La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

EL FRACASO DE LA DIPLOMACIA

Errores de cálculo sobre el apoyo que tendría Argentina en un eventual conflicto con Reino Unido, embarcaron al país en la guerra de Malvinas

Por Guillermo Genini

La Aldea Contemporánea

La crisis interna de la última dictadura militar, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, era evidente a finales de 1981. Las relaciones entre el presidente Roberto Viola y su gobierno con la cúpula militar eran ríspidas y distantes, pues ya no representaban cabalmente el pensamiento mayoritario de las Fuerzas Armadas. Esta situación tuvo efectos desestabilizantes y Viola no pudo contentar los planteos de la Junta Militar. El resultado previsible de esta situación fue su sustitución.

En diciembre de 1981 fue reemplazado por el General Leopoldo Galtieri como nuevo presidente de facto. Su asunción supuso un nuevo rumbo para el gobierno asentado en varios pilares, entre los que estaba una alianza estrecha en el aspecto exterior con los Estados Unidos y el apoyo irrestricto a su política anticomunista, sobre todo en América Latina.

Errores de cálculo

Galtieri compartía con un sector de las Fuerzas Armadas una visión simplista del juego internacional y consideraba que la participación de Argentina en algunas operaciones contra los comunistas en América Central le asegurarían, sino el apoyo, al menos la neutralidad estadounidense en su plan más audaz: la recuperación de las Islas Malvinas.

Por ello Galtieri se rodeó de ministros que eran del agrado del gobierno del presidente estadounidense Ronald Reagan como el economista ortodoxo Roberto Alemann en Economía, y el canciller Nicanor Costa Méndez, quien creía en un acercamiento con Estados Unidos en un contexto mundial signado por las divisiones ideológicas características de la Guerra Fría. Esta visión pro-occidental alejaba a la Argentina de un cada vez más amplio Movimiento de Países No Alineados.

Según el historiador Hugo Quiroga, para las Fuerzas Armadas la ocupación de las Islas Malvinas era un modo de revitalizar cierto consenso social que había rodeado el Golpe militar del 24 de marzo de 1976 y lograr una nueva legitimidad para un régimen carente de otras alternativas, utilizando una reivindicación histórica de hondo sentido nacional para los argentinos, frente a una realidad donde la crisis económica causaba desocupación y caída del salario real. Sin embargo, pronto esta aventura irresponsable se chocaría con una situación internacional regida por el realismo y el juego de los grandes intereses mundiales.

En el centro de los cálculos diplomáticos de los militares estaba una sobrevaloración de la posición que la Argentina jugaba en el mundo occidental y cristiano. Galtieri y la cúpula militar tenían una apreciación errónea sobre las posibilidades de apoyo que podía brindar los Estados Unidos ante la ocupación armada de las Malvinas. Este análisis perdió de vista que ese país era cabeza de una coalición internacional que tenía fuertes intereses con Gran Bretaña y el mundo atlántico por medio de la OTAN y que no cambiaría su posición por acompañar una acción inconsulta, sorpresiva y unilateral de un país sudamericano colaboracionista, pese a que lo unía un difuso vínculo de asistencia militar como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).

El TIAR era producto de la temprana Guerra Fría y representaba para América la aplicación de los principios de la “Teoría de la Contención”, por la cual Estados Unidos pretendió y logró la adhesión de la mayoría de los países de América Latina a una política anticomunista que dificultara la expansión de la Unión Soviética en el hemisferio occidental. Fue la contraparte americana de la misma política que se aplicó en Europa con el Plan Marshall (1947) y la formación de la OTAN (1949).

El TIAR y el asunto de Malvinas

Este Tratado comprometía la asistencia defensiva de los Estados Unidos ante cualquier agresión militar de origen extra americano al continente. En la práctica formaba parte de un dispositivo de control aplicado desde Washington para mantener a los gobiernos latinoamericanos en una posición de sujeción política y de colaboración en el combate de los partidos comunistas para evitar su llegada al poder. Se firmó el 2 de septiembre de 1947 en el contexto de la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente celebrada en Río de Janeiro.

El éxito inicial del TIAR consistió en lograr la adhesión tanto de Brasil como de Argentina, los países más poderosos del Cono Sur. En el caso de Argentina, el gobierno de Juan Domingo Perón presentó serias discrepancias a su firma, pero terminó adhiriendo por medio de un acuerdo legislativo que lo ratificó en 1950, cuando su política exterior giró hacia un acercamiento con los Estados Unidos. Para facilitar su ratificación, el gobierno de Perón logró la venta de dos cruceros estadounidenses clase Brooklyn, que luego serían bautizados como “9 de Julio” y “General Belgrano”, este último hundido durante el conflicto de Malvinas.

Thatcher y Galtieri: dos caras de la Guerra de Malvinas.

Según su articulado, el TIAR se activaba ante un “ataque armado por parte de cualquier Estado contra un Estado Americano” y se consideraba que la ayuda militar de los demás Estados debía ser inmediata basado en el principio de la legítima defensa colectiva reconocido por las Naciones Unidas. Este mecanismo se aplicaba “en todos los casos de ataque armado que se efectúe dentro de la región” especialmente si provenían de una fuerza extraterritorial.

A lo largo de los años siguientes Argentina siguió formando parte del TIAR, lo que representaba aceptar el pacto anticomunista liderado por Estados Unidos, mientras intentaba infructuosamente incluir el reclamo histórico de las Islas Malvinas dentro de la agenda continental. Pese a que no lo logró, permaneció dentro de esta organización supranacional, bajo la hegemonía de Washington.

Si bien en 1975 se modificó parcialmente su mecanismo interno para dotar al TIAR de una participación más equitativa, muchos gobiernos latinoamericanos percibían que este Tratado no reflejaba sus necesidades ni sus intereses, y Estados Unidos hizo poco para cambiar esta situación.

Es por ello que cuando Galtieri y la cúpula militar argentina se ilusionaban con el apoyo de Washington en su acción inconsulta sobre las Malvinas en 1982, Estados Unidos no dudó en priorizar su apoyo a Gran Bretaña, miembro de la OTAN y aliada tradicional en su lucha contra el avance comunista.

El gobierno argentino en vano utilizó toda su capacidad de propaganda por medio de los medios masivos de comunicación para ilustrar a su población que el TIAR era un mecanismo que resguardaría a sus tropas, que habían recuperado las Islas Malvinas el 2 de abril.

Sin embargo, el fracaso diplomático argentino fue inmediato y sobre éste se montó una respuesta clara y contundente por la cual Estados Unidos pudo desconocer los compromisos asumidos por el TIAR. Para el historiador Leandro Morgenfeld ese episodio “mostró los alcances y límites del TIAR” y de hecho lo hirió de muerte pues era la oportunidad de demostrar su eficacia.

El inicio de la guerra

Ante la consumación de la ocupación argentina de las Malvinas, Gran Bretaña, miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, solicitó una reunión de urgencia. Así el 3 de abril de 1982 este Consejo aprobó la Resolución 502 que pedía la cesación inmediata de las hostilidades, la retirada inmediata de todas las fuerzas argentinas de las Islas Malvinas y el inicio inmediato de negociaciones directas entre la Argentina y el Reino Unido para lograr una solución diplomática del conflicto. Esta Resolución fue apoyada por Estados Unidos, pero la cuestión crucial fue la abstención de la Unión Soviética, que no ejerció su derecho a veto.

En base a este revés diplomático Estados Unidos consideró a la Argentina como Estado agresor y consideró que por lo tanto quedaba eximido de sus compromisos asumidos en el TIAR. Por su parte, el gobierno argentino solicitó la reunión de sus miembros para activar los mecanismos defensivos frente al envío de la flota británica al Atlántico Sur con el objetivo de recuperar la posesión de las Malvinas. Sus argumentos aludían al articulado del Tratado, pues el Canciller Costa Méndez presentó el avance de la flota británica como una amenaza contra la paz continental y justificaba que se invocara el TIAR.

El 27 de abril de 1982 se produjo la reunión de la comisión de Trabajo de la Conferencia de Cancilleres americanos, en la cual se aprobó la resolución que respaldaba la soberanía argentina en las islas, se exhortaba a Gran Bretaña a terminar urgentemente con las hostilidades y se repudiaban las medidas coercitivas de carácter económico y político que habían tomado la Comunidad Económica Europea y otros Estados, que perjudicaban al pueblo argentino.

La resolución fue aprobada por mayoría, pero Estados Unidos se abstuvo y de hecho boicoteó su aplicación. Un segundo pedido argentino de la aplicación del TIAR en mayo, cuando ya era evidente la ayuda que Estados Unidos estaba prestando a Gran Bretaña, logró el mismo resultado.

Ante la evidencia de una decisión basada en el realismo que primaba en las relaciones internacionales en el juego de las grandes potencias, el gobierno argentino cambió radicalmente de estrategia y solicitó colaboración diplomática y apoyo en los países de América Latina. Este cambio fue evidente en el comportamiento del canciller Costa Méndez, que asumió un discurso tercermundista y latinoamericanista, viajó a Cuba para entrevistarse con Fidel Castro y participó en un encuentro del Movimiento de Países No Alineados.