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DE REZOS Y CONJUROS

Por Leticia Maqueda

Los poblados y parajes que son parte del paisaje rural de la provincia, guardan en la memoria de sus habitantes historias, costumbres, creencias que les vienen de centurias. No tienen ellos el registro por el cual puedan conocerse fechas exactas, solo dicen “hace mucho”, mi madre contaba….mis abuelos decían…. y así muchas de ellas llegan hasta el hoy, aunque cada vez menos. En el avance de la modernidad, los medios de comunicación  van incorporando gradualmente elementos culturales ajenos que, poco a poco, se van integrando en la vida de los pueblos, en la dinámica que poseen los procesos culturales. Es por esto, que la tarea de recoger aquellas tradiciones y costumbres que vienen desde centurias, posee un enorme valor ya que ellas son parte de nuestro patrimonio inmaterial.

En esta tarea de recoger tradiciones y costumbres que nos vienen con los siglos, he andado durante mucho tiempo.  Ordenando cosas en mi biblioteca, me encontré con registros que tenía olvidados y vinieron frescas a mi memoria las vivencias que rodearon lo que recogí en una oportunidad y que ahora comparto.

Hace 44 años, y con motivo de participar de una misión rural, estuve en un Paraje que se conoce con el nombre de La Esquina. Ubicado al pie del Cerro El Morro, no constituía un poblado en sí sino que su población dedicada a tareas rurales, estaba dispersa  bordeando el cerro. La actividad propia de la Misión que consistía en establecer cercanía con la gente y ver sus necesidades tanto materiales como espirituales, daba la posibilidad de iniciar un diálogo cercano y contemplar sus costumbres y tradiciones para poder ayudarlos, respetando su propia identidad.

Nos alojábamos en la escuela, que en aquel entonces no había sido aún refaccionada y tenía una situación muy precaria, pero no importaba porque el contacto con la gente y su solidaridad para con nosotros hacía que la tarea fuera maravillosa.

Todos los días, salíamos a caminar para visitar a los pobladores y conversar con ellos. Una mañana, caminando bajo el sol por ese espacio abierto, con zumbido de miles de insectos invisibles y el viento permanente meciendo los pajonales, llegué a una humilde casa.

En ella vivía una persona con la que ya había conversado en reuniones que hacíamos en la Misión después de la misa de la tarde. Se llamaba Justo Soloa y su oficio era el de Rezador.

Tenía  58 años pero como a muchos campesinos, la vida ruda, el sol y el frío habían curtido y cubierto de arrugas su rostro, lo que le otorgaba un aspecto, casi diría, atemporal.

El oficio de Rezador, le asignaba un lugar especial en la pequeña y dispersa comunidad. El era el que daba el “agua del socorro” a los niños recién nacidos ante la inexistencia de sacerdotes que bautizaran.

Rezaba en los velorios y novenas, y ayudaba con oraciones a los paisanos que tenían que enfrentar situaciones propias de la vida rural. Hospitalario me abrió la puerta de su casa y entré a una habitación en la que un chorro de luz, en el que flotaban miles de partículas, iluminaba dos sillas con asiento de tientos de cuero y una rústica mesa de tabla.

Me invitó a sentarme y colocando dos vasos sobre la mesa, sirvió en ambos vino. Entonces comenzamos a hablar. Con voz pausada, me dijo que el oficio le venía de su madre, que a su vez lo había recibido de la suya, y así se perdía el origen en un tiempo muy lejano.

Foto ilustrativa (1890 – Gaucho con su perro).

Me compartió oraciones que yo anotaba en mi cuaderno, algunas de ellas (él no lo supo nunca) eran viejos romances españoles. Estos habían llegado a América en los tiempos primeros y en su camino oral por el continente a través de los siglos, la gente les fue dando un sentido utilitario transformándolos en oraciones.

Hay múltiples versiones de estos romances en el ámbito rural de la provincia, don Justo, dándole una rítmica entonación especial recitó éste del que transcribo solo el inicio:

De Nuestra Señora del Rosario tengo los escapularios/ cada vez que me los pongo me acuerdo de Jesucristo/ Jesucristo fue mi padre, la Virgen María mi madre/ los ángeles mis hermanos me tomaron de sus manos…”.

Su voz pausada y grave me iba diciendo lo que rezan los paisanos cuando la noche “los agarra” en el campo y deben dormir a cielo abierto en medio de la soledad. Entonces, decía: “se necesita una protección especial.  Tiene que clavar cuatro estacas, y en medio de ellas poner el apero y todo lo necesario para dormir, luego de pie en el centro hay que repetir tres veces esta oración:

Señor San Silvestre del monte mayor/ líbrame mi cama todo alrededor/líbrame de brujas hechiceras y gente de mala intención/ Dios delante/ Dios detrás/ Dios conmigo/ y yo con Él.

Y me explicaba: “…Una vez que la dijo los animales pueden aullar alrededor pero ninguno se acerca porque el espacio está protegido”.

También junto a esta dijo otras para rezar en la noche contra las pesadillas:

 “Cuatro esquinas tiene mi cama/ cuatro ángeles me acompañan/ Marcos, Juan, Lucas y Mateo. / Nuestro Señor Jesucristo venga en el medio/ la Virgen santa me cubra con su manto/ quien bendiga el Caliz/ bendiga la cama en que me vengo a acostar.”

Esto que él llama oraciones, en realidad entraría en la categoría de conjuros. Él   primero hace referencia a la figura de San Silvestre, quien fue un Papa de los primeros siglos del cristianismo cuando las creencias paganas se entrelazaban con este. La etimología del nombre Silvestre deriva del latín “silva” que significa “el bosque” y esto llevó a vincular el nombre con creencias mitológicas pre-cristianas que vinculaban al bosque con el mundo de los muertos.

Si bien el Papa no tenía nada que ver con esto, a su nombre se lo relacionó antiguamente con la creencia de que, quien en la noche, en el campo se viera amenazado por un animal, la invocación del mismo ejercía poder sobre los animales. Tiene sentido entonces lo que en nuestros campos se reza como un conjuro para dormir protegidos. Creencias milenarias que hicieron pie entre nosotros y aquí se quedaron en un humilde conjuro campesino.

El segundo conjuro posiblemente sea una adaptación de oraciones transmitidas por la Iglesia, y que su repetición y uso en el campo popular las transformó en conjuro. El número 4 en ambos conjuros, es utilizado para la delimitación del campo de protección, y las cuatro estacas a las que refiere el primero, son reemplazadas en el segundo por ángeles custodios. De diferente modo, los dos conjuros coinciden con la creación de un espacio al que la fuerza y el poder de las palabras transforma en inviolable para los peligros y las fuerzas del mal.

No tendría espacio aquí para transcribir todas las oraciones que recogí y para comentar la antiquísima novena de la virgen del Carmen, de la cual me cantó los Gozos acompañado de un viejo bombo.

Habíamos terminado el vino de los vasos, y luego de un largo silencio se puso de pie, y como quien cumple con un ritual, me entregó sin decir nada, un viejo cuaderno en el que estaba escrita en forma manuscrita la novena que para cada día tenía un precioso cuento y unía el lenguaje rural con antiguas palabras castizas. Lo hizo como quien traspasa algo invaluable y precioso a otras manos.

Salí de su casa al mediodía con el sol radiante que reverberaba en el pasto y en las plantas que bordeaban el sendero, la luminosidad hacía irreal el paisaje envuelto en el canto ensordecedor de las chicharras, y yo sentía que llevaba en mis manos y en mi corazón un enorme tesoro.

Nunca más volví a ese lugar, y nunca volví a verlo. Don Justo Soloa, es posible que ya no esté, y que su oficio se haya perdido con el avance y adaptación de los habitantes a los nuevos tiempos. No obstante, la religiosidad popular sigue conservando algunos rasgos y creencias que son retazos de lo que por centurias se transmitió oralmente de generación en generación.

Son tesoros escondidos que cuando asoman en rezos de novenas y celebraciones religiosas en el campo es importante dejarlas salir, para que se expresen como una voz única que entona una antigua melodía. Ellas contienen tradición e historia cultural de nuestro pueblo, un tesoro precioso a resguardar.