¿CUÁNTO DURA UNA CAÑITA VOLADORA?
Por Eduardo Sallenave
Quiosco “EL POCHO”. Pedernera y Colón. Un lugar más, como tantos de los que había en San Luis en mi niñez. Solo tomaba otra dimensión cuando llegaban las fiestas de fin de año. No recuerdo el nombre del dueño. Simpático, de pocas palabras, pero expeditivo.
Para esas fechas reemplazaba en sus estantes chicles, caramelos y algunos regalos baratos, por un verdadero arsenal de petardos, triangulitos, estrellitas, cañitas voladoras, busca pies, volcanes y varias cosas más con formas y prestaciones diversas.
Con los años yo había pasado a ser el responsable de comprar los pertrechos para los festejos de Navidad y Año Nuevo que celebrábamos en La Quinta.
También con los años evolucioné de una etapa más sonora a una más visual, dejando de lado petardos y rompeportones por instalaciones de lanzamientos de cañitas multicolores y volcanes luminosos, que, entre otras cosas, alegraban la mirada y descansaban los oídos. Familia y perros agradecidos.
Las compras eran unos días antes. Sabía que no podía dejar para último momento esa tarea dado que no había muchos lugares de venta de fuegos artificiales. Y la demanda era alta. Así que iba juntando todo en casa hasta el día indicado.
A La Quinta llegábamos temprano, sea el 24 o el 31 de diciembre. Para preparativos de la cena (seguramente algún peceto mechado, pollo o asado) y arreglos de la casa. Que en esos tiempos no se habitaba mucho, y había que poner en condiciones. Disponíamos de algunas horas prefestejos que yo disfrutaba. Había un clima especial.
Yo también hacía mis preparativos. Enterrar cerca de los galpones un caño que serviría como lanzador de las cañitas. Y en los pinos, en el lateral de la casa, poner los clavos donde colgaría otras roscas luminosas. También aprovechaba a hacer alguna travesura con algunos petardos o triangulitos que compraba. Sí, no podía resistirme a hacer explotar alguna botella, volar por los aires algún hormiguero y alguna que otra cosa más que me reservo.
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A La Quinta llegábamos temprano, sea el 24 o el 31 de diciembre. Para preparativos de la cena (seguramente algún peceto mechado, pollo o asado) y arreglos de la casa. Que en esos tiempos no se habitaba mucho, y había que poner en condiciones.
La noche de las fiestas para mí tenía cuatro etapas. La previa, picadita de por medio, escuchando a los más grandes contar y repetir anécdotas. Si la noche lo permitía, cerca del asador, tranquilos. La cena, donde siempre había muchas más cosas de las que podíamos comer. Rico y abundante. Abuelos, padres e hijos en charlas cruzadas y a veces difíciles de seguir el hilo. La tercera etapa, esperada por quienes éramos menores, la apertura de los regalos, junto a ese árbol de navidad y pesebre eternos que había ahí, en la casa. Y la etapa final y cierre de jornada: los fuegos artificiales.
Allí partía con la caja de fósforos. Ubicaba al público a una distancia segura. Y comenzaba con las cañitas. Por lo general de una sola explosión y algunas luces. Si el presupuesto lo permitía compraba dos o tres “de las grandes”, que aseguraban buena altura y múltiples luces.
Seguía con los volcanes, apoyados en el pasto de la “canchita de fútbol” que daban un lindo show de luces, y un ruido como un silbido ronco.
Ya a esta altura el olor a pólvora inundaba todo, reconozco que me gustaba, tenía un encanto especial, como el olor a nafta y el de kerosene.
Como cierre pasábamos a los pinos y estas ruedas giratorias, que la verdad desarrollaban una velocidad que imponían respeto. Eran bólidos retenidos por un clavo que siempre sospechaba que volaría por los aires y todos deberíamos correr a buscar refugio detrás del aljibe o el gran acacio.
Y volvíamos a la casa, a comer garrapiñadas, turrón y pan dulce. Seguramente helado y el infaltable clericó, preparado un día antes, según las normas no escritas de la abuela que lo creaba.
Y hoy, bordeando los 50 años, cada vez que veo un fuego artificial recuerdo esas noches en La Quinta. Con mucho amor cada uno de esos momentos y a todos los que los compartieron conmigo.
¿Cuánto dura una cañita voladora? Segundos. Pero en mi vida son eternas.