¿Por qué leer a los clásicos?
Por Pablo Ricardi
¿Por qué leer a los clásicos? También se podría extender la pregunta a escuchar, por la música, o ver, por el cine y el teatro.
¿Por qué han de preferirse los clásicos por delante de otras expresiones del arte, ora contemporáneas o populares, o que simplemente no han alcanzado la categoría de clásicos?
Para muchos lectores es más fácil leer literatura contemporánea, ya porque la sienten más cercana, ya porque temen la presunta densidad de las obras clásicas.
No toda obra antigua es un clásico; aunque, ciertamente, la antigüedad de una obra es uno de los aspectos que brinda el status de clásico. Porque si una obra ha traspasado el cernido del tiempo y llegado a nuestros días todavía mereciendo atención, es que en esa obra hay algo que la hace perdurable, aunque no captemos ese algo de manera evidente.
En mi experiencia he notado en favor de los clásicos, una mayor hondura en significantes y significados. Muchas veces cuesta “entrarle” al clásico (aunque no siempre, El Quijote es accesible desde el comienzo), pero, a medida que uno avanza en su lectura, en su intelección, se familiariza con el texto, cala más profundo, entonces el clásico va resultando más y más interesante, llegando a ser incluso adictivo. Una experiencia de este tipo me ocurrió con La Divina Comedia. Varias veces probé su lectura, fracasando en el intento. Hasta que, primero mediante un esfuerzo serio, y luego ya, entusiasmado con la obra, de manera natural, pude incorporar La Comedia a mi arcón de tesoros selectos.
Algo importante en los clásicos es la variedad. Aunque el libro trate de un tema principal, resulta que va hilvanando muchos focos de interés a través de la obra. Un clásico es fecundo en vasos comunicantes.
Otro aspecto es el aporte crítico de las diferentes generaciones de lectores. Siempre aparece un nuevo enfoque, y con el paso de los años, incluso de los siglos, el corpus crítico se incrementa al punto de que la obra ya no es más lo que fue cuando fue editada por vez primera. Sufrió una transformación mayúscula de la que sólo en parte es responsable el autor. No son sólo las nuevas interpretaciones, la perspectiva del tiempo modifica todo. Hamlet no es el mismo hoy que hace cuatro siglos, aunque diga las mismas cosas.
Los clásicos son un punto de referencia como no pueden serlo otras obras que no han alcanzado esa categoría. No hace falta siquiera haber leído Otelo o Romeo y Julieta, para saber lo que representan esos personajes, y aún para conocer su historia y opinar sobre la misma.
Son una referencia para todos, y si alguna obra moderna también resulta tan popular que se torna una cita de referencia, entonces estamos ante un clásico moderno, como puede serlo Lolita de Nabokov, o los Beatles, en materia musical.
Un libro clásico vino a decir algo sobre un determinado tema, que quedó como un tópico. O vino a describir a un personaje, que quedó como un arquetipo de este u otro tipo de conducta. O dejó una imagen, que por algún poderoso motivo, quedó registrada en la memoria colectiva. Así el clásico de los clásicos es La Biblia, ya que en ella encontramos ingente cantidad de cosas que hoy día forman parte de la cotidianidad de nuestras vidas.
A los clásicos uno puede leerlos y releerlos, en la certeza de siempre encontrar algo nuevo. Son libros inagotables, que tienen la inestimable virtud de proporcionar felicidad al que los lee.
Superlativo