EL PRIMER VIAJE
Por Roberto Tessi
Ese viaje inaugural del tren que uniría para siempre la Capital Federal con San Luis y demás provincias cuyanas, era un sueño largamente acariciado por la dirigencia. Había surgido después de la Batalla de Caseros y necesitaba replicar los modelos que se venían imponiendo en excolonias de muchos continentes.
La feracidad de las tierras de lo que, genéricamente, se denominaba la Pampa, desató pasiones políticas por la desenfrenada ambición de los negocios inmobiliarios que se ventilaron muchas veces como estandartes de la burguesía criolla.
Fue como un despertar temprano de un grupo social de los hijos de los que superaron largamente la dependencia colonial con España, y este fenómeno sucedía a lo largo de toda América que alguna vez fue propiedad del reino peninsular.
Este clima de euforia se transmitía en los dos coches de pasajeros con los invitados que sentían estar viviendo un sueño.
A la mañana temprano se les sirvió un copioso desayuno preparado en la estación Laboulaye a base de scones recién horneados y croissants dulces y saladas como para quedar bien con la cocina inglesa y la francesa, café, té en hebras con leche y una infusión a base de yerba mate que causaba sensación entre los invitados.
También había tostadas de pan casero con mantequilla y mermeladas para untar, además del infaltable arrope de chañar que tanto gustaba a la gente de las ciudades cuando nos visitaban.
A medida que avanzaba el convoy se iba perfilando la silueta azulada de San José de Morro en el horizonte de un lado, y los medaños dorados con bandadas de flamencos rosados en sus bañados, y la tropa de avestruces a lo lejos, espantadas por la mole de hierro en movimiento, se observaban a la izquierda.
La llegada a la flamante Estación de Villa Mercedes, pasado el mediodía fue apoteótica, cientos de jinetes, algunos con banderas argentinas y cintas patrias en sus cabalgaduras, muchísimos sulkys y carruajes rodeaban el cuadro de la estación.
Próximo al andén, un improvisado palco y una formación completa de soldados con sus jefes esperaban impertérritos desde hacía horas con el temor latente que con la entrada del tren los animales se espantaran del susto.
Una banda militar de la policía provincial amenizaba la espera interpretando cuecas y zambas que el público acompañaba con palmas y agitando pañuelos. Estaba todo el pueblo presente, el Gobernador de la Provincia, altos dignatarios de la iglesia, autoridades municipales, los comerciantes y las incipientes colectividades de inmigrantes que tímidamente empezaban a hacer sentir su presencia.
Resoplando humo y vapor a presión, a paso de hombre la locomotora hizo su entrada entre acordes de la banda, las vivas y aplausos del público. En tanto los “chocos” que un siglo más tarde hiciera famosos los versos de Alfonso y Zabala, desaparecieron de la escena, espantados con la cola entre las patas, por la flamante Avenida Mitre que aún era de tierra y de dos manos.
(Parte 2)