TOLDERÍAS, FRONTERAS Y POLÍTICA
Por José Villegas (*)
El 1° Elemento: No Morir
“Nosotros no ser malos. Cristiano robando tierras y quitando nuestros hijos pequeños, nos enseñaron a no tener entrañas. Toda la pampa es de ellos, y nosotros aquí, en el pedazo peor adonde hemos venido los últimos, y aquí acabaremos, entre la arena y la tierra salada, no pudiendo sembrar ni piedras… Y tenemos que seguir siendo buenos. Aquí nos tenés: piden que tengamos tierra cultivada y aquí (en la colonia) no crecer nada. Indio bueno, trabajador amigo, toda mi familia con palas damos vuelta la tierra sembrando alfalfa pero ya te he dicho, tierra toda salada… ¡Después dice el cristiano, que el indio no sirve pa nada!... Los ranqueles estamos viejos… Nos echan ligerito de la vida.”
Santos Catrenao Morales (1907). Sobreviviente del genocidio, en un relato a la Revista “Caras y Caretas”, explicando cómo vivían en la Colonia Mitre
Muchos son los historiadores y hasta novelistas que han escrito sobre la vida de los Saá en las tolderías rankelinas, luego de “Las Quijadas”.
Vale aclarar que, entre tanta letra impregnada de veracidades, pero también de testimonios legendarios y míticos, todos coinciden en un elemento incontrastable: la causa de la huida y posterior vida entre las tribus rankelinas se debió a que si no escapaban, ¡morían!, tal como había sido el destino de sus jefes revolucionarios.
Por lo tanto, el supremo objetivo de los hermanos fue siempre el de poder sobrevivir mimetizándose con el indio y sus costumbres, sus pensamientos y acciones, su idiosincrasia y cultura y hasta sus acciones en no pocos casos impregnadas de violencia y resentimiento hacia los “cristianos”.
Sin embargo, es conveniente aclarar que no todos los caciques, capitanejos y demás autoridades rankeles, pensaban igual.
Es evidente que, en el caso particular de quien será su padre adoptivo, el Gran Payné, la extraordinaria sabiduría de éste sedujo a los Saá y, evidentemente, los llenó de una experiencia inolvidable. Solía reflexionar frente a sus indios el sabio jefe en los fogones:
“Carecer de luz interior, es declararse prisionero en una jaula de hierro. Resulta absolutamente imposible escapar y el pobre infeliz, sea indio o winka, queda inerme ante el ruido de la tormenta, el violento estruendo de las rocas cayendo en avalancha, la invisible carrera de los animales corriendo encabritados” .“En lugar de tinieblas, el Dios de los buenos te regala una columna de fuego. Para enfrentar a los temores y sobresaltos. Entonces serás un guerrero implacable”.
“Para vencer la animosidad divina, no basta la fuerza del cuerpo ni el poder de las armas que truenan y vomitan fuego, sino que se requiere la palabra. La palabra mesurada que hace entrar en razón al que inflige castigo y se le recuerda la alianza y los juramentos de los guerreros de antaño”.
“No hables mucho, (le dice a Panghitrus). Una palabra bien dicha equivale a todo un discurso. Y si hablas en el momento justo, estarás acertado. El cristiano habla demasiado y por eso se equivoca demasiado. No lo imites. Promete mucho y no cumple. No lo imites. Y si hablas para rectificar, eso será un deber que necesita ser cumplido. Cuando ayudes a un peñi, estarás mostrando que tienes su misma sangre. Los rankeles hablamos siempre con sinceridad. Y eso es rectitud. Cuando un ranquel dice cosas que no son ciertas, es porque su corazón se ha corrompido”. “El que habla debiendo callar, es un necio. Chachao Wentrú nos dio la lengua para decir lo que corresponde; no para decir mentiras. El winka dice mentiras. El winka dice que Dios le enseñó “no mentirás”, pero el winka se olvida de lo que le enseñó Dios y miente. Se debe hablar para decir la verdad. Callar las propias penas es sacrificio y es ser humilde y evita llevar al toldo de los otros el dolor que nos causan nuestras penas”.
(Primera parte)
(*) Esta serie de textos es la continuación de “Lanza Seca”- Datos biográficos del Gral. Juan Saá
Excelente. Leer a Villegas siempre es enriquecedor. Es muy bueno que su obra llegue a la comunidad. GRACIAS
El crudo y terrible relato de Santos Caternao Morales que en 1907 deja a la posteridad, con el que el Profesor Villegas inicia su nota, nos interpela por los crímenes cometidos contra las naciones originarias, con el argumento de formar el Estado.
La Patria ya había nacido con el General San Martín. Había llegado el momento de crear la Nación, pero Mitre, montado en la traición de Urquiza en Pavón, al impulsar la persecución de los patriotas provinciales con la sanguinaria ferocidad de sus procónsules, pulverizaba la idea de Nación.
Esa misma generación, ahora con Roca y Avellaneda, continuó la tarea de perseguir a los nacidos en esta tierra para configurar un Estado donde las nacionalidades no iban a tener lugar (hubo que esperar a otro militar, el General Perón, para tener una Nación).
El pavoroso relato de Caternao, que ocurre sólo tres años antes del Centenario, también convierte en pavorosa esa circunstancia. Argentina exhibía ante el mundo su gran desempeño económico. Dos indicadores bastan para explicitarlo: entre 1870 y 1909 las exportaciones habían aumentado 14 veces y, desde 1875 a 1913 la superficie sembrada con cereales pasó de 340 mil hectáreas a más de 20 millones. Sin dudas, la Argentina de 1907 era un país totalmente diferente de lo que era 50 años antes cuando Juan Saá ayudaba a fundar Fuerte Constitucional.
Lo que parecía un milagro económico, no lo era. Ese monumental crecimiento tuvo como base las más de 50 millones de hectáreas incorporadas al capital del winka, sin que se pagara un solo peso a sus dueños (Caternao era uno de ellos).
Así, el extraordinario crecimiento económico del que se pavoneaba la elite gobernante de Argentina, lejos de haber sido fruto del esfuerzo de otra elite, la económica, tuvo su origen en la bestial capitalización del sector agropecuario al incorporar esas 50 millones de hectáreas, a costo “cero”, como si éstas hubieran sido robadas, como reclama Caternao.
Comparar las salitrosas e inservibles tierras que en 1907 tenía Caternao, con aquellas que pasaron a manos del winka, fue para él la más incomprensible y dramática circunstancia de su vida. Considerando el valor de hoy de esas 50 millones de hectáreas que pasaron a manos del winka a un precio de (sólo) mil dólares por hectárea, el aporte de las naciones indígenas al desarrollo agropecuario fue de 50 mil millones de dólares, bastante mayor al PBI de aquella Argentina, equivale a la octava parte del PBI argentino actual, y su monto es mayor que el desembolso que el FMI otorgó al gobierno de Macri.
Años antes, en la ya entonces lejana década de 1840, acaso Payné presentía todo esto cuando aseguraba que el blanco “…dice mentiras. El winka dice que Dios le enseñó “no mentirás”, pero el winka se olvida de lo que le enseñó Dios y miente. Se debe hablar para decir la verdad…”
Tal vez el General Juan Saá, que escuchaba estas palabras en ranquel, las tuvo presente cuando luchaba para priorizar la idea de Nación, antes que la de un Estado, idea y noción que podría haber estado originada en otra nación, la ranquel.
Los pueblos originarios dejaron una semilla en la historia y en los héroes provinciales, semilla que aún pugna por germinar, lo que puede ser una de las causas de los recurrentes desencuentros entre los argentinos.