Del Agente Naranja al glifosato
Durante la guerra de Vietnam la industria química causó estragos. Luego fue la misma industria la que creó herbicidas y semillas que hoy despiertan nuevos cuestionamientos
Por Guillermo Genini
Aldea Contemporánea
La compañía Monsanto, actualmente bajo el control del gigante químico Bayer, ha tenido que responder judicialmente a las numerosas demandas en su contra por causar diversos perjuicios a la salud individual y colectiva en varios países del mundo. Pese a sus impresionantes recursos económicos, políticos y legales, esta compañía no ha podido superar el cuestionamiento que le han realizado gobiernos, organizaciones ambientalistas y diversas ONG que la acusan de lucrar a costa de generar graves daños al medio ambiente y a la salud de millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, este cuestionamiento y desprestigio es bastante reciente, pues por más de un siglo Monsanto estuvo en el centro del desarrollo químico de la industria, la agricultura y la guerra en el mundo sin mayores inconvenientes, contando además con fuerte apoyo político y empresarial. Repasemos su historia.
De la revolución a la industria alemana
La química ha sido un factor fundamental en la Revolución Industrial. Sin sus aportes y descubrimientos no sería posible haber alcanzado el desarrollo actual del mundo contemporáneo. Gracias a las investigaciones químicas y la estandarización de sus procedimientos se mejoraron productos existentes como el papel y el vidrio, aparecieron nuevos medicamentos y, sobre todo, nuevos productos de consumo de impacto masivo como el plástico, el caucho, los explosivos y los fertilizantes y pesticidas industriales. Estos últimos permitieron el aumento de la producción de alimentos y cultivos comerciales a escalas nunca vistas en la sociedad humana. Pero la competencia capitalista por el dominio del mercado y la introducción nuevos y mejores productos originaron prácticas controvertidas y peligrosas.
En el siglo XIX Alemania encabezaba la investigación en química y rápidamente dominó varios mercados con sus productos. Uno de ellos era la sacarina, endulzante artificial de amplio uso en la industria alimenticia y farmacológica. Simultáneamente, en Estados Unidos se ampliaba el consumo de bebidas azucaradas como la Coca Cola, en cuyo proceso de fabricación comenzó a utilizarse sacarina.
A fin de evitar costos en su estructura de producción, Coca Cola buscaba un proveedor externo de sacarina y cafeína. Ante esta necesidad, un químico veterano de la industria farmacéutica, John Francis Queeny, fundó, en 1901 con capital propio y de un socio capitalista, Monsanto Chemical Works. La nueva empresa con sede en Misuri se denominó así en honor al nombre de soltera de su esposa, Olga Méndez Monsanto.
Queeny tenía un gran dominio de las estrategias comerciales y, tras convertirse en uno de los principales proveedores de Coca Cola, amplió su compañía química hacia nuevos mercados y productos. Así, desde 1920, sus negocios en la química industrial se expandieron en la producción de ácido sulfúrico, resinas, fibras sintéticas y plásticos. Esta expansión continuó con su hijo John Queeny, quien dirigió la empresa desde 1933. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Monsanto era una de las principales compañías químicas de Estados Unidos y mantenía sólidas vinculaciones con el mundo corporativo y político. Estos contactos facilitaron en alto grado la obtención de suculentos contratos con el gobierno de Estados Unidos, en especial con sus Fuerzas Armadas.
Una guerra química
En plena Guerra Fría, Estados Unidos se involucró desde fines de la década de 1950 en el conflicto de Vietnam donde se pensaba que era necesario detener el avance comunista como un ejemplo al mundo de las bondades del capitalismo occidental.
Frente a la superioridad armamentística y logística de las fuerzas estadounidenses que comenzaron a llegar en gran número desde 1961, el líder norvietnamita Ho Chi Minh y sus generales, idearon una estrategia de guerra de guerrillas que contaba con el apoyo de la numerosa población campesina de Vietnam del Sur.
Este apoyo se manifestaba de diversas maneras: entrega de alimentos, refugio para los combatientes, traslado de aprovisionamientos, entre otras acciones que se llevaban a cabo en las numerosas aldeas de Vietnam, Laos y Camboya.
Para combatir esta situación el Departamento de Defensa de Estados Unidos ideó una serie de estrategias que tenían como objetivo romper el lazo entre la población campesina y los combatientes del Vietcong.
Una de ellas fue el uso de productos o agentes químicos para destruir los cultivos y la vegetación que eran usados por el enemigo comunista. Los agentes químicos más utilizados fueron los herbicidas y defoliantes que constituyeron el centro de la Guerra Química que desplegaron las fuerzas estadounidenses entre 1961 y 1971 con consecuencias desastrosas para la población y el medio ambiente de Vietnam.
Los agentes químicos se identificaban por las etiquetas de colores en los barriles contenedores, para evitar que supieran su fórmula y origen, que eran provistos por las grandes empresas químicas de Estados Unidos como Monsanto y Dow Chemical. Así se volvieron mortalmente conocidos el Agente Azul (ácido cacodílico y cacodilato de sodio), el Agente Blanco (picloram) y el Agente Naranja (mezcla de dos herbicidas hormonales que contenían dioxina).
Monsanto proveyó grandes cantidades del Agente Naranja que era arrojado en misiones aéreas sobre los bosques, selvas, campos de cultivos y aldeas que se consideraban hostiles o que se sospechaban servían de apoyo a las tropas norvietnamitas. La destrucción de la vegetación y de los cultivos era total. Los troncos desnudos de los árboles así lo atestiguaban. Pero también morían los peces y los animales, muestra del poder del veneno arrojado, que eran consumidos por la población.
Se calcula que durante la Guerra de Vietnam la Fuerza Aérea de Estados Unidos realizó más de 20.000 vuelos de ataque con armas químicas, arrojando 80 millones de litros de herbicidas que afectaron al 20% de su superficie. La cantidad de víctimas no ha podido ser verificada, pero es posible conjeturar que cerca de un millón de personas murieron por efecto de los agentes químicos utilizados y que más de medio millón de niños nacieron posteriormente con enfermedades y deformaciones.
El Agente Naranja contenía una cantidad altamente tóxica de dioxina (50 microgramos por kilo) sustancia considerada como la más cancerígena para la vida animal. La dioxina no se disolvía en la tierra y el agua poseyendo una gran capacidad de bioacumulación. Una vez incorporada al cuerpo humano tarda siete años en ser eliminada. De allí que los daños de los ataques químicos en Vietnam tuviesen un impacto de larga duración. Pese a las devastadoras consecuencias contra la población civil vietnamita y de los países vecinos, y sobre el medio ambiente, estas acciones fracasaron pues los campesinos, muchos de los cuales debieron huir a las ciudades, siguieron apoyando al Vietcong.
Estas prácticas mortales contra la población civil y el medioambiente originaron un fuerte cuestionamiento de la comunidad científica que apuntaban tanto a las empresas químicas que producían los distintos agentes como al Gobierno de Estados Unidos que los encargaba y financiaba.
En 1970 el Profesor Arthur Galston, biólogo especializado en plantas y jefe del departamento de botánica de la Universidad de Yale, utilizó por primera vez el término “ecocidio”, definido como un crimen contra el medioambiente y la población que lo ocupa, para señalar la responsabilidad de Washington por el uso de diversos agentes químicos en Vietnam.
Ante el aumento de las denuncias y el rechazo de la comunidad internacional, el Presidente Richard Nixon tomó la decisión de finalizar el uso del Agente Naranja como arma química, pese a la oposición de los altos mandos militares estadounidenses. El 7 de enero de 1971 se realizó el último vuelo de ataque contra la selva vietnamita. Pese a ello, la denuncia de Galston y de otros científicos tuvieron un eco mundial y en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano realizada en Estocolmo en 1972 se calificó el accionar de Estados Unidos en Vietnam como un ecocidio. En este contexto se detuvieron los ataques químicos por vía aérea.
Pese a que se detuvieron los ataques con herbicidas, la responsabilidad penal de su aplicación quedó envuelta en una maraña jurídica donde la culpa se diluyó en acusaciones mutuas del Gobierno de Estados Unidos y las empresas químicas que fabricaron los distintos agentes, entre ellas Monsanto.
Esta empresa intentó desligarse de las consecuencias mortales de sus productos aduciendo que habían cumplido con el encargo realizado por el gobierno de su país en cumplimiento de contratos considerados legales. Por su parte el gobierno de Estados Unidos negó su responsabilidad bajo el argumento que se trataba de acciones de guerra y que se desconocía el efecto a largo plazo de los agentes químicos utilizados.
Simultáneamente a estos mortales procesos, Monsanto continuó investigando y creando nuevos herbicidas con la idea de lograr un producto que no contuviera sustancias tóxicas para el ambiente y las personas. De lograrse se aseguraba un mercado potencialmente enorme.
Un químico de su equipo de investigación, el Dr. John Franz, comenzó a experimentar desde 1967 con una sustancia conocida desde la década de 1950, el ácido aminometilfosfónico (a-AMF) que se utilizaba para tratamientos de agua y combatir el sarro. En 1970 Franz y su equipo lograron sintetizar un compuesto que lograba inhibir su crecimiento de las malezas. Era el n-fosfonometilglicina, que fue conocido como glifosato.
Su principal característica consistía en inhibir una enzima esencial que se encuentra en las membranas que se encargan del crecimiento de la planta a través de la fotosíntesis. Como esas enzimas no se encuentran presentes en el cuerpo humano ni en los animales, se lo consideró como un extraordinario descubrimiento. De esta manera Monsanto patentó el glifosato como un herbicida de nueva generación y comenzó su comercialización en 1974 cuando las autoridades sanitarias de Estados Unidos aprobaron su uso agrícola e industrial.
El éxito del glifosato fue inmediato. Monsanto lo comerció bajo la marca Round Up y se comenzó a aplicar en el combate de malezas en los sembradíos de cereales y oleaginosas, primero en Estado Unidos y luego en todo el mundo. El glifosato se convirtió en el herbicida más popular y dominó el mercado con grandes ganancias para Monsanto que detentó su patente hasta el año 2000.
Sin embargo, su uso tuvo un extraordinario crecimiento en la década de 1990 cuando la misma compañía anunció que introduciría al mercado semillas de distintos cultivos, especialmente soja, resistentes al glifosato. Por ejemplo, las semillas Roundup Ready, conocidas generalmente como RR, se volvieron parte central de un sistema patentado que permitía a los agricultores rociar herbicidas a voluntad y así asegurar que la soja, el maíz y otros cultivos comerciales crecieran sin competencia de las malezas. Estas semillas eran el resultado de muchos años de investigación y de manipulación genética. Así, la introducción de semillas genéticamente modificadas originó la ampliación comercial de los alimentos transgénicos que se introdujeron en 1983.
El modelo de negocio de Monsanto incluía el resguardo legal de sus descubrimientos y patentes por lo que las semillas comenzaron a ser consideradas como exclusivas de la compañía que las creó. Es por ello que esta compañía fue considerada como pionera en la implementación de las denominadas “patentes biológicas” por lo que pasó a ser una empresa de biotecnología que impidió el libre uso de las semillas por parte de los agricultores.
Por medio de contratos entre la empresa y los agricultores se impidió que los productores rurales volvieran a sembrar los cultivos con esas semillas pues primero debían pagar los derechos de mejora vegetal a Monsanto. Para lograr este beneficio se aplicó un modelo de negocio de alimentos transgénicos donde se combinaba el uso de semillas patentadas resistentes al glifosato y la aplicación del herbicida Round Up.
Tal como ha denunciado Bartow Elmore, profesor de Historia Ambiental de la Universidad Estatal de Ohio, en su reciente libro “Sembrando dinero: el pasado de Monsanto y nuestro futuro alimentario” de 2021, la lógica del negocio era un nuevo modelo de desarrollo agrícola, que debía ser protegido por un sistema legal y comercial global y uniforme que les asegurara sus derechos a las patentes logradas gracias a sus equipos de investigación.
En esta lógica de negocio se incrementaba el uso del Round Up, pues las malezas gradualmente desarrollaban una mayor capacidad de resistencia al glifosato y es por ello que cada vez se hacía necesario aumentar el uso del herbicida de Monsanto para obtener los mismos resultados. Así, este esquema permitía el incremento de las ganancias sin mayores inversiones. Además, Elmore señala que esta empresa incurrió en prácticas de sobornos en distintos países del mundo para impedir estudios sobre la toxicidad del glifosato e incurrió en publicidad engañosa al asegurar que su herbicida era biodegradable.
A comienzos del siglo XXI diversos países, especialmente de la Unión Europea, lograron limitar el uso del glifosato en sus cultivos en un contexto donde distintas ONG y gobiernos se hicieron eco de una multitud de denuncias por los posibles y graves perjuicios a la salud e impacto ambiental negativo de los productos de Monsanto.