Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

LA PUNTANA DE AYER Y LA JUSTICIA

Por Cholita Carreras de Migliozzi (*)

El monumental informe que el notable maestro de Nogolí Luis Gerónimo Lucero Riera redactó respondiendo a la Encuesta Nacional de 1921, nos ofrece datos que muestran el tratamiento que daba la justicia de San Luis a una mujer a mediados del siglo XIX.

Con el título “Muerte de doña Teresa Sosa, madrina del coronel Pringles”, Luis Lucero narra una historia que le contara su abuela materna, doña Teresa Decena, nacida alrededor de 1810 y que en un tiempo fue cautiva de los indios.

Cuenta don Luis Lucero que su octogenaria abuela afirmaba haber conocido personalmente a doña Teresa Sosa, a Juan Pascual Pringles y a toda su familia.

Refiriéndose a ella, le escuchó decir a la anciana que “esta respetable señora fue nacida por 1760 y muerta por los años 1840 a 45 o 50”.

Según su abuela, esta señora era madrina y también tía carnal de Juan Pascual, ya que era hermana de su madre, doña Andrea Sosa de Pringles.

Con respecto a que doña Teresa Sosa era madrina de Pringles no cabe duda alguna ya que consta en el Acta de Bautismo del héroe:

“En la Iglesia Matriz de la ciudad de San Luis, el 12 de julio de 1795, el teniente cura fray Félix Sosa puso óleo y crisma a Juan Pascual, de dos meses, hijo legítimo de don Gabriel Pringles y de doña Andrea Sosa. Lo había bautizado, en caso de necesidad, fray Ignacio Sosa y fueron padrinos de agua y de óleos don Francisco Vicente Lucero y doña Teresa Sosa”.

He aquí un resumen del relato de Luis Lucero:

Doña Teresa Sosa vivía en la ciudad de San Luis, en unos ranchitos que ocupaban la esquina en la que más tarde fue construida la Escuela Rivadavia (actuales calles Ayacucho y Chacabuco).

Allí vivía con su criada Inés, muchacha de unos veinte años a la que ella llamaba “la China”.

Enfrente -recordaba la abuela- vivía doña Manuela Núñez, que decían era sobrina de doña Teresa.

Un día la viejecita la mandó a la China a moler maíz y la criada no quiso obedecer. La mandó varias veces reprendiéndola “y tal vez tomándola de los cabellos”, a lo que la muchacha respondió violentamente dándole un golpe en la cabeza a la viejita con la mano del mortero y la mató.

Un muchachito de unos siete años vio todo lo sucedido, asomado por sobre una pared vieja del lado oeste de la casa.

Cuando llegó la noche, la China transportó como pudo el cadáver y se lo llevó “cuesta abajo hacia el oeste y una vez fuera de las últimas paredes viejas, que en ese tiempo no era muy extendido el pueblo, lo escondió en unas barrancas debajo de unos locontes”.

Como a los tres días unos niños leñateros que pasaban por el lugar descubrieron el cadáver al espantárseles el burro que los conducía. Huyeron despavoridos rumbo a sus casas y allí contaron a sus padres el hallazgo.

Avisada la policía, fue al lugar del hecho, reconoció el cadáver y apresó a la muchacha. Cuando le tomaron declaración, confesó todo y hasta reveló que después de matar a la viejecita le había clavado una aguja colchonera en las sienes “para cerciorarse de que estaba muerta”.

Habiendo confesado la China el crimen, fue sentenciada a morir por fusilamiento.

“En aquellos tiempos de horca y cuchillo -dice Luis Lucero- no se andaba con contemplaciones ni había cuñas”.

Recordaba su abuela que en esos años un fusilamiento solía ser motivo de espectáculo público porque se llevaba a cabo en la plaza a la vista de todos los que quisieran presenciarlo, para que sirviera de ejemplo.

También evocaba la costumbre de aquella época de fusilar a las mujeres por la espalda, porque era creencia popular que los pechos de una mujer eran sagrados. Y que si un hombre le ofrecía casamiento a la condenada, la salvaba de la muerte.

Sucedió que cuando se aprestaban a fusilar a la China, un soldado la pidió en casamiento, pero la joven se negó diciendo “que la debía y la tenía que pagar”.

Al oír esta contestación, no quedó más remedio que fusilarla.

Luis Lucero finaliza su relato diciendo:

“Cuatro tiros sonaron y cayó la China despidiéndose del día para entrar en la noche eterna”. Esta historia narra el doloroso fin de doña Teresa Sosa, tía y madrina del coronel Juan Pascual Pringles, héroe máximo de la puntanidad.

Portada del libro “Mujeres en el Pasado Puntano”, por Cholita Carreras de Migliozzi.

(*) Este texto forma parte del libro “Mujeres en el Pasado Puntano”. Disponible para descarga gratuita en la Biblioteca: https://biblioteca.culturasanluis.com/