San Luis, Tertulias de la Aldea

EL GATO DE YESO

Por Roberto Tessi

En el barrio, apenas llegó de esa pujante Colonia Italiana de Naschel junto a sus padres y hermanos, los muchachos lo apodaron «el gato de yeso» pues era llamativa la blancura de su tez y sus ojos celestes cristalinos, además de su andar afectado de felino. 

Sus estudios secundarios fueron brillantes y, no obstante, lo humilde de su vestuario, lo envidiábamos, su apariencia siempre estaba impecable, lo del sobrenombre era nuestro desquite por la envidia que nos producía su aspecto, acicateados por nuestras madres que siempre lo ponían de ejemplo y nos comparaban con nosotros que la mayor parte del día andábamos jugando en la calle.

Mírenlo al Orestes, parece un caballerito inglés y ustedes al rato de estar cambiados aparecen zaparrastrosos y desaliñados.

Su obediente militancia católica en defensa de la enseñanza libre, opuesta a la enseñanza laica, lo premió incluso antes de terminar el secundario dictando horas de clase en los flamantes colegios privados religiosos de la ciudad. Primero, en materias donde no había aspirantes titulados para la cátedra, como ser Caligrafía, Estenografía y Educación Física.

Su inserción social lo ligó a la joven dirigencia que surgió de la mano del Frondizismo que tenía mucho predicamento en esa juventud desengañada por el antiperonismo de la Revolución Libertadora que miraban con simpatía las propuestas de Kennedy con su Alianza para el Progreso de América Latina.

Muy respetado en los ámbitos culturales del barrio se fue ligando a las dos Bibliotecas Populares que generaban encuentros de poesía, grupos Filodramático, coros y títeres y a medida que pasaban los años su porte varonil apenas afectado, despertaba suspiros en la Parroquia y la sala de profesores del colegio anexo por parte de algunas colegas que aún esperaban “la llegada del príncipe de sus sueños”.

El nombrado docente las dejaba en estado de ensoñación cuando venía a tomar un mate cocido en los recreos, su gruesa voz impostada y el penetrante perfume «Old Spice» inhibía el cotorreo y cotilleo que imperaba en ese lugar.

Esa mañana casi no saludó al entrar a la sala, ni siquiera se quiso detener a mirar a la chiquilina, nueva profesora de gimnasia, de ojos traslúcidos que tenía loco a media escuela. Su cabeza estaba en esos malditos grafitis que habían aparecido en una de las paredes del baño de mujeres realizado con lápiz de labio rojo pálido tal como le avisó uno de los porteros.

Como un reguero de pólvora corrió la noticia por los pasillos que lo llenaba de vergüenza y por qué no admitirlo, con algo de temor por esa doble moral que era imposible soslayar en esos años.

Pensó que la autora era de una chiquilina audaz y despechada con la cual había intercambiado unas minúsculas cartitas de amor platónico y a la que él también le dedicó un par de poemas, de los que luego se arrepintió, pero ya era tarde.

Nadie le quería contar qué habían escrito en la pared, como si fuera una amenaza solapada. Al día siguiente, para que nadie lo vea fue media hora antes del izado de la bandera y como quien no quiere la cosa recorrió los pasillos y se metió en ese baño que lo obsesionaba y atormentaba desde el día anterior y no lo había dejado dormir.

Grande fue su sorpresa al encontrar a la ordenanza Matilde borroneando el escrito, tratando de limpiarlo con una esponja, pero aún se leía: «GATO DE YESO», dentro de un corazón.

Profesor en 1930.