LA GRAN SOMBRA
Por Jorge Sallenave (*)
GANANDO ALTURA
EL LEOPARDO Y EL PUMA
La sombra se elevó por los aires totalmente transparente. Sobrevoló cerros, montañas más altas, volaba y volaba hasta que una cordillera apareció cubierta de hielo. Desconocía dónde estaba, pero era evidente que había ganado altura. Se preguntó si se encontraba en el Aconcagua, pero un cartel en piedra decía Fitz Roy. El hombre que lo llevaba cuando vivía, nunca estuvo en la cordillera y por lo tanto la sombra desconocía el lugar.
Intentó reflejarse en los hielos sin lograrlo. Los ojos que le dieron en las montañas de San Luis le permitían ver, también escuchaba. Estaba dispuesta a recuperar su color oscuro. En un momento comenzó a caer en el precipicio que la rodeaba.
La sombra se dijo que en la profundidad su vida terminaría. En contra de lo que suponía, voló una vez más. Recién pudo bajar entre árboles inmensos. Recordó que el hombre muerto solía visitar la selva. No pudo pensar más porque un leopardo era dueño de su sombra. Su cuerpo tomó el color oscuro. El animal se movía con grandes saltos, corría o atacaba. La sombra, por más que su cuerpo hubiera regresado no se sentía cómoda reflejando a un animal tan nervioso. El leopardo subía a un árbol con la seguridad que le daban sus fuerzas. La sombra disgustada recordó al hombre que la transportaba. Tenía una manera pacífica de desplazarse.
La sombra volvió al cuerpo transparente y voló. Pudo descender al llegar al Sololosta, próximo a La Carolina en San Luis. Tres o cuatro veces el hombre que muriera solía pasar a su costado. Cuando eso sucedía, el hombre se estremecía y si bien había unos ranchos al pie se negaba a acercarse a ese cerro que pretendía perforar el cielo. De pronto la sombra estuvo en la cima y de allí miró hacia abajo.
Vio que un puma subía a su encuentro, perseguido por unos perros dispuestos a atacarlo. El puma se detuvo en una roca y esperó al primer perro que lo seguía. Cuando el animal lo alcanzó, el puma le tiró un zarpazo abriéndole el cuello.
La jauría lo alcanzó y el puma no pudo hacer uso de sus garras porque el ataque fue veloz y uno de los perros logró morderle la garganta.
El puma cayó al vacío y una estrella fugaz lo hizo volar.
La sombra pensó que algo tenía que ver la Gran Sombra.
UN VIAJE MÁS LEJANO
La sombra fue regresada al mismo lugar en que fuera recibida por su guía. Esa noche se encaminó a la montaña en contra de sus deseos, pero alguien más fuerte la obligaba a ascender.
Al llegar, le llamó la atención que estuviera sola. Que no hubiera otras sombras. Supuso que no las veía porque mantenían sus cuerpos transparentes, que serían recién llegadas. Miró hacia el cielo. Un color celeste que se abría paso en la oscuridad le rodeó el cuerpo. Levantó vuelo y llegó a una altura que nunca había soñado, donde veía la tierra como una pelota de tenis.
—Debo estar en la Gran Sombra —pensó.
La idea se disolvió cuando el reflector del quirófano la iluminó.
Había perdido los ojos y los oídos. Su cuerpo era oscuro y reflejaba a una mujer pariendo.
—Regresé —afirmó.
Con este pensamiento recordó el alma, el espíritu, la sombra que no moría como el resto del cuerpo.
Fue lo último que pensó. Ni siquiera se ocupó de la Gran Sombra.
(*) FINAL