QUIEREN ENTRAR A LA CASA
El fenómeno de los realitys shows evidencia la necesidad de mirar y ser mirado. El proceso fue cambiando así como el protagonismo del público. Una vigencia que supera dos décadas
Eliana Cabrera
“Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no había escape. Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo.” Así se describe parte de la vida en sociedad en 1984, una novela de George Orwell. En ella está basada el reality show que más impacto tuvo a nivel mundial, “Big Brother”, Gran Hermano. No fue el primero, pero sí el que impuso en Argentina el deseo de ver y analizar el comportamiento de un grupo de extraños.
¿Por qué entretiene tanto observar vidas ajenas montadas en espectáculos televisivos?
Antes de la exportación de Gran Hermano a Argentina, se produjeron otros realities que fueron entrenando al público en este tipo de programas. Expedición Robinson, conducido por Julián Weich, propuso que 16 participantes en una isla se vieran sometidos a situaciones de supervivencia.
La producción creyó que el gran atractivo eran las pruebas físicas entre los jugadores, pero lo que terminó encantando fue el hecho de ver la intimidad de personas no famosas y como estas interactuaban entre sí. En este reality comenzó el “hackeo” a las reglas y se puso en evidencia el gusto por el acontecimiento espectacular más que la competencia limpia. En la final, “Picky” y Adrián se sometieron a un juego en el que claramente Adrián parecía estar perdiendo. Al verlo tan afectado por su inminente fracaso, Picky se detuvo, dejó voluntariamente de moverse y dejó que su compañero ganara. Esto hizo que el programa obtuviera un alto rating porque, de nuevo, a las personas no les interesa tanto un juego limpio como una buena historia y giros inesperados.
Gran Hermano en Argentina tuvo un impacto especial. Su primera edición se realizó en el emblemático año 2001. En esa emisión, las reglas del juego se llevaron adelante con normalidad, los participantes comenzaron a buscar la convivencia y quienes veían el programa votaban para eliminar de la casa a quienes no les simpatizaba o agradaba menos. La situación cambió cuando en la simple búsqueda de la convivencia se infiltró la viveza criolla, el “chantaje” argentino.
Los participantes fueron tomando conciencia de que su permanencia en la casa dependía de un grupo de televidentes, y comenzaron a comportarse según lo que interpretaban que esas personas podían desear de ese show. Así fue como pasaron de buscar agradar por amabilidad y gracia personal a buscar entretener y posicionarse como personas estratégicas, “jugadoras”, manipuladoras de la situación y con ansias de ganar sobre todas las cosas. Así fue que Marianela en la edición de 2007 obtuvo el apoyo de la gente en el momento en el que decidió nominar a su propio amigo dentro de la casa, como una estrategia para mantenerse ella en el programa. Se prefería la inteligencia más que “ser buena persona”.
El caso más extremo de análisis y jugabilidad fue el del conocido “Cristian U.”, en la edición de 2011, que constantemente se mostró a sí mismo como una persona competitiva, observadora, casi “maquiavélica”, que ponía en jaque a sus compañeros y creaba interacciones basadas en demostrar quién era “más vivo”. También buscó los grises en las reglas del juego, llegando a autonominarse en varias ocasiones como una estrategia para anular los votos de sus compañeros hacia él, y de paso probar si, al ser votado por los televidentes, era apoyado y querido.
De todas formas, la Casa está siempre expuesta a que desde el exterior las personas se acerquen y griten informando a los jugadores sobre alguna situación (no está permitido, pero se convirtió en una gracia “argenta” encontrar la Casa y enviar mensajes). Cristian U también pudo evaluar el apoyo popular gracias a que se reprodujo una cumbia que habían creado sobre él.
Redes sociales: el otro reality
En las últimas ediciones de los reality shows, las redes sociales obtuvieron un lugar de gran importancia en el desarrollo de los programas y su recepción. Ahora no basta solo con votar de forma anónima a quién queremos que se mantenga en el juego o no, sino que se hacen públicas nuestras opiniones al respecto, se debate, se crean “clubs de fans” apoyando a ciertos participantes. El público es más consciente que nunca de que tiene influencia sobre el show, y se lo toma muy en serio. Esa posibilidad de conversar en vivo y en simultáneo sobre algo que está sucediendo en ese mismo momento, y que tanta gente está viendo a la vez, es el verdadero encanto de los reality shows en los últimos años.
Sabiendo que todo participante puede estar fingiendo, actuando o elaborando estrategias para ganar “en secreto”, el público se da a la tarea de develar el verdadero comportamiento de los participantes. “Por lo tanto, la audiencia tiene que elaborar estrategias de observación y juicios de verdad sobre lo que ve y escucha basada en la sospecha de que los jugadores ‘juegan’, es decir, actúan un personaje que encubre la verdad sobre su persona como parte de su táctica para ganarse simpatías dentro y fuera de la Casa”, sostiene Luis García Fanlo en su artículo “Un análisis sociológico del reality show Gran Hermano 4 (Argentina)”. Surge un doble juego: el de los participantes interpretando qué quiere la audiencia, y comportándose según sus suposiciones, y el del público observador, interpretando qué están haciendo los participantes y por qué.
El hecho que reveló definitivamente el impacto de las redes sociales, y sobre todo de Twitter, en los reality shows fue el ocurrido en Bake Off. En este programa la competencia era sobre repostería y sus participantes eran todos novatos o recién iniciados en el rubro. Sin embargo, investigaciones de parte de los seguidores del programa revelaron que una de las jugadoras, Samanta, tenía experiencia previa en el mundo de la repostería profesional, lo que violaba las reglas del concurso. Esto ocurrió cuando la final ya se encontraba filmada (revelando, de paso, que el programa no era tan “en vivo” como se suponía). Como resultado, y ante la gran controversia que se sostuvo en Twitter, la producción decidió descalificar a Samanta y se le retiró el premio que había ganado, llegando incluso a filmar una nueva final que no estaba prevista. Lo interesante es que en este reality el público no tenía poder de decisión ni votaba por quién se quedaba en el programa o no; fue su intervención en la opinión pública y las redes sociales lo que forzó su influencia en el resultado del show.
No es el encierro, la competencia, ni las destrezas físicas y mentales de los participantes lo que atrae al público sino el control que este ejerce sobre los participantes sometidos a una observación continua e ininterrumpida. Si bien los reality shows muestran a sus participantes “sin filtros”, en realidad sí existen pequeños guiones para los productores, que conducen algunos comportamientos, propician situaciones que pueden resultar interesantes para el público potencial y, sobre todo, realizan un trabajo de edición y montaje con todo ese material que obtienen filmando durante tantas horas a un grupo de personas; en el caso de Gran Hermano, 24/7.
Entonces, si bien las interacciones son reales y no tienen limitaciones, a la hora de transmitir algunas escenas en el horario de emisión fijo del programa, las elecciones no son azarosas y se puede lograr que el público interprete lo que los productores quieren, quitándole a algunos hechos su contexto inmediato o entremezclándolo con otras escenas. Por ejemplo, transmitir que dos personas hablan bajito sobre Fulano, y a la vez mostrar a Fulano triste en otra habitación. Quizás no tiene idea de qué están diciendo sobre él, pero la elección de los recortes hace que creamos que un hecho y otro están relacionados.
Lo que preocupa y condiciona la conducta de quienes están participando del programa es no saber cómo están siendo juzgadas e interpretadas sus actitudes y decisiones. “Jugar bien” es adivinar y dilucidar qué desea el público, qué juicios de valor tienen y cuáles son sus expectativas, sin perder autenticidad ni pasar por falsos. Porque ojo, se van a dar cuenta y van a lograr el efecto contrario: desconfianza y menor apoyo. “El sistema se realimenta constantemente haciendo de unos y otros activos observadores, constituyendo una red de relaciones sociales de significación y acción social.”, sostiene Fanlo.
La invasión a la intimidad, además de ser cedida por contrato, obtiene su legitimidad social cuando el público es invitado a influir de forma protagónica en la resolución del juego haciéndolo parte de la serie de eventos que sucederán y que, junto con lo imprevisible de las interacciones de los jugadores, hacen que el final sea incierto y misterioso.
¿Por qué consumimos estos programas, entonces? Quizás porque nos hacen parte, porque nos ilusionan con el poder decidir sobre las vidas de otras personas que podemos observar en secreto y sentados cómodamente en nuestras casas, sin riesgos ni consecuencias. Porque en muchos casos nos vemos a nosotros mismos allí, o un fragmento de la sociedad que representan, y queramos o no, es más placentero tomar la realidad como ficción que vivirla a diario y en primera persona.