Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

RODEO DE CADENAS Y SUS PINTURAS RUPESTRES

Lugares Encantados

Por Leticia Maqueda

En diferentes lugares de nuestro territorio provincial, en las zonas más escarpadas de nuestras sierras, a veces en lugares cercanos a ríos, en aleros de difícil acceso, nos salen al paso las pinturas rupestres. Yo les llamo a estos sitios “lugares encantados” por el misterio y la magia que cada uno de ellos encierra.

Llegar hasta los aleros y cuevas en donde se encuentran es un viaje a los orígenes. Constituye un recorrer con la mente, caminos que nos llevan a  espacios tocados tan solo por antiguos pies descalzos, y en los que la naturaleza lucía el esplendor libre de su belleza sin mancilla. Estos lugares, de algún modo, nos reclaman una actitud reverente para mirar las pinturas y realizar ante ellas el ejercicio de la contemplación. Nos piden dejar de ver simplemente, para dar lugar a la introspección que permita mirar con el alma, la mente y el corazón. 

Estos lugares, de algún modo, nos reclaman una actitud reverente para mirar las pinturas y realizar ante ellas el ejercicio de la contemplación. Nos piden dejar de ver simplemente, para dar lugar a la introspección que permita mirar con el alma, la mente y el corazón. 

Leticia Maqueda

Hace unos años atrás, con motivo de estar organizando una exposición de fotografías sobre el arte rupestre en la provincia de San Luis, pude vivenciar esta experiencia contemplativa ante las imágenes fotográficas de las pinturas rupestres de Rodeo de Cadenas, lugar cercano a la localidad de San Francisco. Creo que el impacto interior que estas pinturas producen es diferente en cada uno que las contempla. En mí, el lugar, los colores y las formas, hicieron nacer el deseo de escribir lo que ahora comparto:

Las pinturas de Rodeo de Cadenas, una ventana abierta al universo

La aurora humedece con rocío de amanecer las piedras y la gramilla salvaje.

Lentamente las sierras crean en esa hora primera, anillos de luces y sombras. Como eslabones de una inasible cadena, ellos las rodean abrazándolas en una danza lenta y cambiante.

Los pies descalzos resbalan por las cortaderas y buscan la luz pulida de los anillos, único camino que conduce al ojo del cielo. Para alcanzarlo sabe que debe seguir el sendero misterioso que desaparece a su paso en el aire quieto.

Pinturas rupestres, San Francisco del Monte de Oro.

El sol es una lluvia cálida que borra las formas cuando descubre en la hondonada, entre pajizos matorrales, el agua que mira. El ojo azul del cielo que en la tierra esconde el don de la vida.

Pequeños soles brillan iridiscentes en su superficie inmóvil. Él sumerge primero las manos y luego, como respondiendo a un antiguo ritual, el cuerpo todo lentamente penetra y permanece flotando en ese espacio infinito, azul, rojo y finalmente oscuro cubierto de estrellas. Puede recogerlas con sus manos, arrojarlas y transformarlas en chorros de luz.

Con extraña ingravidez su cuerpo se mueve ahora nuevamente sobre la tierra fragante. Una roca en sombras le abre, tibia aún de sol, su oquedad de nido. Lentamente, sus dedos acarician la piedra. Trazan primero pequeñas líneas y luego presas de un deseo incontenible, sus dos manos giran y giran plasmando círculos de luz colorida. Espirales, líneas serpenteantes. Los colores y las formas brotan en su espíritu como un estallido vital que lentamente se funde en la piedra rugosa.

El círculo azul y blanco es cada vez más brillante. De la roca, una cinta serpenteante y luminosa se desprende y comienza a girar en torno a su cuerpo color bronce hasta transfigurarlo en energía dorada, refulgente. El círculo se abre en su centro y por él, una estela color oro intenso se desliza al universo.

El tiempo se detiene en la roca y por siglos la mirada humana de las cabras se posa en esas formas quietas que de noche titilan suavemente haciendo la oscuridad menos profunda.

Mucho después llegan ejércitos de ciegos. Invaden el lugar cámaras de fotos, papeles, calcos, profanan el silencio. Científicos interrogan vanamente a la roca y ponen en balanza comparaciones, similitudes, números. Privados de luz no pueden descubrir el ojo del cielo y la puerta que conduce al universo.

En un algarrobo cercano, la creación artística vestida de verde se hamaca en una rama esperando un milagro.

Los periódicos publican que en un lugar de las sierras que lleva el extraño nombre de Rodeo de Cadenas, en las proximidades de un pequeño estanque de agua, hay una cueva con curiosas pinturas privadas de significado.

Muy lejos de aquel lugar, un público distraído pasea su vista sin mirar por los cuadros de una exposición. En uno de ellos, un círculo azul y blanco brillante, preso detrás de un vidrio llora el universo perdido.