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Larga vida a las prendas

El consumo de ropa nueva como necesidad creada provoca que actualmente la industria textil sea la más contaminante detrás de la petrolera. ¿Hay formas de revertir esta situación?

Por Naomi B. Calabrese Cunti

Hace un tiempo leí una frase que cambió mi forma de ver las cosas, decía: “para saber los colores que están de moda, basta con ver de qué color se tiñen los ríos de China”. La industria textil es la segunda más contaminadora después de la industria petrolera, según la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo. Esta industria lleva a cabo procesos destructivos de recursos naturales como tierra y agua, produce una gran cantidad de desechos y explota a una buena parte de sus trabajadores.

A pesar de todo esto, es la industria que crece con mayor rapidez, por ejemplo, duplicó su producción en el período entre 2000 y 2014. El por qué de su crecimiento es culpa de todos: la moda rápida (o fast fashion, su denominación en inglés).

Cada vez las personas desechamos más ropa y la media de usos de cada prenda desciende. Según un estudio llevado a cabo por el medio británico Daily Mail, la mayor parte de un grupo formado por dos mil mujeres británicas mayores de 16 años solo utilizaba una prenda siete veces antes de olvidarla en su guardarropa. Y aún peor, el 33% de dicho grupo solo la usaba tres veces antes de desecharla por considerarla “vieja”. Estos datos pueden parecer lejanos al tratarse de un país europeo, pero la verdad es que esta problemática nos atraviesa y afecta por más que vivamos en territorios tan disímiles. La TV Pública de Argentina realizó un relevamiento: el promedio de vida útil de una prenda dura entre 6 a 12 meses; sigue siendo un período corto de uso a comparación del tiempo en que tarda en producirse y degradarse la misma prenda.

Este consumo exagerado sucede de manera desigual a lo largo del mundo. Mientras que un estadounidense promedio adquirió 16 kilos de ropa nueva en 2014, casi en la otra punta del planeta, cada africano adquirió solo 2 kilos. En Europa, cada persona consume 26 kg al año y tira 11 kg, lo que se convierte en 5,8 millones de toneladas de residuos textiles anuales. Pero las consecuencias lamentablemente nos afectan por igual, sin importar la ubicación geográfica o el consumo.

Lo barato contamina caro

El ámbito de producción textil es el culpable del 20% del total de tóxicos que se vierten en el agua y del 8% de las emisiones globales de gases que producen el efecto invernadero. Elisa Tonda, jefa de la Unidad de Consumo y Producción del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), advierte que, si no se cambia el modelo de producción de esta industria, las emisiones contaminantes que ocasiona aumentarán un 50% para el año 2030. Con respecto al agua, se utilizan una media de 93.000 millones de metros cúbicos al año, lo mismo que se necesita para satisfacer a cinco millones de personas.

Lo peor es que es un mercado en expansión continuamente y la necesidad de abaratar costos para poder competir en los precios, asciende. Con la entrada de China a la competencia, los precios disminuyeron en gran medida ya que lograron combinar una mano de obra explotada, que cobra lo justo y necesario para su supervivencia, con el hallazgo de que si mezclaban distintas fibras la producción de las prendas costaba mucho menos y se podían vender a precios accesibles para todas las clases sociales.

¿El mayor problema de este hallazgo? La combinación y el uso de distintas fibras (como el poliéster, que tarda entre 3 a 5 años en degradarse y encima contamina el suelo y fuentes hídricas en su proceso de descomposición) conllevan que sea mucho más difícil el reciclado de la prenda.

A pesar de producir grandes impactos a nivel ambiental, las consecuencias de la sobre producción textil continúa siendo invisible para una gran parte de la población. Cuando hablamos de desechos, no se suelen incluir los textiles y mucho menos llegamos a pensar qué sucede con esa remera que tiramos a la basura. No se sabe el tiempo que tarda en degradarse cada tela o la cantidad de agua que se utilizó para trabajarla.

Alternativas al alcance de nuestras manos

La ONU sostiene que si logramos renunciar al modelo de “comprar, usar, desechar” y tomamos conciencia de cómo contribuimos a la contaminación ambiental con el consumo exagerado de ropa, podríamos reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero que produce la industria.

“Moda rápida”, por Annabelle Amory. 2023

El cambio es necesario y podemos llevarlo a cabo de varias maneras. Dejar de consumir es el mayor paso; nos cuesta demasiado solo comprar lo necesario y más con la moda cambiando a cada semana y bombardeando de diseños atractivos e innovadores. Hay proyectos que pueden ayudarnos a comenzar a achicar nuestro armario: Marie Kondo se volvió famosa por su método para ordenar y hacer limpieza de cosas que nos sobran. Otro ejemplo es el proyecto 333 creado por Courtney Carver, donde las personas que deciden llevarlo a cabo solo tienen que usar 33 objetos (incluyendo ropa, accesorios, zapatos) durante tres meses para darse cuenta de que es lo que de verdad necesitan y usan en su vida diaria. Sirve para depurar mentes ya que luego de los tres meses la persona va a sentirse menos ansiosa y estresada, al sacarse de encima la necesidad de consumir, seguir cánones de moda y belleza socialmente impuestos y la idea de que todos los días tenemos que vestir algo distinto, que llena el bolsillo de las empresas.

Un cambio transformador implica movernos en espacios nuevos, quizás hasta desconocidos por una gran parte de la población; cambiar el shopping y las tiendas de ropa nueva por ferias americanas o tiendas de segunda mano sería un gran avance. Cada kilogramo de algodón virgen desplazado por ropa de segunda mano ahorra aproximadamente de 65 kWh a 90 kWh utilizados para la producción de poliéster. No solo ayudaríamos al medio ambiente, sino que también fomentaríamos la llamada “economía circular”, una forma distinta de comercializar que acerca de forma más directa al consumidor con su vendedor y que tiene por objetivo reducir la entrada de materiales vírgenes como la salida de desechos. La venta de ropa usada ayuda a que las personas tengan un ingreso extra o hasta que vivan de eso, en el caso de que administren una tienda y comisionen por la venta de ropa de otros. Hay quienes trabajan en marcas que defienden la slow fashion (moda lenta) en donde el foco se pone en un medio ambiente limpio, la calidad del producto y la equidad en la relación entre consumidores y productores.

Con el auge de la moda vintage, las ferias americanas se volvieron espacios repletos de jóvenes que se sienten en una especie de búsqueda del tesoro, tratando de encontrar la prenda que necesitan. Los armarios de las personas mayores también se encuentran en la mira, reutilizando objetos con años de antigüedad, dándoles una segunda oportunidad de crear recuerdos.

A través de las redes sociales se pueden crear grupos que junten a personas cercanas geográficamente para llevar a cabo estos intercambios. Una alternativa para darle una vuelta de tuerca a una prenda ya usada es el upcycling (suprareciclaje o reciclaje creativo), una tendencia que cada vez obtiene más adeptos ya que se trata de aprovechar objetos para crear productos nuevos que, gracias a la creatividad, tienen un mayor valor que el que tenía el objeto original. Dicha tendencia es incluso implementada por marcas de moda, que tratan de lograr prendas nuevas reciclando temporadas pasadas.

Hay que implementar la compra consciente; realizarse preguntas como: ¿de verdad lo necesito? ¿Con qué lo usaría? ¿Cuántas oportunidades de usarlo tendré? Si sabemos que acumulará polvo en una esquina de nuestro armario, debemos resistir el impulso de comprarlo. Con los objetos que ya poseemos debemos lograr duplicar o triplicar la cantidad de veces que los usamos antes de considerarlos descartables. La acumulación de basura sería mucho menor si cada uno usáramos una remera 30 veces antes que comprar una remera cada 10 usos.

Además, cuidar las prendas alarga su duración. Algunos ejemplos de esto son el lavado a mano en caso de que la prenda posea telas delicadas o el uso de vinagre o bicarbonato con el color blanco. Utilizar jabones biodegradables funciona para no contaminar más litros de agua en los lavados. Teñir las telas con tinturas naturales, extraídas de plantas, es otra forma amigable con el medio ambiente de darle una segunda vida a la ropa.

Al tomar este tipo de decisiones, nos encontramos con la resistencia del mercado textil, que no está dispuesto a perder ganancias y pone en funcionamiento la presión social de tener que seguir modas. Crecemos consumiendo publicidades y modelos que responden a un único canon de belleza y de gustos. Somos diferenciados por sexo y género, teniendo cada uno su propia sección o tiendas especializadas. No deberíamos ser limitados a usar lo que se nos dice, sino que deberíamos poder elegir con qué nos sentimos cómodos y usarlo libremente. Estás divisiones solo fomentan a un sistema: el capitalista patriarcal, que sigue poniendo precios exuberantes cuando una prenda se considera “femenina” y presionando a las mujeres a tener que poner mayor atención a su forma de vestir para encajar con el estereotipo de mujer ideal.

Kate Fletcher, la creadora del movimiento slow fashion, sostiene que necesitamos llevar a cabo un “Verdadero materialismo”: un cambio de idea, de una sociedad consumista en donde los materiales importan poco, a una verdadera sociedad material, en donde los materiales son apreciados y el mundo confía en ellos.

La responsabilidad de cambiar la situación a favor a la naturaleza está en nuestras manos. Puede representar un gran peso volvernos conscientes del impacto de cada una de nuestras acciones, pero la cuestión no es volverse paranoicos sino lograr actuar como se necesita que actuemos. No basta con sentarse a esperar a que se declaren leyes proteccionistas que limiten el accionar de las empresas y las encaminen hacia una producción verde. Siendo millones en el mundo, cada acción individual pesa en la balanza. Cuál lado va a ser el que toque suelo primero, es el mayor interrogante.

“Moda rápida. Destrucción rápida”, por Roya Ahmadi. 2020

Fuentes consultadas disponibles en:

https://www.tvpublica.com.ar/post/industria-textil-la-segunda-mas-contaminante-del-planeta

https://news.un.org/es/story/2019/04/1454161

https://www.greenpeace.org/archive-international/Global/iHYPERLINK “https://www.greenpeace.org/archive-international/Global/international/briefings/toxics/2016/Fact-Sheet-Timeout-for-fast-fashion.pdf”nternational/briefings/toxics/2016/Fact-Sheet-Timeout-for-fast-fashion.pdf

https://www.slowfashionnext.com/blog/2016/09/27/kate-fletcher-la-pioneraHYPERLINK “https://www.slowfashionnext.com/blog/2016/09/27/kate-fletcher-la-pionera-del-slow-fashion/”-del-slow-fashion/

https://www.dailymail.co.uk/femail/article-3117645/Women-ditch-clothes-ve-worn-just-seven-times-Items-left-shelf-buyer-feels-ve-weight-ve-bought-whim.html

https://lucirmas.com/dHYPERLINK “https://lucirmas.com/diferencia-entre-upcycling-y-recycling/”iferencia-entre-upcycling-y-recycling/