muchacho del pueblo de apellido Ossola que llevaba ya tres años viviendo en la Argentina, y con lo que había ahorrado ya le había alcanzado para una chacra cerca de Naschel, lugar donde se había afincado una colonia de italianos que se dedicaban a la agricultura, una verdadera novedad por estos lugares.
El muchacho Gaspar, de buen porte y profundos ojos azules encontró rápidamente trabajo como cocinero elegido por don Rafael Origone, un genovés, que se destacó y lideró a los inmigrantes de esa nacionalidad, cuya prolífica familia haría historia en la creciente Villa.
La comunidad peninsular rápidamente se destacó y formó agrupaciones de progreso, produciendo un gran avance social a sus miembros, y en este caso la construcción de una fonda al mejor estilo de los pueblos de la campiña europea, para eso ayudó la elaboración de platos que su madre y hermanas le sugerían por carta, y él con gran audacia se dedicó a elaborar con gran aceptación e incluso con un verdadero suceso la tradicional “Bagna Cauda” de la cocina del Piamonte.
Era una salsa caliente de crema de leche, manteca derretida, aceite de oliva, anchoas, pimienta y mucho ajo picado, que se cocinaba a fuego muy lento y se presentaba en el centro de la mesa con verduras hervidas de todo tipo y cortadas en porciones pequeñas que los comensales untaban para comer caliente.
Por supuesto que la mixtura de gentes en estos lares tuvo su correlato en las comidas y no faltó el que agregara al plato chorizos y carne de aves haciendo más contundente el plato. Fue tan grande el éxito de este plato, que en pleno invierno se repetía en el menú todas las semanas.
La Fonda era frecuentada por la comunidad italiana y daba alojamiento en una serie de piezas que apuntaban a un patio con parra, repitiendo como una fotografía a imagen y semejanza de las aldeas y de sus añoranzas, como sabiendo que a ellas nunca más volverían.