Expresiones de la Aldea, La Aldea y el Mundo

EL JURAMENTO

Juan Sebastián Borghi (*)

Ese día de mayo vi la cara redonda y sedosa de tu padre. Luego vino el crepúsculo, esa hora misteriosa, “la raja entre los mundos”, el límite de los límites, la transición de planos, el renacer de los seres de la noche.

¿Hay acaso adjetivos tan inquietantes como crespusculares? ¿O tan crespusculares como inquietantes? 

Tu padre sonrió porque supo del juramento. Y luego, una noche leía al conde de Lautréamont, una noche exquisita e íntima, una noche de invierno. En la tibia habitación, a la luz de una vela, mientras gruñías suavemente a mi lado, como un animal manso, y afuera helaba. Los espacios abiertos, fríos y desiertos, eran habitados

por espíritus transparentes como medusas, leía a Lautréamont. 

La noche más fría es la más silenciosa y profunda. “No reneguéis de la inmortalidad del alma, de la sabiduría de Dios, de la grandeza de la vida, del orden que se manifiesta en el universo, de la belleza corporal, del amor a la familia, del matrimonio…Hay que saber arrancar bellezas literarias hasta en el seno de la muerte; pero esas bellezas no pertenecen a la muerte”. 

Luego apagué la vela de un soplido y, como siempre (desde que leí a Hesse), me quedé mirando la mecha que, sin la energía del fuego, se vuelve brasa, se consume, pierde luz y justo antes de apagarse, cuando parece que ya no queda nada, da lo mejor de sí, brindándose en un brevísimo brillo superior, un destello fugaz, con un resplandor inaudito.

Y aunque no se lo dije a nadie, aunque mis labios nunca prestaron servicio al aliento para formar esas palabras que anunciarían mi compromiso. Aun así, tu padre supo del juramento, de esa promesa tan primitiva y ancestral, de la que casi ni yo sabía. ¿Cómo pudo?

No reneguéis del orden del universo.

Sí, ese día de mayo vi la cara redonda y rosada de tu padre en el cielo del atardecer, cuando llegó la noche temprana de invierno el teléfono sonó, tu padre había muerto. Quizás se había apagado hace tiempo y la mecha ya era brasa y se iba extinguiendo lentamente y quizás, solo quizás, antes de desaparecer del mundo de las formas, tuvo ese máximo destello y en esa máxima expresión de luz, atravesó el tiempo, las distancias, los crepúsculos, las palabras, los juramentos… Y me sonrió.

“Padre en su lecho enfermo”, por Franz Marc.

(*) Este texto del autor de Río Tercero, Córdoba, obtuvo un tercer premio, y conforma parte del libro: Antología Prosa Poética Homenaje a Raquel Weinstock. 

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