San Luis

Elogios del caminar

Frédéric Gros y David Le Breton desgranan miradas poéticas y filosóficas en dos libros oxigenantes que hacen camino al andar

Por Matías Gómez

En “Andar, una filosofía”, Gros, experto en psiquiatría, filosofía del derecho y especialista en Michel Foucault, nos invita a pensar lejos de los escritorios para adentrarnos en las huellas inmensas de pensadores como Emmanuel Kant, Henry David Thoreau, Walter Benjamin y Jean-Jacques Rousseau.

Se trata de 180 páginas que no solo proponen beneficios cardiovasculares, sino un modo de experimentar o recrear qué sintieron los filósofos al frecuentar bosques, precipicios y orillas.

Así, mientras se disfruta de esta obra, es posible comprobar cómo se habilitan nuevos espacios interiores, desde la fundición con el paisaje, entre el bamboleo con los elementos.

“Para ir más despacio no se ha encontrado nada mejor que andar. […] ¿Quieren ir más rápido? Entonces no caminen, hagan otra cosa: rueden, deslícense, vuelen. No caminen. Caminando solo una hazaña importa: la intensidad del cielo, la belleza de los paisajes. Andar no es un deporte”, apunta Gros.

El foco no está en la meta; más bien en la energía que se despliega, es decir una experiencia de plenitud accesible, donde tampoco hay planificación, ya que el tiempo se pone entre paréntesis para contemplarlo desde otra dimensión o presencia. La invitación, en definitiva, es a saborear el instante.

 “Caminando se escapa a la idea misma de identidad, a la tentación de ser alguien, de tener un nombre y una historia. Ser alguien está bien en las veladas mundanas en las que cada uno habla de sí mismo o en la consulta del psicólogo. Pero ser alguien ¿No es una vez más una obligación social que encadena, una ficción estúpida que pesa sobre nuestros hombros?”, reflexiona Gros.

Otro ensayo clásico para conectar con el entorno es «Elogio del caminar». La ruta comparte algunos mapas con la anterior, aunque aparecen cálidos y osados compañeros literarios: Pierre Sansot, Patrick Leight, Basho o Stevenson.

“La manera en que se denigra masivamente el caminar en su uso cotidiano y su revalorización paralela como instrumento de ocio son hechos que revelan el estatuto del cuerpo en nuestra sociedad. El vagabundeo, tan poco tolerado en nuestras sociedades como el silencio, se opone así a las poderosas exigencias del rendimiento, de la urgencia y de la disponibilidad absoluta en el trabajo o para los demás (convertida, con la aparición del teléfono móvil, en una caricatura). No he querido escribir una enciclopedia del caminar, ni un modo de empleo, ni un estudio antropológico. Además de las manifestaciones, que son ya un rito habitual de la queja social, existen otros tipos de marcha como forma de protesta cuando un oponente político recorre a pie largos trayectos haciendo tambalear el mundo a su paso a imagen de Gandhi o Mao (Rauch, 1997).

También están las andanzas del joven que huye de estación en estación (Chobeaux, 1996) o el penoso deambular de las personas sin techo. Pero los caminos no son los mismos; unos y otros serpentean en dimensiones distintas del mundo y hay pocas posibilidades de que se crucen.

Mi intención es más bien hablar acerca de ese caminar consentido que se hace con placer en el corazón, ese que invita al encuentro, a la conversación, al disfrute del tiempo, a la libertad de detenerse o de continuar el camino. Una invitación al placer y no una guía para hacer las cosas correctamente. El goce tranquilo de pensar y de caminar”, propone el antropólogo francés David Le Breton en el primer capítulo.

Cada tanto, en estas casi 170 páginas, hay palabras que resuenan mientras se anda o desanda: libertad, creatividad, soledad. El ensayo además ofrece una oportunidad para prestar atención a la forma en que se desprenden y burbujean las ideas, cuando un pie le sigue a otro. Propone, entre exquisitas impresiones, abandonar las automatizaciones para intentar alguna reconexión.

“El hombre que camina, por Shanna Bruschi Art.

“Caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia. Lo sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena. A veces, uno vuelve de la caminata transformado, más inclinado a disfrutar del tiempo que a someterse a la urgencia que prevalece en nuestras existencias contemporáneas. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos, no nos exime de nuestra responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo”, observa Le Breton.

Caminos cruzados

En ambos libros se aprecia el vitalismo. Gros inicia con una cita de Nietzsche: “Estar sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y pudiendo nosotros movernos con libertad, a ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los músculos. Todos los prejuicios proceden de los intestinos. La carne sedentaria —lo he dicho en otra ocasión— es el auténtico pecado contra el espíritu”.

Aunque también propone cierta transmutación de valores, Le Breton cambia ese martillo filosófico y prefiere abrazar la causa ecológica de Thoreau, con quien abre su ensayo: “Aquel cuyo espíritu está en reposo posee todas las riquezas. ¿Acaso no es igual que aquel cuyo pie está encerrado en un zapato y camina como si toda la superficie de la Tierra estuviera recubierta de cuero?”.

Por otro lado, ambos escritores trazan sutiles críticas y ponderaciones. “Observo que en numerosas actividades y deportes la alegría proviene de la transgresión de la gravedad, de la victoria sobre esta: mediante la velocidad, la elevación, el impulso y la invitación a la superación vertical. Pero caminar, al contrario, es experimentar a cada paso la gravedad, la imantación inexorable de la tierra.

El paso de la carrera al descanso es violento. Uno se agarra las costillas, enseguida se empapa en sudor, le arde el rostro. Uno se detiene porque el cuerpo va a reventar, porque le falta la respiración. Cuando se camina, al contrario, detenerse es como una realización natural: uno se detiene para acoger una nueva perspectiva, para respirar el paisaje. Y echa a andar otra vez, sin ruptura. Existe como una continuidad entre la marcha y el descanso porque no se trata de transgredir la gravedad, sino de realizarla”, compara Gros.

“La marcha nos recuerda así sin cesar nuestra finitud: cuerpo pesado de necesidades toscas, clavado al suelo definitivo. Caminar no es elevarse, no es engañar a la gravedad, no es hacerse ilusiones, mediante la velocidad o la elevación, sobre nuestra condición mortal, sino más bien efectuarla a través de esa exposición a la solidez del suelo, a la fragilidad del cuerpo y a ese movimiento lento de hundimiento.

Caminar es exactamente resignarse a ser ese cuerpo que camina, inclinado. Pero lo asombroso es que esa resignación lenta, ese inmenso cansancio nos dan la alegría de ser. De no ser más que eso, desde luego, pero en armonía absoluta. Nuestro cuerpo de plomo, a cada paso vuelve a caer sobre la tierra, como para volver a arraigar en ella. La marcha es una invitación a morir de pie”, asegura.

Le Breton aborda la reducción del mundo contemporáneo y recuerda que para nuestros ancestros caminar era casi la única forma de desplazarse.

“El mundo por el que se puede caminar se reduce con la extensión progresiva de las zonas urbanas, de las autopistas que cortan el recorrido, de los trazados de líneas de tren de alta velocidad o de los antiguos caminos de tierra acondicionados para que permitan el acceso a los bosques de coches todoterreno o incluso de automóviles urbanos. El crecimiento de la rentabilidad turística de una región implica a menudo un desarrollo de las infraestructuras terrestres que no tiene en cuenta al caminante, considerado como un personaje anacrónico a menos que se contente con pasear por unas zonas determinadas para su uso y disfrute. El elogio al automóvil es omnipresente, y crea un universo necesariamente hostil al caminante o al ciclista (a juzgar al menos por las reglas y las normas de conducta en vigor, que siempre perjudican al más débil). Claramente, los espacios indeterminados, abiertos al deambular, a la sorpresa, al descubrimiento, son cada vez más escasos”, señala.

Gros y Le Breton animan a pensar a través de los pies para recuperar el sosiego, la comunión con la naturaleza, ritmos, regeneraciones, ensoñaciones, celebraciones y hasta itinerarios espirituales.

“Alejarse”, por Shanna Bruschi Art.