Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DEL TRONO

REINA DEL PUEBLO Y CORAZÓN PUNTANO

Por Leticia Maqueda

La carreta avanza por un camino polvoriento que es casi una huella, los frailes dominicos cumpliendo con su misión evangelizadora itinerante han llegado al poblado que marca el destino final del viaje.

Los ojos contemplan un ínfimo número de casas precarias, dispersas en torno a la enorme explanada a la que nombran como Plaza Mayor.

Un minúsculo caserío que sin embargo recibe la nominación de ciudad, su nombre es San Luis de Loyola  Nueva Medina de Río Seco o San Luis de la Punta como le llaman.

No hay nadie que los reciba, solo el viento del sudeste que sopla incesante. Descienden de la carreta y contemplan de un lado esa extensión en la que el viento levanta la tierra parda y sacude los pajonales que se pierden en el horizonte, del otro lado las sierras azules.

En el solar asignado levantan el convento y lo ponen bajo la advocación de Santa Catalina Virgen y Madre.

Es apenas una precaria construcción semejante a las demás, de barro, caña y paja, y al lado, en condiciones semejantes de pobreza, una pequeña capilla.

De cajones de madera, en donde viajaron todos los enseres, extraen una imagen de nuestra Señora del Rosario que algún artesano del otro lado de la cordillera talló con las características de la imaginería española propia de la época, el S. XVII.

La imagen es colocada en un nicho existente en la pared de la humilde capilla y a ésta en su honor le imponen el nombre de Nuestra Señora del Rosario.

Los escasos habitantes del lugar tímidamente inician con ella un diálogo en el que le expresan los anhelos de la vida en ese desolado territorio.

Velones parpadeantes la iluminan y juegan con las sombras en ese espacio despojado. Las llamas débiles de las velas oscilan con el movimiento del paso de mujeres envueltas en su rebozo campesino, y de hombres de manos rugosas por el trabajo rural.

La luz del sol que va perdiéndose en el horizonte, se filtra rojiza y débil a través de la puerta, y se duerme en el suelo de tierra apisonada.

En la quietud, el murmullo letánico del rosario musicaliza el silencio de la tarde que se va. Le rezan a ella, a la recién llegada, a la que comienzan a llamar Nuestra Señora del Rosario del Nicho, la Virgen del nicho, por el lugar en donde ha sido colocada.

Nuestra Señora del Rosario del Nicho ve pasar los días, los años, los siglos como si fueran las cuentas de su rosario. Conoce los rostros y los nombres de los habitantes de ese lugar que han ido pasando a lo largo del tiempo y que recuerda con ternura.

Desde el principio ha intercedido por ellos ante el ruego por la existencia, por el agua, la enfermedad, las cosechas, los embates de los malones y ha respondido a sus plegarias concediendo, protegiendo.

El pueblo la ama, la sienten como si perteneciera desde siempre a este lugar, a esta tierra en la que empecinadamente y a pesar de las adversidades han decidido permanecer y ella acompaña en el quedarse a estos hijos suyos a los que ama desde siempre.

Cada acontecimiento que vive la pequeña ciudad en el transcurrir del tiempo es compartido con ella y su nombre ya está en cerros, ríos y lagunas.

Desde el silencio escondido del nicho, ve crecer lo que conoció como un pequeño caserío y contempla al pueblo puntano en su respuesta a las grandes causas de la Patria naciente.

Ceremonia de coronación de Nuestra Señora del Rosario del Trono realizada por Monseñor Pedro Dionisio Tibiletti en las escalinatas de la Casa de Gobierno. El 9 de octubre de 1938 en San Luis. Foto: José La Vía.

Escucha un día un rumor de voces desacostumbrado, proviene de la plaza en donde se ha expuesto el Estandarte de Dragones de Chile, trofeo ganado en la batalla de Chacabuco, en la que los hombres de esta tierra habían combatido. Les llega a los puntanos como merecido homenaje a esa contribución. Lo contemplan y luego lo llevan al templo para que quede allí, como ofrenda a Nuestra Señora del Rosario del Nicho, porque a ella se habían encomendado.

El trofeo tiene un precio de sangre. La Virgen consuela el llanto de las madres de los que no volvieron, y comparte el gozo con los que regresaron.

El pueblo va creciendo y el templo pequeño y ruinoso que la cobija, se repara con la ayuda de todos.

Desde su humilde nicho,  ha escuchado decir que las campanas del templo han sido fundidas con el bronce de los cañones de las batallas de Chacabuco y Maipú, y que por eso se llaman Libertad e Independencia. Repican al aire con sus sonidos uno ronco y el otro cristalino y  Ella junto a los vecinos al escucharlas rememora las gestas pasadas.

El tiempo desgrana su cadencia lenta de siglos que pasan y en ellos la Señora del Rosario del Nicho sigue derramando misericordia a los que a ella recurren.

Le piden el agua en tiempos de sequía y novenas le rezan diciendo sus gozos: “Secos están nuestros campos/y la hacienda malograda/ (…) dad a la tierra puntana el agua que necesita”. La Virgen responde a los ruegos y la lluvia llega. Las sierras se cubren de verde, por las acequias corre el agua que va a los huertos y quintas, los frutos maduran, las cosechas se salvan y el pueblo en gratitud le colma de flores el primer domingo de octubre, el día de Nuestra Señora “de la Seca como han dado a llamarle por la lluvia que trae como bendición del cielo.

A la Virgen del nicho han comenzado a llamarla Nuestra Señora del Rosario del Trono, el nicho se ha convertido en trono, para ella esto no hace diferencia. Desde allí contempla los desvelos por la construcción de un nuevo templo, un santuario para ella dicen, al lado de la vieja iglesia que la alberga.

El día esperado llega. Al igual que cuando arribó a estas tierras hace tantos siglos, el viento, que ahora llaman Chorrillero, sacude los árboles y todo lo que toca. Esto no importa a los que con emoción contenida acompañan a la Señora del Rosario en su adiós al antiguo templo y en solemne procesión la trasladan en andas al nuevo.

Allí en lo alto la ubican en su trono y la gente sube al camarín en incesante fila para “tomar Gracia” tocando su manto.

Al día siguiente, por la tarde, la llevan en procesión hasta las escalinatas de la Casa de Gobierno, autoridades y el pueblo todo la acompañan.

El Obispo, el primero que tiene San Luis en su historia, sube la escalinata, toma una corona que levanta en alto, y parándose frente a nuestra Señora del Rosario del Trono, la coloca sobre su cabeza y ante todos la proclama como Reina del Pueblo y Corazón Puntano

Una multitud estalla en aplausos, le saludan con pañuelos blancos, y una lluvia de flores cae sobre su manto.  Coplas antiguas el pueblo canta “Claveles y rosas/ y una guirnalda/ a ofrecerte venimos/ Madre adorada/ Viva María, viva el Rosario/ Viva Santo Domingo que lo ha fundado”.

Un bello Santuario es su casa, la Cofradía del Rosario desde tiempos antiguos la custodia, “camareras de la Virgen” son las que la visten cada año en su Fiesta, su vestido rosa bordado, su manto celeste y la mantilla de fino encaje, el Niño coronado en su brazo izquierdo, en el derecho el bastón y el rosario colgando entre sus dos manos.

Cada año en su Fiesta recorre en procesión las calles de su pueblo, el viento suele despeinarle el pelo y levantar su mantilla de encaje. Recuerda ella en ese paseo, el tiempo en que los vecinos de la calle Rivadavia armaban en sus ventanas con su imagen, un pequeño altar de flores para saludarla y pétalos de rosas arrojaban a su paso desde los balcones.

En el año 2020 ve cerrarse por primera vez la puerta del Santuario. Una pandemia que sacude el mundo está cobrando vidas entre sus hijos, la tierra sedienta clama por agua, y el fuego estalla en los campos. El corazón del pueblo se vuelve hacia ella pidiendo su auxilio, rogando su amparo.   

La Virgen contempla este tiempo nuevo, se reza en las redes y miles se unen en un gran rosario que abraza la provincia en único ruego: ¡Madre alivia la enfermedad y danos el agua! Se acerca su Fiesta y en la novena en su honor la centenaria súplica se eleva hasta su trono: “Virgen del Trono bendita/madre, reina y soberana/Dad a la tierra puntana/ el agua que necesita”.

La Señora del Rosario escucha. El dolor de sus hijos es su dolor e intercederá por ellos, como lo ha hecho a través de los siglos. No los dejará desamparados, porque ella hundió sus raíces de amor en esta tierra y vive en el alma de la Puntanidad.