¿Qué es la puntanidad?
Jesús Liberato Tobares (*)
El profesor Hugo Arnaldo Fourcade respondiendo a este interrogante afirma: “La puntanidad es una forma peculiar de la argentinidad”. Y definiendo al puntano ha dicho: “Un hombre, el nuestro, el sacrificado habitante de nuestra provincia que es el a los patrimonios de la hora primera, a los ingredientes constitucionales de la religión católica y de la lengua castellana, a la tradición, el hilo de oro de la estirpe, a los usos y costumbres ancestrales, a las particularidades idiomáticas, al folklore, a la música y al canto vernáculo, a todo aquello que nos individualiza, como la tonada en el extenso, vario y dinámico panorama nacional”.
En efecto, la puntanidad supone fidelidad a un estilo de vida, a una filósofa de la existencia, a un plexo de valores. Frente a la materialidad obsesiva y excluyente, el puntano priorizó las prendas espirituales que se traducen en la solidaridad, la hospitalidad, la sociabilidad y la buena vecindad.
La puntanidad implica conocer y valorar saberes tradicionales como el rastreo (cuyo origen lo encuentra Sarmiento en la cultura huarpe), los secretos de la medicina popular, las destrezas manuales con sentido estético que esplenden en las artesanías del cuero, del tejido, de la plata; conocer y valorar la filosofía ancestral que vive en la copla anónima, la leyenda, la relación, el romance, la tonada; conocer y valorar la fe implícita en la novena, la solidaridad de la minga, la alegría de la serenata. No es ajeno por cierto a estos atributos de la puntanidad, el amor por las cosas y los seres de nuestra tierra.
La destrucción insensible de la flora con la tala indiscriminada, de la fauna con matanzas sin piedad, de las minas con explotaciones irracionales y avarientas; importan grave lesión a nuestro patrimonio común.
La puntanidad importa, asimismo, compartir un modo de expresión que tiene concreta manifestación en la tonada, es decir una forma particular de utilizar la lengua con determinadas y características inflexiones fonéticas. Si bien es cierto los estudiosos diferencian tres ámbitos lingüísticos (tonada nortina, sureña y puntana propiamente dicha), para los extraños una única tonada nos caracteriza, distinta de la santiagueña, cordobesa o riojana.
El vínculo de la puntanidad nos une al hombre de Intihuasi que hace 8.000 años luchaba por sobrevivir a la agresión de las fieras, las alimañas y la intemperie.
En la oscuridad de la caverna encendió el pedernal para defenderse del frío y de las sombras, y desde aquellos tiempos hasta el presente en que las lámparas eléctricas, los sillones mullidos, la calefacción, y la música funcional alagan la existencia humana; ha transcurrido un largo periplo de luchas, sacrificios y privaciones.
Sentir la puntanidad es valorar ese largo espacio de nuestra historia y prehistoria, rescatando del ámbito sombrío de la caverna la bandera de la vida para levantarla hacia la luz.
La puntanidad hermana nuestra sangre con la que entregaron nuestros comprovincianos en San Lorenzo y Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú, Torata y Moquegua.
Pasión de puntanidad alentaba a Basilio Bustos, Januario Luna y José Gregorio Franco; a Juan Bautista Baigorria, La Pancha Hernández y Juan Pascual Pringles que viven en la muerte porque sus nombres alumbraron los vagidos iniciales de la Patria.
Apasionados puntanos eran los arrieros y baquianos como don Rufino Natel de San Luis, don Bruno Roldán o don Polonio Coria de Santa Bárbara, que trajinaron leguas con las cargas de alimentos, vestuarios y pertrechos que se reunieron para el aprovisionamiento del Ejército de los Andes.
Mística de puntanidad llevaban en el alma las tejedoras, pelloneras, hilanderas, charqueadoras y rezanderas que prepararon ropas y alimentos y que cuando los hombres partían rumbo a las tierras irredentas, elevaban su humilde oración al Creador.
Don Víctor Saá y Urbano J. Núñez han dicho que el puntano fue esencialmente andariego. Hay testimonios documentales que prueban sus andanzas tras las vaquerías hasta la Sierra de la Ventana (Pcia. de Buenos Aires).
Las cosechas de maíz y trigo (cosecha fina), la vendimia, las labores mineras, los arreos de mulas y vacunos; lo llevaron a las hermanas provincias de Córdoba, Santa Fe, La Pampa, San Juan, Mendoza, y a las repúblicas de Chile y Bolivia. Pero rara vez el puntano abandonaba definitivamente su pago. Siempre volvía. Su rancho, su río, su cerro, su quebrada, su pampita; lo llamaban como un cencerro misterioso y convocante.
A la distancia se le hacía más vivo el recuerdo de las tibias madrugadas pobladas de balidos y relinchos, de los mediodías impregnados de olor a monte virgen, de las noches silenciosas (nodrizas de tonadas), que le embrujaban el alma bajo el crepitar de los luceros.
Andariego, sí, pero volvedor. Porque la tierra es una inmensa campana cuyo llamado no deja conciliar el sueño. Mística de puntanidad convoca a miles de puntanos que después de estudiar o trabajar en otras ciudades, vuelven a su tierra porque aquí están las raíces de su alma.
Es la misma pasión que palpita en la obra de los poetas, de los plásticos, de los músicos, y en la voz conmovida de los cantores populares.
La puntanidad supone, además, la conciencia de una continuidad histórica. No basta haber nacido en el espacio geográfico sanluiseño.
No basta vivir o morir en él. Es necesario también participar de una tradición, sentirse unido al resto de la puntanidad por vínculos indisolubles, y saber que compartimos -porque desde siempre nos pertenece- una cultura y una pequeña patria común, y que de nosotros depende su grandeza y su destino.
En estos tiempos la puntanidad debe tener un sentido actual, acorde con los días que nos toca vivir. El caos de nuestro tiempo tiene origen en gran parte en la desacralización del hombre, de la vida, del sexo.
Cuando el hombre pierde la estatura de su dignidad y la vida se juzga como una cosa subalterna susceptible de suprimirla arbitraria e intempestivamente, regresamos a la época de las cavernas.
Cuando el sexo se vende o se dilapida, descendemos a los estratos de la animalidad. La puntanidad debe ser hoy una filosofía y un estilo de vida donde se destierren viejas y nuevas formas de opresión; donde el amor prevalezca sobre el odio y la sobriedad desaloje a la ostentación.
Un estilo existencial donde sean desterrados el materialismo y el consumismo para volver al idealismo.
No destruir, envenenar ni prostituir la tierra, el aire y el agua, deben ser imperativos de conciencia actuales porque queremos la paz y la alegría de la vida; no la paz de los cementerios edificada sobre Hiroshima y Nagasaky.
Cuando la historia reconstruya la arquitectura vital de estos tiempos, ojalá que en la tierra puntana no encuentre pigmeos asesinos del amor sino hombres sensibles y solidarios capaces de edificar la vida sobre los humildes cimientos del trabajo, el rezo y el canto.