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Güemes, el protagonista

El papel de Juan Martín de Güemes en la independencia y su rol en los cambios sociales del sistema colonial

Por Guillermo Genini

La irrupción de Juan Martín de Güemes en el espacio público argentino es la culminación de un proceso de revisión y valoración por parte de la Historia de su figura como protagonista tanto de la Revolución como de la guerra por la Independencia. Estos procesos implicaron la destrucción del sistema colonial y los intentos de construir otro, y pese a la amplia ruina que originaron, también ofrecieron  algunas oportunidades de ascenso político, económico y social a distintos sujetos o grupos sociales. Un ejemplo de ello puede ser las reivindicaciones colectivas de los sectores subalternos de las actuales provincias de Salta y Jujuy, que fueron movilizadas por Güemes en su esfuerzo por contener los avances realistas desde Alto Perú tras la derrota del Ejército del Norte en 1815.

Un nuevo relacionamiento social

Los sectores populares de la Gobernación Intendencia de Salta, especialmente los campesinos y peones rurales, se sumaron al esfuerzo de guerra que comandaba Güemes y simultáneamente trataron de mejorar su situación social y económica por medio de un proyecto político implícito. Estas reivindicaciones implicaron algunos cambios en las relaciones sociales tradicionales provenientes de las estructuras coloniales españolas.

Por ejemplo, en algunos valles salteños los propietarios y hacendados se quejaban que se daba de hecho algo parecido a una reforma agraria inorgánica, pues los peones movilizados dejaron de pagar arriendos, no prestaban servicios personales, dejaron de conchabarse como trabajadores rurales y en algunas ocasiones llegaron a ocupar tierras en las principales propiedades rurales del valle de Lerma. Los peones cuando se incorporaban a las fuerzas gauchas obtenían el fuero militar que los excluía del alcance de la justicia ordinaria y de esa manera podía tener ciertas garantías en su accionar contra los intereses de los propietarios y hacendados.

Estos cambios también alcanzaron a la población negra, pues muchos esclavos se incorporaron voluntariamente a los Escuadrones Gauchos. Su integración en estos cuerpos movilizados para la guerra se dio sin autorización de sus amos. La aspiración que subyacía en esta peligrosa práctica era la de cumplir su aspiración de alcanzar la libertad.

Así, para estos sectores subordinados, la guerra contra los realistas se presentaba como una esperanza de mejorar su situación. El triunfo de las armas revolucionarias y la defensa de su patria debían asegurar estas esperanzas de mejoras y libertad que iban unidas estrechamente. Sin embargo, las mismas nociones de patria y libertad eran interpretadas por los sectores propietarios de manera diferente.

La élite salteña también aspiraba a conseguir la libertad y la defensa de la patria, pero sin alterar el orden social. Así la dirigencia revolucionaria asemejaba la libertad soberana con la libertad cívica, es decir la libertad de gobernar y de participar del gobierno. Para ello era necesario romper el lazo colonial. En parte, esta necesidad llevó a tolerar el desafío de peones y esclavos que con su arrojo mantenían a raya los avances realistas.

Así se pueden distinguir una misma aspiración con dos aspectos diferentes: la libertad reclamada por los esclavos y peones entendida como libertad personal, mientras que la élite aspiraba a la libertad política. Güemes debió hacer equilibrio entre estas dos posiciones para poder sostener su acción militar y política.

La»Guerra Gaucha»

La continuidad de la llamada “Guerra Gaucha” se vio favorecida mientras el Estado revolucionario pudo sostener en parte el esfuerzo de guerra por medio del envío de fondos y pertrechos. Sin embargo, el traslado del Congreso General que se había reunido en Tucumán en 1816 a la ciudad de Buenos Aires, a fines de 1817, alejó el centro del poder del frente de guerra y de sus acuciantes necesidades. Ante la disminución de los aportes del gobierno central de las Provincias Unidas, Güemes debió recurrir con mayor frecuencia a los aportes voluntarios y forzosos de la jurisdicción salteña. La prolongación de la guerra provocó simultáneamente el aumento de las tensiones sociales y los proyectos políticos antagónicos que implicaban.

La posición defensiva del Ejército del Norte, acuartelado en la ciudad de Tucumán desde 1815, no favoreció la situación de Güemes, quien ejercía la doble función de comandante de la defensa contra los realistas y el gobierno de Salta. Desde 1818 con el triunfo de San Martín en Chile y el enfrentamiento entre Buenos Aires y los caudillos artiguistas del Litoral, complicaron el panorama. Así, esos los años finales del gobierno de Güemes en Salta implicaron el aumento de las presiones de diferentes sectores sociales a causa del agravamiento de la situación interna por la escasez de recursos para sostener las tropas de línea y las milicias.

Como sostiene la historiadora Sara Emilia Mata, “la interrupción del comercio con las provincias del Alto Perú controladas por los realistas afectaba no solo a los comerciantes de Salta y Jujuy sino también al erario público cuya recaudación resultaba totalmente insuficiente para hacer frente a los crecidos costos de la guerra y obligaba al gobierno a imponerles, cada vez con mayor frecuencia, empréstitos forzosos. Los propietarios de las tierras, por su parte, exigían al gobierno que hiciese respetar los derechos de propiedad avasallados por los peones y arrenderos enrolados en las milicias y la élite en su conjunto reclamaba por el goce del fuero militar permanente otorgado a los milicianos que favorecía el ‘desorden social’ y los abusos cometidos contra la propiedad”.

Arriba: Retrato de Martín Miguel de Güemes, obra de Eduardo Schiaffino. Abajo: oficio de Manuel Belgrano que felicita a Martin Miguel Güemes por sus méritos y logros (10 de mayo 1817).

Divisiones dentro de la guerra

Otros inconvenientes y resistencias se profundizaron. Los miembros de los cabildos de Salta y Jujuy desconfiaban del poder acumulado por Güemes y su ascendiente sobre tropas y milicias; los comerciantes que soportaban las contribuciones de guerra protestaron por la prohibición de comerciar con las provincias altoperuanas en poder de los realistas y algunos propietarios vieron disminuir sus ingresos por no poder cobrar los arriendos. Además, y pese a las desconfianzas que generaba, Güemes apoyó la Constitución de 1819 que tenía una tendencia centralista y monárquica. Esta posición le restó el apoyo de los partidarios de la autonomía local tanto en Salta como Jujuy.

En este contexto la partida del Ejército del Norte hacia el Litoral en diciembre de 1819 y la disolución del poder central de Buenos Aires tras su derrota en la Batalla de Cepeda, en febrero de 1820, eliminó toda posibilidad de apoyo en la guerra contra los realistas y amenazaba con profundizar, sin un límite a la vista, los aportes de los sectores propietarios y comerciales.

Si bien Güemes había sufrido algunas asonadas y atentados en tiempos anteriores, se temía por su vida en un ambiente cada vez más enrarecido. Un signo de este agotamiento fue el hecho que no pudo cumplir con el apoyo que se había comprometido a dar a la expedición libertadora del General José de San Martín, que partió de Valparaíso en agosto de 1820 y el fracaso del congreso que convocó en Catamarca, que tenía como objetivo lograr el apoyo mutuo para la “dirección de la guerra”. A ello contribuyó significativamente la independencia de Tucumán y Santiago del Estero que se convirtieron en Estados soberanos.

A raíz de desavenencias con el Gobernador de Tucumán, Bernabé Araoz, quien impedía el paso de ganado y bastimentos enviados hacia Salta por otras provincias, en mayo de 1821 Güemes debió abandonar la ciudad de Salta. Esta ausencia fue aprovechada por sus enemigos políticos que decidieron destituirlo, aunque sin demasiada fortuna ya que cuando el gobernador retornó, sofocó la llamada “Revolución del comercio”. Ante su presencia, las milicias que habían apoyado a los sediciosos lo reconocieron nuevamente en el mando. Sin embargo, dentro de la jurisdicción los opositores a su gobierno poco después facilitaron en junio de 1821 la penetración de una partida realista al mando del general Pedro Antonio de Olañeta. Esta ingresó a la ciudad de Salta consiguiendo herir al gobernador el 7 de junio. Pese a que pudo ser puesto a resguardo por sus hombres, Güemes falleció diez días después.

«Un cacique menos»

Su muerte fue celebrada en Buenos Aires en donde se lo consideraba un caudillo díscolo y contrario a los intereses porteños pues se mantenía fiel a sus compromisos con San Martín. La Gazeta de Buenos Aires, bajo la influencia de Bernardino Rivadavia, fue clara y sincera al afirmar “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Zabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos”.

Por su parte, los sectores propietarios consideraron que los procesos sociales que había alentado Güemes entre las clases populares habían llegado a su fin. Con su muerte y la asunción de José Antonino Fernández Cornejo como nuevo gobernador se reorganizó la estructura institucional salteña, lo que la convirtió en una provincia soberana más. Sus organizadores, miembros de las clases altas y propietarias, soslayaron entre sus prioridades continuar con el esfuerzo de guerra en pos de la independencia de América y calificaron a Güemes como un tirano feroz y cruel. Desde entonces la Historia ha intentado revelar el valor, proyección y significado de su figura y de su muerte.