San Luis de los puntanos
Por Antonio Esteban Agüero (*)
Contaré un pequeño país argentino. El bravío y áspero reducto que el pueblo puntano habita desde hace cuatro centurias. Su nombre: San Luis. Está ubicado geográficamente entre las coordenadas donde la Argentina debería tener su corazón, si la consideramos una estructura biológica. Sobre los mapas nacionales, San Luis nos demora la atención a causa del diseño de su extraño contorno, que imita al hueco de la llave de una antigua cerradura, digna de abrir castillos de piedra, viejas catedrales o cofres de guardar secretos.
Dijimos casi cuatro centurias al mencionar su data elevados, sin duda, por esa congénita modestia provinciana que tanto ha contribuido a nuestra postergación y desconocimiento. Pues, en efecto, el pueblo puntano, en cuanto conglomerado humano, data desde varios milenios anteriores al descubrimiento de América.
Tanto es así que, mediciones, realizadas por el método de carbono 14, señalan una edad de setenta siglos para los huesos calcinados de un guanaco, encontrados en una de las tantas cavernas pictografiadas que pueblan las serranías de San Luis, en este caso, la Cueva Pintada del Cerro de Sololosta. Desde hace siete mil años, pues, el hombre, transita, trabaja y asume esta porción del planeta, sobre el cual ha ido dejando, generación tras generación, los testimonios dramáticos de su poder creador.
Viajando desde las tierras bajas del litoral, encontramos a San Luis en el umbral de Cuyo, más inclinado hacia la atracción masculina de los Andes, que hacia la incitación verde y blanda de la llanura húmeda.
Las carreteras y las vías férreas la atraviesan por zonas que desilusionan al viajero desatento o nervioso, puesto que en ellas lo reciben los manotazos del viento, la sequedad arenosa de los médanos, el resplandor dorado de los pajonales, la urticante bravura de los cactus, y el ramaje esquelético de los chañares y espinillos.
“Esta no es tierra de turismo”, se dice la gente, ansiosa de encontrar blandura de paisajes para curar el ardor de los ojos y, por ese motivo, procura apresurar el ritmo de marcha del automóvil que conduce o del vagón ferroviario que los transporta.
Les grito: “deténganse unos instantes, por favor, denme la mano, seré vuestro lazarillo puntano, y sabré conducirlos por ocultos caminos hasta que logren descubrir el espíritu de este pequeño país y la amplitud de su enorme secreto”.
(*) Primera parte- Este texto, publicado originalmente en abril de 1968, en LYRA, (BS.AS) se encuentra incluido en el libro Vivir en Poesía- Guiones. Discursos. Anécdotas y Poemas inéditos. Perteneciente a la primera edición, 2da reimpresión realizada por la Universidad Nacional de San Luis, quien posee los derechos sobre sus obras completas.