Expresiones de la Aldea, San Luis

LEVO TRISTÁN

Por Jorge Sallenave

EL PELA SE ENTERA DE LOS NUEVOS MORADORES

Las lluvias cesaron. Jorge y Alfredo seguían viviendo en la casa de Gumersindo. Este, con el cielo todavía encapotado, fue a pagarle el alquiler al Pela. El hombre lo recibió en apariencia con gesto adusto.

—Por lo que me he enterado has subalquilado una parte de mi casa. Supongo que tu alquiler subirá.

Gumersindo se preguntó si el almacenero tenía esa noticia por haberlo espiado o bien Toby se lo había contado.

La duda no fue eterna porque el Pela lo abrazó y le dijo que lo felicitaba por el buen gesto de tener a los chicos en la vivienda. “Me lo comentó Silvia”, fue la información.

—Hace varios días, en plena lluvia, me vino a preguntar cuál era mi opinión si sus hijos se mudaban a mi casa.

—Te tengo confianza. No es mucho, pero algo te estimo. No comprendí, aún no lo comprendo, por qué no la habías invitado a Silvia.

—En realidad lo hice, pero ella se negó.

—¿Supongo que no le cobrarás nada por esos niñitos? Vos sabés la estima que le tengo a Silvia y a sus niños.

—Me has hablado bien de ella, por más que se dedique a la prostitución y encima que cobra unos miserables pesos por hacer su trabajo. Debería estar loco si pretendiera cobrarle.

—Silvia me preguntó si su presencia en mi casa te traería algún problema, en especial si tu interés era sacarle el dinero que ella ganaba. Le respondí que eso no pasaría y agregué una mentira, que en mi opinión las mujeres no te gustaban y no estaba seguro que fueras maricón.

—¡Me has dejado bien parado! En realidad, yo le puse una condición, que se hiciera cargo de la comida de sus hijos, salvo cuando fuera yo el que cocinara.

“Monos con naranjos”, de Henri Rousseau 1910.

—Te quiero un poco más y para demostrártelo, a partir de hoy no me pagarás el alquiler. Lo usás si es necesario para darle de comer a los niños, seguiré siendo pobre aun con tu alquiler en mi bolsillo.

—Tenía una opinión diferente. Para mí los comerciantes solo piensan en tener más plata. En algún momento trabajé para un banco y en ese lugar solo les interesa contar billetes. Por lo tanto, estoy sorprendido. En fin, el tema de los niños de Silvia está solucionado. Me pregunto si no serás el padre de esos infantes.

—No lo soy, pero admiro a Silvia por el empeño que pone para sobrevivir.

Días más tarde Gumersindo se encontró con Toby en la selva y este lo invitó a conocer su casa. Respondió que sí.

—No está lejos y por favor no la critiqués. Caminaron donde la selva era más tupida hasta llegar a un árbol cuyo tronco no debía medir menos de diez metros de ancho.

Los monos grandes que ayudaron a Toby se encontraban frente al tronco y se pusieron de pie apenas lo vieron llegar.

—¿No me harán daño? —preguntó Gumersindo.

—Cuidan la entrada a la casa.

Se dio cuenta que los animales cubrían una puerta de ingreso colocada en el tronco.

—¿Allí está tu casa? —preguntó Gumersindo.

—Así es. En ese tronco. Ellos viven más arriba por si quieren ejercitarse elevándose por los árboles.

— ¡No te puedo creer! ¿Tú casa?

—Es cómoda. Acompañame Gumer.

Los monos colaboraron para que Toby abriera la puerta que tenía un parecido a la construida en la casa del Pela, pero el doble de grande o más.

Ingresaron. Toby había logrado sacar el centro del tronco. Con la misma madera realizó su cama que cubrió con un colchón rotoso. En el mismo ambiente tenía un brasero para cocinar. Se subía a los pisos superiores por escalones de madera. Unas sogas colgaban de los techos.

—¿Cuál es la finalidad de esas sogas? —preguntó Gumersindo.

—A veces los monos necesitan desempeñar actividad y les molesta subir por las escaleras. Eso sucede cuando se disponen a jugar con los árboles, por eso las ventanas están más arriba.

—¿No se te ocurrió hacer una cabaña?

—De ninguna manera. Mi casa, este tronco, es firme, no habrá inundación que lo voltee. Además, mantiene el frío y el calor según las estaciones del año. ¿Cómo se te ocurre que una cabaña tendría la misma capacidad?

—Te hago una pregunta ¿has construido alguna canoa?

—No tendría sentido. El extranjero y yo cruzamos el río nadando y ni hablar de los monos. En el vecino país, la gente pobre se mueve con canoas para evitar la policía fronteriza. A vos no te veo capaz de remar. Tu cuerpo me lo dice. Si tenés una canoa, te llevará algún tiempo dirigirla y remar para que no te lleve el agua a kilómetros de aquí. Supongo que puedo hacer una canoa, mejor aún que la que usan en el vecino país.

—La idea es que vos me enseñés a manejarla.

—¿Querés evitar la policía?

—Algo así.

—Te haré la canoa —dijo Toby.

Al regresar a su casa, Gumersindo vio que Silvia estaba en la puerta con los niños. Apenas notó su presencia les ordenó a los hijos que fueran adentro.

Al quedar solos la mujer le pidió autorización para vivir en la cabaña hasta tanto lograra recuperar la choza.

—No tengo problema, mientras los niños permanezcan aquí. Acordate nuestro pacto. Vos te encargás de pagar la comida de ellos.

(Quinta entrega)


Levo Tristán es el último cuento del escritor sanluiseño y referente de las letras puntanas, Jorge Sallenave. Será publicado, en exclusiva, en La Opinión y La Voz del Sud durante 9 entregas todos los domingos en el semanario papel desde el 13 de septiembre. La historia esta vez no transcurre en San Luis y Jorge prefiere que sea cada lector quien imagine el lugar.  
Como tantas veces en la vida, las personas necesitan que alguien los salve y salvar a otros, en estos vaivenes, ni la “mala suerte” derrumba la esperanza.
En tiempos de pandemia Sallenave continúa escribiendo y es algo para celebrar.

“Los flamencos”, de Henri Rousseau (1907).