MASA DE SAL
Por Carina Perretti (*)
Una casilla que resguarda la seguridad de la escuela, su límite. El lugar de los serenos, los porteros, los saludadores. Los días de frío ellos la observan a través de los vidrios, apenas visible, agradeciendo su colaboración.
Tras la despedida, fin de la jornada, saludos a mano alzada y a esperar el colectivo. Sin encontrar asiento, se toma de las manijas del techo, le duelen tanto las piernas que apenas puede hacer equilibrio.
Abrir la puerta de casa, sacar la llave tirando hacia afuera, y luego el empujoncito hacia dentro que la abre. Patear algunas cosas que habitan en el suelo, correr algunas pilas de otras en la mesa, y amasar.
Mientras el agua hierve en la hornalla, escucha el sonido del camión de la basura que se atasca de nuevo y refunfuña porque se demora en vaciar el tacho y le vibran las ventanas y no deja tomar mate en paz.
La masa le agrieta las manos, las quema, le exfolia los dedos, se resiste hasta formarse en bollitos con destino a la canasta y a salir.
Apenas sale, a la misma hora de siempre, a la hora del mate, algunos niños la esperan en la puerta de su casa, tratando de ver alguna rata y reciben los bollitos, agradecidos. Serán acopio en una bolsa para agujerear ventanas o serán proyectiles de las hondas para alguna cacería.
Sigue el itinerario cotidiano de casa en casa. Algunos vecinos simulan no estar y otros amablemente le abren la puerta, le reciben los bollitos y le dan algunas monedas. Por dentro, ella cree que es injusto que no le paguen el debido precio. Todos los bollitos irán a parar a las bolsas de basura y llenarán los tachos que le pesarán a los brazos del camión.
La tarde se hace larga, recorre al menos cuatro manzanas y nota que algunos vecinos se desvían entre las calles para evitarla o le gritan desde adentro que no hay nada y ella, por lo bajo, los maldice. Y no falta la vecina que le pide que le haga precio o le dé fiado.
Y al otro día la misma rutina. Abrir y cerrar la puerta de reja de la escuela, que es tan pesada. Saludar a niños y maestros. Mirar izar la bandera desde lejos con la mano en el corazón.
Los padres se preocupan por la seguridad de los niños. La directora les explica que es inofensiva, que tiene prohibido cruzar la puerta. Ella tardó en entender que no podían darle un uniforme, así que se fabricó el propio con un piloto de lluvia y cumple el horario a rajatabla. Está callada casi todo el tiempo y tuvieron que decirle que no comen harina para que no trajera sus bollitos de masa de sal.
(*) Carina Perretti es pedagoga. El tiempo libre la habilita a deslizar palabras en un papel y algunas notas en una guitarra. Se dedica a la enseñanza de la pedagogía y asiste al Taller Literario Silenciosos incurables desde hace un año, aunque su inclinación por la escritura y la lectura literarias data de algún tiempo atrás.