El metafísico taller de mi suegro
«Poder disfrutar los recuerdos de la vida es vivir dos veces”.
Marcial.
Por Agustín Lautaro Sánchez
A veces, cuando hablamos de nuestros quehaceres diarios, nos parecen tan importantes, que quisiéramos que el mundo se postrase a nuestros pies y nos rindiera pleitesía, pues es lo menos que pueden hacer, ya que no hay persona alguna que tenga algo más importante que desarrollar que yo.
Esto es gracioso, pero es la verdad, y basta que nos sinceremos con nosotros, y recordemos cómo insultamos desde el gobernador hasta las palomas, cuando un semáforo nos corta la velocidad a la que íbamos o una obra de construcción nos impide el paso.
Somos muy soberbios y estúpidos, pero es la verdad.
Hay un ejemplo que me da mucha gracia. El Padre del New Deal, el presidente más yankee que ha tenido USA, y que los sacó de la gran depresión y su líder en la Segunda Guerra, Don Franklin Delano Roosevelt, murió antes del fin de la guerra. Él sabía que el poderío norteamericano venía con el triunfo y él iba a ser ese MAJESTUOSO EMPERADOR PANAMERICANO, y murió.
Lo sentimos mucho, qué suerte Delano.
La muerte nos atrapa, todo se pierde, y lo que parecía un montón se convierte en una ridiculez.
El otro día, acompañé a mi suegro a su taller, él es un artesano que hace las placas para el cementerio. Me mostró trabajos, charlamos, hasta me enseñó a usar el pantógrafo.
Es un trabajo muy fino e impresionante. Tiene cientos de cosas grabadas, hasta una copita de latón de unos juegos provinciales dedicados a personas que hoy por hoy, nombran calles y avenidas. Todas cosas encontradas en las chacharitas. Jaja, sic transit gloria mundi.
En un momento me senté, y empecé a fijarme en un grupo de placas restauradas, no retiradas o mal hechas. Mi mente empezó a volar, y a meditar en cómo nuestra vida es tan caduca, que antes o después, nuestros nombres, y hasta los deseos de nuestros amados, quedarán en un recorte de hojita, esperando para ser grabados en el duro metal.
O lo que es más fuerte, en una pila de placas mal hechas, llenas de tierra. El famoso “No somos nada”; fue demasiado palpable para mí en ese momento.
Empecé a revolver placas, medallitas y trofeos, y en eso, un rayo de realidad, traspasó mi corazón.
Allí, entre medio del desperdicio, una plaquita de metal plateado, con el nombre de mi hermana Julieta.
No fue algo triste, aterrador o morboso, sólo fue la realidad misma. Allí en el viejo taller de mi suegro entendí que la vida pasa y se renueva, que siempre somos lo que traemos del pasado, aún cuando el presente ya es tan lejano del pasado.
Aquella tarde, volvieron a mí esas estrofas escritas por Manrique:
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir; allí van los señoríos, derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos; y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos”
No busquemos más la fastuosa falsedad o la brillantina, recordemos que pronto viene la muerte “tan callando”.
Seamos felices con lo poco, Tolkien decía, que el mundo sería distinto si se le prestara más atención a la risa, la comida y las canciones que al oro.
Quiera el Cielo que nos convenzamos, que el amor, es más importante que cualquier cosa en esta tierra.
