La Aldea y el Mundo, Notas Centrales, San Luis

Tu sonido me irrita

La misofonía es una afección poco conocida que altera a algunas personas ante ruidos que se producen al comer, masticar, deglutir, respirar y muchos otros. Sin ser una enfermedad, provoca limitaciones

Gabriela Pereyra

En Argentina fue la actriz y cantante Natalia Oreiro quien habló de esta afección que la condiciona desde pequeña y a la que pudo ponerle nombre ya de grande: Misofonía u odio a determinados sonidos específicos. Según describe Oreiro, el 7 por ciento de la población mundial la padece (más de 550 millones de personas) y gran parte la transita sin encontrar explicación.

¿De qué se trata?

Como todo trastorno difuso, es importante conocerlo y facilitar información para quienes desconocen del tema, sufren o padecen el malestar y pueden, desde cada lugar, ayudar a identificar salidas posibles.

Este “odio” suele despertar ante sonidos producidos al masticar, tragar, al hablar, respirar, mascar chicles, realizar golpeteos repetidos, carraspeos, ruidos nasales, tos, bostezos, succión de alimentos y sorbos de bebidas, ladridos, tipeo en un teclado, y otra variedad de sonidos especialmente perceptibles para estas personas.

Alicia no soportaba a la gente que comía haciendo ruidos y era muy determinante con sus hermanas sobre masticar “sin ruidos”, pero… se enamoró de Francisco, este buen hombre que hacía todos los ruidos y más, a la hora de comer. Sus hermanas se reían y le decían: “castigo divino”, ante lo cual Alicia les arrojaba lo que tuviera a mano. Resultó que Alicia y Francisco tuvieron dos hijos, José y Mónica. Alicia falleció joven y José se volvió insufrible a la hora de comer con otros, todo el tiempo les exigía: ¡comé bien! y los fulminaba con la mirada, la más pequeña optó por meter excusas para evitar a su hermano. Mónica creció y tampoco soportaba los ruidos de otros al masticar, deglutir o sorber. También tuvo a un hijo que sufre cuando otros le mastican cerca y sin piedad. “¿Qué sentís?”, le preguntó una vez su madre cuando el padrastro mordisqueaba una manzana: ganas de acuchillarlo, respondió el hijo con ácido humor al tiempo que se calzaba unos auriculares.

La misofonía empezó a estudiarse en el siglo XXI y hasta el momento ningún estudio científico habla de algo hereditario ni la cataloga como enfermedad, salvo que en alguna persona sus efectos provoquen algo incapacitante. Hay áreas o disciplinas que terminan involucradas y son necesarias para comprender el tema en complejidad.

Lo neurológico, lo psicológico, lo auditivo, lo psiquiátrico son enfoques posibles, incluso la combinación de ellos. Personas con trastornos obsesivos-compulsivos, trastornos del espectro autista, síndrome de Tourette, hiperacusia y cuadros que suelen acompañarse de ansiedad, fobias y depresión es posible que sumen la misofonía como un síntoma, pero no necesariamente una persona que sufra misofonía está enferma de algo.

En el paper “La base cerebral para la misofonía”, los autores concluyen que “La misofonía no figura en ninguna clasificación de trastornos neurológicos o psiquiátricos; los pacientes no lo informan por temor al estigma que esto podría causar, y los médicos comúnmente desconocen el trastorno”.

Es un trastorno a veces devastador para quienes lo padecen y sus familias y, sin embargo, no se sabe nada sobre el mecanismo subyacente.

Qué mal que la estoy pasando

Claudia Soria es tarotista, en su actividad la escucha es fundamental, pero antes de habilitar a un consultante, insólitamente ella exige: “prohibido comer chicle durante la consulta”. “ No lo soporto, me pasa de chica, creo que como a los 9 años, cuando una amiga inflaba esos chicles gigantes de una conocida marca, mientras se preparaba yo sentía que quería huir de ahí, se me aceleraba el corazón, de hecho ya el recuerdo me trastorna, es más, hoy no hace falta que escuche concreto el sonido cuando mascan chicle, si lo veo a lo lejos ya me pongo mal y me tengo que ir o mirar para otro lado, pero mi mente ya sabe que esa persona está allí”.

José, aquél hermano insufrible, hoy tiene 55 años y se asombra al descubrir que lo que le pasa tiene nombre. “¿Dice algo la ciencia de las ganas de matar gente?”, pregunta entre risas, pero serio afirma que se la pasa muy mal, y se vuelven seres antipáticos e incomprendidos por no poder entender el malestar.

¿Y si te escucho?

Es importante que las personas con misofonía pongan en palabras lo que les pasa para activar empatía y para que llegue la ayuda profesional que alivie el malestar. Nuevamente recalcamos que en la mayoría de los casos no es una enfermedad, sino una afección o trastorno. Y puede ser tratado.

El doctor David Ezpeleta, neurólogo en el Hospital Universitario Quirónsalud Madrid, miembro activo de la Sociedad Española de Neurología (SEN), la define como «una reacción exagerada a sonidos muy específicos dentro de un contexto cotidiano y normal. Las personas con este síntoma reaccionan con respuestas tales como desagradado, ansiedad, sudoración e incluso ira y elevaciones de la tensión arterial y la temperatura a sonidos triviales como los ya descriptos. Los primeros en poner nombre a la misofonía fueron Margaret M. Jastreboff y Pawel J. Jastreboff en el año 2001. La definieron como: «Una serie de reacciones anormalmente fuertes de los sistemas límbicos y autonómicos resultantes de conexiones mejoradas entre los sistemas auditivos y límbico”.

La identificación de su problema, la descripción y visualización son de gran ayuda para la persona, como el apoyo del entorno familiar y social más inmediato, el humor puede descontracturar la situación, pero hay que enfrentarla o minimizar sus efectos.

“Si bien no he tenido pacientes con misofonía, también se le dice síndrome de sensibilidad selectiva al sonido a esta condición, se trabaja con terapia cognitiva conductual, enfocado en técnicas de relajación, por ejemplo mindfulness, meditación. Es importante saber la causa, la edad en que empezó a presentarse porque puede ser una reacción relacionada con un evento del pasado, y esta es la respuesta. La terapia psicológica es de lo más utilizado, sumar tal vez terapias de protección auditiva donde guían ORL y fonoaudiólogos.

La técnica cognitivo conductual es de las más utilizadas en estos casos porque hace como una reforma del pensamiento, lograr que el paciente identifique los sonidos desagradables y tratar de cambiar ese patrón por sonidos más agradables, por ejemplo hacerle pensar al paciente que cada vez que llega el sonido que le produce aversión piense en una música que le guste, cuesta al principio, pero se trabaja sobre el patrón de comportamiento”, orienta Romina Alias, psicóloga cognitivo integrativa de San Luis.

Patricia Girabel es psicoanalista de orientación vincular, charló con sus colegas de San Luis en torno al tema y les resulta difícil identificar a algún paciente con esta problemática, pero sostiene que, de tener base neurológica, es importante acompañar el diagnóstico, trabajar sobre el síntoma desde lo cognitivo conductual o desde la causa si fuera un enfoque psicoanalítico el que ayude, descartar que no se trate de una fobia es importante también, o determinar si tratarlo como tal sería o no de ayuda. Todo lo que sirva para que el malestar remita.

“Hay que mirarnos como un todo, a veces un síntoma puede ser fóbico pero la causa es otra, hay que mirar las cuestiones sociales, conductuales, ambientales, afectivas, que desencadenan un trastorno. La misofonía no está diagnosticada como un problema psicológico, pero seguro que tiene consecuencias psicológicas como un todo que somos”, concluye Girabel.

El Grupo de Fonoaudiología de Traslasierras, en Córdoba, debatió el tema. Si bien tampoco registran casos específicos, describen: “alguna vez recibimos pacientes derivados para descartar algo auditivo porque padecían trastornos y tenían reacciones desmedidas ante sonidos, se cree desde el grupo que pueda tratarse de algo más ligado a lo psiquiátrico y psicológico, y se vuelve difícil el diagnóstico desde nuestra profesión cuando no hay algo anatómico o audiológico que esté fallando, todo se observa bien en el examen y entonces se puede entender que esté relacionado a lo neurológico, del sistema nervioso central y a lo psicológico emocional.

La rehabilitación sonora que se puede hacer desde nuestra disciplina lo que hace es pasar sonidos y el paciente dice lo que siente, lo que le molesta o no. La terapia busca desensibilizar esos sonidos, primero a un nivel bajo y luego se va subiendo, mezclando sonidos que les molestan con sonidos que les sean agradables, hasta que tolere. No es que esto se pasa, se busca que sea tolerable. Cambiar la asociación con lo negativo y lo molesto por algo asociado a lo agradable.

De manera similar se trabaja con los acúfenos que son sonidos que la gente tiene por algún trauma, se trata de enmascarar el sonido. Es importante la combinación de terapias como la cognitivo-conductual en casos de misofonía”, responden desde el grupo a través de Clarisa Melo.

Una de las recomendaciones para personas con misofonía es descartar la existencia de hiperacusia: “es la disminución de la tolerancia de los sonidos, el sistema auditivo pierde la habilidad de manejar su tolerancia cuando el volumen sube más fuerte, todos los sonidos molestan, los escuchan más elevados, y hay diferentes tratamientos, dispositivos, tapones, medicamentos, desensibilización, es importante diferenciar con ‘el reclutamiento’, allí hay pérdida auditiva pero a partir de determinado umbral escuchan más fuerte de lo que es, de no escuchar nada, pasan a escucharlo muy fuerte, describe Melo.

Comprender a la persona que manifiesta esta incomodidad es crucial para ayudar: subir el volumen de la TV, comer con música agradable que cambie el foco, mejorar las formas al masticar o deglutir, descontracturar el tema sin subestimar, todo suma. Y prestar atención si el malestar cambia de nivel generando conductas de aislamiento o evitación que influyen en lo social.