Expresiones de la Aldea, San Luis

Las peonías se habían marchitado

Por Teresita Milán

Compartían un refugio secreto, replegados del bullicio de Ámsterdam. Estrictas reglas ordenaban una vida silenciosa y oscura.

El genocidio judío avanzaba. Escribir con ahínco era el pase a un desahogo. 

Ana crecía en la clandestinidad, con la ilusión de ser libre. Necesitaba creer en el futuro, no dejaba pasar los indicios de una próxima experiencia. 

Al único residente joven, en la casa de atrás, ella lo veía soso y desgarbado. Frente a la puerta giratoria, él parecía asustado con dudas de dar el paso. 

Se puso la blusa azul regalo de su último cumpleaños. ¡Lástima que las peonías se habían marchitado! Necesitaba de algo vivo para acompañar unas pulsaciones distintas que asomaban en las muñecas y fluían hacia el pecho.

Peter sintió un olor desconocido que lo impulsaba a una búsqueda sin nombre.

En un instante coincidieron como si lo hubieran sabido desde siempre. Un encastre perfecto de las bocas gozosas. 

De incógnito en el desván volaron los frenos, se desataron los deseos, los miedos desaparecieron. Los cuerpos tibios se ofrecían en consonancia con las miradas. Un olfateo travieso los embriagaba. Las manos llevaban a la piel mensajes deliciosos. Las cabezas unidas, atalajando la fuerza de los pensamientos con el frenesí de las fantasías, los hacía sentir uno solo. 

Subieron al cielo sintiendo que al descender vivirían en otro mundo, menos cruel, más justo.

“Rosas marchitas”, por Marina Pravnik.