La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Época de crisis

La guerra que Rusia inició en Ucrania es un conflicto con dimensiones internacionales. Pero, y sobre todo, con terribles consecuencias para la humanidad

Agustina Bordigoni

Licenciada en Relaciones Internacionales

“Rusia necesariamente ha de tener especial interés de seguridad en los que llaman ‘países cercanos’ –las repúblicas de la antigua Unión Soviética–, a diferencia de las tierras que están más allá del antiguo imperio. Pero la paz del mundo requiere que se satisfaga este interés sin una presión militar o una intervención militar unilateral. La clave consiste en saber si se debe tratar la relación de Rusia con las nuevas repúblicas como un problema internacional, sujeto a las reglas aceptadas de política exterior, o como un efecto de las decisiones unilaterales de Rusia, en que los Estados Unidos tratarán de influir, si acaso, apelando a la buena voluntad de los dirigentes rusos. En ciertas zonas –por ejemplo, en las repúblicas de Asia central, amenazadas por el fundamentalismo islámico– es probable que el interés nacional de los Estados Unidos sea paralelo al de Rusia, al menos en lo tocante a oponerse al fundamentalismo iraní. La cooperación sería allí perfectamente posible, mientras no prescriba un retorno del imperialismo ruso tradicional”.

El fragmento, del libro “La diplomacia”, de Henry Kissinger, bien puede resumir la situación de guerra actual entre Rusia y Ucrania. Y es que todo podría resumirse en un conflicto de la Guerra Fría no resuelto, que está dejando huellas devastadoras sobre una población que ni vivió esa guerra, ni debería volver a vivir ninguna. Sin embargo, y tal como señala Kissinger en su obra, la Rusia de Vladimir Putin parece tener ese especial interés en la seguridad de los países cercanos, en este caso Ucrania. Y esa seguridad no tiene que ver con el país, eso está claro: tiene que ver con una seguridad geopolítica y estratégica de “zonas de influencia” que se crearon durante la Guerra Fría y que parecen tener aún vigencia.

Ese “imperialismo ruso tradicional” que señala el autor, parece haber vuelto. O tal vez nunca se fue. Pero, ¿cómo se llegó a la actual situación?

Una crisis de larga data

Ucrania se constituyó como Estado independiente junto con otras 14 naciones tras la disolución de la Unión Soviética, en 1991. Desde 1954 la península de Crimea pertenecía al territorio ucraniano: había sido otorgado durante la época de la Unión Soviética, por iniciativa de Nikita Jruschov.

Ya desde la disolución de la URSS, Rusia no aceptó tal decisión: un año después, en 1992, el Parlamento ruso declaró ilegal esta cesión. Desde entonces, y hasta 2014, no detuvo sus reclamos sobre Crimea.  

A nivel internacional, y en plena Guerra Fría, se crearon la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), con el objetivo de neutralizar cualquier amenaza soviética, y el Pacto de Varsovia, como respuesta a esta última organización.

Todo esto es importante para entender la situación actual, cuyo antecedente más reciente se ubica en el año 2014. Ese año, el presidente ucraniano Víktor Yanukovich debió renunciar luego de decidir que el país no firmaría el acuerdo para pertenecer a la Unión Europea y en cambio iniciaría las negociaciones para formar parte de la Unión Aduanera Eurasiática (otra vez, surgida en contraposición a la integración europea). El anuncio causó una serie de protestas, conocidas como “Euromaidán”, en las que murieron al menos 100 personas en manos de la represión ejercida por el gobierno.

En marzo de ese mismo año, en Crimea,  y en medio de la convulsión social, Rusia ingresó al territorio ucraniano y, junto con los separatistas de la península, celebró un referéndum en el que ganó la opción de que la península se separara de Ucrania y se uniera a Rusia, en unas elecciones que no fueron reconocidas por la comunidad internacional. Desde entonces diferentes países, incluidos los de la OTAN, aplicaron sanciones a Rusia, muchas de las cuales se mantienen hasta hoy.

Un mes después separatistas, apoyados por Moscú, tomaron parte de las regiones de Donetsk y Lugansk, al este de Ucrania, a lo que el gobierno ucraniano respondió y con lo que se desató un conflicto que se mantuvo hasta hoy. Los separatistas proclamaron ya entonces a estas regiones como repúblicas independientes, algo que no fue reconocido por ningún Estado, hasta esta nueva escalada.

El 14 de enero de este año, el ejército ruso realizó maniobras en su frontera con Ucrania y fue aumentando su presencia militar en esa frontera. La comunidad europea y EE UU reaccionaron con una serie de reuniones para determinar la respuesta.

El reclamo de Rusia es que la OTAN no siga avanzando cerca de sus fronteras, y particularmente que Ucrania no pase a ser parte de la organización que, a pesar del fin de la Guerra Fría, sigue existiendo y expandiéndose, algo que Vladimir Putin ve como una amenaza a su seguridad o, más precisamente, a ese “imperialismo ruso tradicional” mencionado más arriba.

Luego de una serie de intentos de negociación con los acuerdos de Minsk (firmados por las partes en 2004 y 2005), y de amenazas desde ambos lados se produjo un punto de inflexión: el 21 de febrero Rusia reconoció a las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk y 3 días después anunció lo que Putin llamó una “operación militar especial”, invadiendo Ucrania.

La crisis no solamente se transformó en internacional por la respuesta del mundo. Las sanciones económicas a Rusia afectarán al resto del mundo también y no solamente a Europa.

Una crisis global

Una de las primeras sanciones impuestas por Europa fue la suspensión del permiso para que el gasoducto Nord Stream 2 pueda funcionar. Se trata de una vía de transporte del gas directo desde Rusia hacia Alemania, sin hacer camino por Ucrania, que cobraba por esto 2000 millones de dólares anuales.

Pero el tema del gas es muy importante para Europa, y en particular para Alemania: Rusia es el principal país de procedencia de este bien, ya que de allí proviene más del 40% del gas que se consume. Lo mismo pasa con el petróleo: el 30% viene de Rusia.

Recientemente, EEUU anunció que prohibiría las importaciones de petróleo, gas natural y carbón de Rusia, algo que advirtió seguramente repercutiría en el aumento de los precios de estos productos. Para buscar opciones, el presidente Joe Biden volvió a hablar con antiguos enemigos: se reunió con Nicolás Maduro, a pesar de que la violación de los derechos humanos sigue estando en el mismo lugar que cuando se rompieron las relaciones.

Pero además de los combustibles ya aumentaron los precios de las materias primas (trigo, cereales), algo que, prevén organismos como el FMI y el Banco Mundial, se agudizará y tendrá consecuencias devastadoras para la economía mundial, sobre todo si el conflicto se extiende en el tiempo.

Una crisis de humanidad

Entre los principales países de procedencia de las personas refugiadas en el mundo, Ucrania ya consiguió el triste récord de ubicarse entre las tres primeras junto a Siria y Venezuela. La diferencia es que en estos lugares las crisis humanitarias llevan años, mientras en Ucrania huyeron millones de personas en cuestión de días.

La situación siempre puede empeorar y, si la guerra continúa, al menos 4 millones de personas habrán salido del país en los próximos días, según las estimaciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (Acnur).

Sin embargo, hay una crisis aún peor que enfrentar. Y es una crisis de la humanidad toda: incluso ante la evidencia y los hechos innegables –transmitidos constantemente y con crueldad por todos los medios posibles–, hay quienes se quedan en las palabras para justificar las crueldades de la guerra con una postura política, evitando usar términos como “invasión”.

Invadir, según el diccionario de la Real Academia Española, significa “irrumpir, entrar por la fuerza. Ocupar anormal o irregularmente un lugar. Entrar y propagarse en un lugar o medios determinados”.

La definición de humanidad, a su vez, es la de la “sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas”.

Que cada cual saque sus propias conclusiones.