“Sostener el cuerpo de otros con las palabras”
A más de un año de respirar en la pandemia, Carlos Skliar acerca su mirada y la invitación a una reflexión colectiva para la construcción de un mundo más igualitario
Por Eliana Cabrera
Carlos Skliar, pensador, escritor, investigador principal del CONICET y del Área Educación de la FLACSO dialogó en exclusiva con La Opinión y la Voz del Sud. Realizó un balance sobre lo vivido y lo observado luego de más de un año de pandemia, y propone conversar acerca de todo lo que aún queda por pensar colectivamente en este contexto.
¿A qué reflexiones has llegado luego de más de un año viviendo en un contexto pandémico y de distanciamiento social?
Creo que todo el mundo ha pasado por varias etapas: desmoronamiento, para muchos inédito en sus vidas, luego incertidumbre, riesgo, necesidad de cuidado, compañía, también sedentarismo, dolor…hay tantas palabras que se han puesto en juego durante todo este tiempo… Yo podría hablar de desmoronamiento a nivel particular pero entiendo que cuando se desmorona el sistema económico, político, social, de salud, hay efectos muy puntuales en las vidas personales y colectivas, entonces yo lo que he intentado todo el año pasado fue dar compañía y no caer en la trampa de la sensación personal, del “yo me siento”, “yo opino”…
Me he dedicado a buscar las formas de compañía virtuales, no para hacer más fácil la vida de nadie, pero sí para dar una especie de sostén, ¿no? Creo que en eso mi vida pedagógica y “literaria” se ha volcado, a que la palabra tenga algún sentido en épocas donde esta se ha desprestigiado y se ha subestimado. Fue raro porque creo que en el fondo hemos tenido que poner el cuerpo con la palabra, y esa es una síntesis muy curiosa, porque claro que muchos han puesto es cuerpo con el cuerpo y otros solo han puesto la palabra con la palabra, pero creo que lo que resumiría un poco la vida que se ha llevado es eso: sostener el cuerpo de otros y el propio con las palabras y subrayar y narrar de otra manera eso que nos estaba pasando
Pero creo que lo que resumiría un poco la vida que se ha llevado es eso: sostener el cuerpo de otros y el propio con las palabras y subrayar y narrar de otra manera eso que nos estaba pasando
Carlos Skliar- Pensador, investigador y escritor
En contextos de urgencia e incertidumbre, ¿la reflexión giró en torno a buscar el sostén del otro?
Pensar no es un ejercicio privado, no para mí. No tiene que ver con la autosatisfacción de una conclusión que permita alojarse en un refugio sereno; al contrario, pensar es salir afuera. Cuidado con pensar para uno y para sí mismo, cuidado con salvarse con el pensamiento. Hoy la incertidumbre te deja en carne viva, por lo tanto el pensamiento está en carne viva, algo a lo que quizás no estamos acostumbrados. Por otro lado, no se trata solo de qué pienso sino cómo lo ofrezco. El año pasado lo que interesaba era cómo se comparte, cómo uno es generoso con el pensamiento y por lo tanto muestra también sus resquebrajaduras, algo no concluido porque piensa al mismo tiempo con otro, lo espera para poder conversar.
¿Qué pasó con el tiempo libre que de pronto tuvimos, deseable o no? ¿Sirvió para visibilizar modelos de vida condicionados al trabajo y al mercado? ¿Qué connotaciones adquirió?
Hay varias cuestiones para pensar. La primera es ¿cómo un mundo que está completamente adherido a la productividad y la exigencia puede plantearse una pausa a sí mismo? Si nuestra vida depende de cierto ritmo, consumo y aceleración me parece que la propuesta del tiempo libre genera una incomodidad inmensa.
No somos, por lo menos en los centros más urbanos, una civilización del tiempo libre. ¿Por qué? Porque ha sido considerado el enemigo público durante siglos.
Desde la revolución industrial hay algo entre el tiempo ocupado y el tiempo libre que está en tensión y el mundo ha jugado muy a favor de estar ocupados, incluso el tiempo libre se ha infectado con consejos sobre cómo utilizarlo/aprovecharlo.
Por otro lado están las rebeliones… Es cierto que noté una suerte de optimismo en los primeros meses a propósito de la posibilidad de poder ocupar el tiempo en cosas esenciales, de subrayar de otro modo la vida personal y colectiva… pero creo que eso fue rápidamente capturado por la industria del entretenimiento y mediática. También es cierto que en lo educativo noté una transformación, un intento de hacer que ese tiempo de poca vinculación tuviera un sentido distinto, pero no sé cuánto ha durado y no veo ahora, que en gran medida se empieza a volver, que sea una discusión crucial el hecho de si es más formativo el tiempo libre o el tiempo ocupado.
Da la sensación de que el primero es un tiempo vacío, de nada, pero a mí me gusta decir que es un tiempo al menos soberano, donde hay un espacio de decisión sobre cómo estar en el mundo, cómo o con qué vincularse y a qué prestar atención, sin que venga inmediatamente el ejército de “hay que aprender cosas útiles y provechosas”.
El tiempo libre muestra vínculos no mercadológicos con el mundo. Pero repito, es un campo minado porque ya hay toda una pedagogía que vuelve a vincular ese tiempo con el lucro y el provecho, quitándole lo formativo y volviéndolo otra vez utilitario. Estoy seguro de que no ha habido o no parece haber aun un debate serio en torno a esto.
¿Qué opinás del hecho de que se crea que en el ámbito educativo el 2020 “fue un año perdido” y que chicos y chicas en realidad “no han tenido clases”?
Creo que los chicos sí han tenido clases, aunque con mucha irregularidad. Lo que no tuvieron fueron escuelas. No puede dar lo mismo dar clases que ir a la escuela, para mí no son sinónimos. Es cierto que la escuela está regulada para dar clases continuamente pero no quiere decir que eso sea lo único que pase.
Yo creo que el año pasado fue un tiempo donde (si se quiso y si se pudo) hubo una especie de maduración de la humanidad tan extrema, de adultización referida al papel del Estado, de la ciencia y de la salud pública que acelera el tiempo de maduración de toda una generación.
Decir que se pierde el tiempo pone otra vez en escena que para muchos el tiempo escolar es el tiempo curricular, del cumplimiento de lo planificado. Sin embargo, cuando el mundo se puso patas para arriba se aprendieron muchas otras cosas trascendentales.
La experiencia de la humanidad madura hacia algún lugar, aunque sus efectos no estén claros… Por lo tanto, lo último que se podría decir es que no hemos aprendido, en todo caso no se habrá aprendido lo que estaba planificado, pero eso fue la experiencia común en todo el mundo: no hemos hecho el año pasado lo que queríamos o podíamos hacer.
¿En qué situación creés que se encuentran los y las estudiantes que están en formación y ya a punto de ingresar como docentes a las aulas?
El año pasado me vi envuelto en toda una polémica en torno a esos últimos años, básicamente sobre cómo terminar y qué pasaba con esas prácticas finales que supuestamente son las más significativas para concluir un proceso de formación.
A mí me pareció en el momento que lo que se podía concluir había que concluirlo, tomando consciencia de que la experiencia no era de una continuidad como la que veníamos viviendo de antes sino que la vida se había tornado discontinua, con interrupciones y vacíos, y esa experiencia merecía ser tomada en cuenta, sin omitir ni simular lo contrario.
Ahora bien, ¿por qué las prácticas ocurren al final de la formación y no durante un proceso, de comienzo a fin? ¿Por qué el vínculo profesorados-instituciones educativas no se realiza de una manera continua, de modo que la práctica no sea una materia que hay que aprobar al final, autorizando a un estudiante a cambiar su envestidura para ser profesor?
También es una práctica hacer tu propia biografía sobre la vida escolar, visitar escuelas, recoger testimonios durante toda la formación. Es algo que creo que se ha podido evaluar ahora. Lo que sí sostengo es que creo que había que terminar. No de la manera esperada, claro…
Todo está patas para arriba, entonces hay que hacerse del mundo a partir de esa imagen o disimular como si no pasara nada, y a esa idea yo le tengo mucho miedo, es decir, a la rápida vuelta del “aquí no ha pasado nada” y “sigamos adelante”… lo entiendo, pero es la experiencia que nos ha tocado y sobre ella hay que ahondar, no disimular.
En medio de la vorágine de las redes sociales y los discursos de todo tipo, reales y ficcionados… ¿Qué pasó con el lenguaje? ¿Se nutrió de experiencias o se saturó de ellas?
Creo que es una época signada por una supuesta libertad en la expresividad, pero no puedo decir lo mismo en cuanto a la responsabilidad. Cualquiera puede tomar la palabra y eso tiene dos efectos problemáticos, y uno absolutamente positivo que tiene ver con el hecho de que estamos en un mundo en el que la toma de palabra se ha vuelto más horizontal, más transversal: somos una máquina que desde cualquier punto puede enunciar. Sin embargo, esa máquina también es desigual, occidentaliza, coloniza… no es neutra. Entonces, en esa libertad “condicional” de expresión, ¿qué pasa con la responsabilidad?
Una de las problemáticas para ahondar implica preguntar si hay alguien del otro lado. No se trata de ajustar o agradar el mensaje, pero sospecho que a todos nos está importando enunciar pero no tanto saber quién está al otro lado, y eso influye en cómo se toma la palabra, que en el fondo se trata de comenzar una conversación.
Si uno se expresa “pese a” o contra un otro, la conversación no sigue. Yo no dudo del enunciado, dudo de la conversación.
El segundo problema es claramente la cuestión de la responsabilidad, es decir, ¿cuánto duran las palabras que digo? ¿Las acompaño para iniciar una conversación y me hago responsable de los efectos que pueda provocar? Entonces en este juego entre libertad y responsabilidad cualquiera puede decir cualquier cosa, sí, pero también a cualquiera no le puede importar nada los efectos de lo que dice. Eso para mí es un rompecabezas muy doloroso porque crea subjetividad, crea política, crea malhumor y al fin y al cabo una grieta personal y colectiva.
“Mientras respiramos (en la incertidumbre)” es el nombre de tu último libro. Considerando que esta situación pandémica se va a prolongar por un tiempo más, ¿cómo seguir respirando?
Intento cuidarme a mí y a los otros y entender la educación no solo como una forma de cuidar el planeta y el mundo, sino también de cuidarnos de él. Eso le deseo a la gente, y trabajo incesantemente en una vida pública virtual que ha causado estragos pero nos ha permitido acercarnos y crear otro tipo de lazos con aquellos que la distancia no permitía, sin caer en la trampa de convertirnos en influencers o coachings y que esto se convierta en el riesgo de una lista de consejos para vivir mejor, de lo que me aparto permanentemente. Lo que deseo es que lo que hayamos aprendido pueda servir para un mundo más igualitario, aunque parezca vacía la expresión.
Creo que urge tanto que nos cuidemos como que lo hagamos en condiciones de igualdad.