NI COLÓN SE SALVÓ
Publicado en el Diario La Opinión el Miércoles 1 de septiembre de 1920
Cuando el poeta Lamberti tenía un empleo en la plata viajaba en tren diariamente y en verano por lo general prefería refugiarse en un coche de segunda, dónde podía impunemente sacarse el cuello y el saco para mitigar el calor, evitarse la tierra e ir con mayor comodidad para leer los diarios.
Pero más que por todo, esto lo hacía para evitarse el encuentro o la compañía de cierto “maldiciente” que lo tenía hastiado porque no dejaba “títeres con cabeza”, y para quién no había ni hombre honrado, ni mujer virtuosa.
Un día que el tren marchaba a la altura de Bernal, donde existe una estación radiográfica de la compañía Marconi, sintió Lamberti que alguien le golpeaba suave y cariñosamente la espalda.
Se da vuelta y se enfrenta con este hombre con la contrariedad consiguiente. ¡Oh fatalidad!, exclamó para sus adentros. Pero repuesto de su desagradable sorpresa resolvió con toda rapidez desviar a su presunto interlocutor de sus temas predilectos, y acometió resueltamente una disertación sobre la telegrafía sin hilos.
–Ahí tiene a la vista mi amigo dijo Lamberti la instalación de una estación radiográfica. ¡Qué portentoso invento el de Marconi! Esto de la comunicación inalámbrica a larga distancia hubiera parecido un sueño medio siglo atrás.
Y continuó hablando acerca de sus grandes ventajas, y su utilidad sobre todo para la navegación oceánica.
El interesante causeur seguía y seguía porque su propósito era ganar tiempo y llegar a su destino sin darle lugar al otro a que “tomara el saque”.
Para decir algo en conclusión terminó su disertación Lamberti con estas palabras: estoy seguro que si este invento hubiera existido en la época del descubrimiento de América, el pobre Colón se hubiese ahorrado alguna de las tantas tribulaciones por las que pasó al realizar su inmortal empresa.
-¡No me hables de este gringo ladrón hijo de tal por cuál! -rugió indignado el alacrán- ¡qué hasta se ha robado las joyas de Isabel La Católica!