Expresiones de la Aldea, Tertulias de la Aldea

TOLDERÍAS, FRONTERAS Y POLÍTICA

Por José Villegas (*)

El 3° Elemento:
Sobrevivir

Un tercer elemento para el análisis de estos años en que los Saá “pertenecieron” a la Nación Rankel, es el de la sobrevivencia. Había que sobrevivir a cualquier precio en una cultura absolutamente extraña, tan diferente a la que ellos habían absorbido desde muy niños con educación, preceptor particular, familias cultas y enseñanzas muchas veces enfrentadas con lo que estaban viviendo entonces en esa coyuntura tan especial.

Es necesario detenerse un momento para describir un perfil diferente, muy diferente, el del Cnel. Manuel Baigorria, quien fuera uno de los jefes de la revolución de 1840, hombre de un tremendo resentimiento y despiadado, sin un dejo de gratitud para con sus salvadores, los indios, y mucho menos para con los “cristianos”.

Hay muchas anécdotas y testimonios que nos hablan de este personaje, pero hay un suceso que lo pinta de cuerpo y alma: Manuel Baigorria, “el cacique blanco” para las huincas, pero el “cóndor petiso” para los rankeles, se quedó en las tolderías rechazando el indulto del Gral. Pablo Lucero. Y se quedó masticando odio hacia sus excamaradas los Saá, quienes sí se marcharon, no sin antes reconocer en Payné al hombre que los había resguardado de la muerte.

Cuenta el Profesor Héctor Ossola en su libro “El Bramido del Puma” (Ed.SLL, 2009) que, en una oportunidad, un grupo de cautivos (entre los que se encontraba su mujer, Adriana Bermúdez), aprovechando una reunión del Consejo convocado por Payné para discutir una invasión a San Luis (que el mismo Baigorria había propuesto), escapa de las tolderías.

Así, con el despecho a cuestas de sentirse abandonado por aquella desdichada, reúne una partida y sale a la caza de los fugados. Durante tres días los persigue y, finalmente, los encuentra ¡uno por uno!

Los indios que lo acompañan no intervienen. Sólo observan desde sus cabalgaduras la carnicería que lleva a cabo el “cóndor petiso”.

En una incursión tremendamente riesgosa a Pergamino, luego de haber salvado la vida del Cacique Nehuelchú, otro de los bravos hijos de Payné, los hermanos se habían ganado el mote de “toros”, concepto que para los rankeles es de gran aceptación, pues significa los más valientes”. Esto, sin dudas, siempre llenó de orgullo a uno de los hermanos o peñito” (también peñí) preferidos de Juan, quien posteriormente será el Cacique General de la Confederación Rankel: Panghitruz Nüru (Mariano Rosas).

No obstante, otros “hermanos”, sentían celos de aquella preferencia, como el caso de Epumer, hermano menor de Mariano quién se presentó en una oportunidad en un importante estado de ebriedad al toldo de Juan Saá para desafiarlo en una pelea. Nos relata Nicolás Jofré, tomando este suceso de un testigo de la época, que Epumer, situado frente a aquella carpa le espetó:

“A ver: saliendo cristiano. Sacando tu lanza, cristiano toro: ¡aquí está Epumer Rosas!…

Fueron tales las provocaciones, y viendo D. Juan que estaba en peligro de que el indio lo ensartara en su lanza, se vio forzado a montar a caballo y lo acometió: era necesario hacerlo así y mostrar superioridad, pues el cobarde, el pusilánime, está perdido entre los salvajes.

Indios y cristianos formaron un círculo: diríase un torneo medieval: giraron las lanzas, y el combate fue. Legendario debió ser.

Por los ámbitos de la pampa resonó:

¡Muy toro, muy toro ese Juan Saá! ¡muy toro, muy toro! Epumer estaba herido en una pierna.

Veamos, en un brevísimo pero contundente ejemplo, la “picardía” y la genial astucia de Francisco Saá:

… un día le dicen a D. Francisco que estaba tendido en su poncho en el suelo: – A ver, un indio viene a desafiarnos; a vos te toca Pancho, – salí nomás…

Socarronamente les contesta:

-vayan peleen ustedes que tienen rabia: yo nadita de rabia que tengo hoy día…” (*)

De esta manera, y seguramente de muchas otras, los Saá sobrevivieron en el desierto. Esto es, gracias a aquel conocimiento profundo de la idiosincrasia y psicología de los rankeles, a su valor extraordinario y a su astucia, finalmente vuelven a su tierra, sanos y a salvo.

(*) Rescatamos aquí uno de los tantísimos testimonios de Antonino Lucero, compañero de exilio de los Saá en las tolderías, recogidos por su hijo Don Solano Lucero quien, a la edad de 80 años vivía en Las Cañitas, Estación La Cumbre. Don Solano le explicaba en una oportunidad al Dr. Nicolás Jofré que el prestigio de su padre entre los indios comenzó a partir del siguiente suceso:

“Lucero había servido en los ejércitos de Paz, y también su fama venía desde que sirvió en “Las Quijadas”, donde peleó bravamente. Su prestigio entre los indios comenzó desde el siguiente hecho: En un parlamento, el Coronel Baigorria incitaba a los indios para saltar la toldería de Saá, y había ya pronunciado su arenga, ya casi aceptada, Don Antonino que había permanecido allí confundido con la multitud, monta en su caballo, y entra al centro haciendo mil molinetes con su lanza. Habla en lengua auea, defendiendo la conducta de Juan Saá, y concluye desafiando al indio que se considere más bravo que hable mal de los cristianos y que quiera medirse con él. Dominado el parlamento por este rasgo de audacia y valor, la indiada aplaudió”.

Notemos entonces como, este noble criollo, salvó la vida de Juan Saá en aquella oportunidad. Y notemos también de quién fue la idea de matarlo a traición.

(Tercera parte)

(*) Esta serie de textos es la continuación de “Lanza Seca”– Datos biográficos del Gral. Juan Saá

Iconografía de Mariano Rosas, hacia 1830.