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Historias Cruzadas

Ana Comneno, la reina Melisenda y Leonor de Aquitania: tres mujeres notables del siglo XII

Por Pablo Ricardi

Tres grandes mujeres, las tres vinculadas al fenómeno histórico de las Cruzadas. Las tres con poder y fuerte personalidad se hicieron un lugar en un mundo manejado por hombres y donde los hechos violentos eran cosa cotidiana.

A fines del siglo XI se gestó la Primera Cruzada. Jerusalén había sido tomada por los musulmanes, así como otras ciudades de Palestina. Dado que el viaje por mar era peligroso y caro, las huestes cruzadas viajaban por tierra. El paso obligado, o el punto de lanzamiento, era Constantinopla, la capital del Imperio Romano de Oriente. Erigida en ese entonces como la ciudad más importante del mundo y la sede del emperador. Allí vivía Ana Comneno (1083-1153), una princesa bizantina. Era hija del emperador romano de oriente, Alejo Comneno, que reinó durante 37 años, en uno de los períodos más trascendentes del imperio, incluído en él la época de la Primera Cruzada. 

Ana, que tenía la mejor educación que se podía tener en su tiempo, que conoció personalmente los hechos históricos y los personajes, que participó en las intrigas palaciegas, con objeto de lograr poder para sí misma y para su marido, una vez muerto su progenitor, se retiró de la vida pública y se dedicó a escribir la historia del período en que gobernó su padre. 

Fue constante y meticulosa; su libro, “la Alexiada”, de ser un panegírico hacia su padre, pasó a ser un documento histórico de primer orden. 

Ana Comneno fue una de las primeras mujeres historiadoras. Ella describe a los protagonistas, las batallas, las intrigas cortesanas. Su obra es indispensable para conocer la Primera Cruzada, y la historia del imperio de Oriente. 

Cuando los cruzados tomaron Jerusalén en 1099, fundaron lo que se conoció como el Reino Latino de Jerusalén. Duró 88 años hasta que los musulmanes, al mando del sultán Saladino, la reconquistaron. En ese período, vólatil e inestable dadas las constantes guerras, Jerusalén tuvo muchos reyes, pero también una reina, la reina Melisenda (1105-1161). 

Era la hija mayor del rey Balduino II que no tuvo hijos varones. Balduino, antes de morir, siguió una práctica típica en aquél entonces, la de casar a su primogénita con un caballero capaz de manejar el reino. El elegido fue Fulco de Anjou, (también conocido como Fulco el Joven), aunque no muy del gusto de Melisenda. 

Así las cosas, Fulco reinaba y dirigía las campañas militares, pero su título de rey era como coregente, es decir que no era rey por derecho propio sino por ser el marido de Melisenda. Esto generó fricciones en la pareja real porque Melisenda era consciente de su poder y lo usaba cuando le parecía que tenía que hacerlo. 

Cuando Fulco murió, el hijo mayor Balduino III era menor de edad, de modo que Melisenda reinó hasta que Balduino pudiera hacerse cargo del mando. Cuando esto ocurrió, Melisenda, en su afán de poder, nuevamente tuvo choques, esta vez con su hijo. Finalmente cedió ante el hecho de que el reino necesitaba un mando militar al frente. 

Aún después de haber dado un paso al costado hay constancia de documentos oficiales firmados por Melisenda que demuestran que nunca perdió su poder e influencia. 

Ella supo mandar cuando tuvo que hacerlo, su opinión siempre era respetada, manejaba con clase las relaciones públicas entre los diferentes reinos y ciudades que componían el Reino Latino, y fue muy popular y estimada por sus obras de caridad.

Juan II Comneno a quien vemos aquí con su esposa Irene de Hungría, quien sucederá a Alexis I.
Mosaico en la Catedral de la Santa Sabiduría de Constantinopla.

Y al final, tenemos a Leonor de Aquitania (1122-1204), una mujer extraordinaria de una vida también extraordinaria. 

Leonor poseía por herencia el valioso ducado de Aquitania, lo que le valió casarse a los 15 años con Luis VII, futuro rey de Francia. Pero Leonor, además de ser muy inteligente, poseía un carácter activo e independiente. Era muy difícil que alguien tuviera control sobre ella. 

Cuando tiempo después, Luis, ya rey de Francia, hubo de viajar a Tierra Santa para la Segunda Cruzada, Leonor lo acompañó, aun contra la opinión de los consejeros de la corte. 

Los rumores cuentan que una vez en Palestina algo se rompió entre la pareja real, y que Leonor agregó a su marido una cornamenta por corona. A la vuelta de esa cruzada, que fue un fracaso militar, los reyes se separaron. Eso se suponía que iría en desdoro de Leonor, pero a ella no le importó y se casó, a los 30 años y con bueno ojo, con Enrique II, que al poco tiempo se coronó como rey de Inglaterra. Es decir que esto produjo otro hecho histórico que Leonor fuera reina de Francia y reina de Inglaterra. Tuvo diez hijos, dos con Luis y ocho con Enrique; de estos últimos dos fueron famosos reyes ingleses: Ricardo Corazón de León, y Juan sin Tierra. Además, como advertimos, fue a las Cruzadas e hizo muchas cosas más en su vida de leyenda.

En un momento casi conciden: en mayo de 1148, en Jerusalén, la reina Melisenda recibe en su palacio a los cruzados y entre ellos a Leonor de Aquitania. Mientras en Constantinopla, una anciana Ana Comneno escribía las líneas finales de la Alexiada. 

Tres grandes mujeres, que superaron las limitaciones de su época, y protagonizaron y escribieron la historia con letra propia.

La Alexiada (fragmento)

Por Ana Comneno

“Cuando caía la tarde, después de haber permanecido sin comer durante todo el día, se levantaba del trono para dirigirse a la cámara imperial; pero tampoco en esta ocasión se libraba de la molestia que suponían los celtas. Uno tras otro iban llegando, no sólo aquellos que se habían visto privados de la diaria recepción, sino incluso los que retornaban de nuevo, y mientras exponían tales y cuales peticiones, él permanecía en pie, soportando tan gran charlatanería y rodeado por los celtas. Era digno de verse cómo una y la misma persona expertamente daba réplica a las objeciones de todos. Más no tenía fin su palabrería impertinente. Cuando alguno de los funcionarios intentaba interrumpirlos, era interrumpido por el emperador. Pues conociendo el natural irascible de los francos, temía que con un pretexto nimio se encendiera la gran antorcha de una revuelta y se infligiera entonces un grave perjuicio al imperio de los romanos. Realmente, era un fenómeno completamente insólito. Como una sólida estatua que estuviera trabajada en bronce o en hierro templado con agua fría, así se mantenía durante toda la noche desde la tarde, frecuentemente hasta la media noche y con frecuencia también hasta el tercer canto del gallo y alguna vez hasta casi el total resplandor de los rayos del sol. Todos, agotados, generalmente se retiraban, descansaban y volvían a presentarse enfadados. Por ello ninguno de sus asistentes podía soportar tan prolongada situación sin reposo y todos cambiaban de postura alternativamente: el uno se sentaba, el otro doblaba la cabeza para reclinarla en algún lado, otro se apoyaba en la pared, sólo el emperador se mantenía firme ante tan grandes fatigas. ¿Qué palabras podrían estar a la altura de aquella resistencia a la fatiga? Las entrevistas eran infinitas, cada uno hablaba por extenso y chillaba desmesuradamente; cuando uno cambiaba de lugar era para cederle a otro la oportunidad de parlotear y éste mandaba buscar a otro y, a su vez, éste a otro, Y mientras ellos sólo debían permanecer en pie durante el momento de la entrevista, el emperador conservaba su postura inmutable hasta el primer o segundo canto del gallo. Y tras descansar un poco, salido de nuevo el sol, se sentaba en el trono y volvía a encajar nuevas fatigas y redobladas contiendas que prolongaban aquéllas de la noche”.

Reina Leonor de Frederick Sandys, 1858, Museo Nacional de Cardiff.