La pluma
Por Alejandra Etcheverry (*)
San Luis es una tierra llena de magia. Quizás es porque aquellos que la habitaron hace miles de años tenían contacto con energías profundas y místicas, o quizás sea porque se encuentra asentada sobre un manto de cuarzo que la llena de energía.
Quizás también la razón se nos escape por estar demasiado oculta, pero lo cierto es que en estas tierras suceden hechos singulares, hechos que quizás en otros lugares no ocurrirían.
El 5 de junio de 2022 perdimos a uno de los grandes escritores que la provincia ha dado. Un hijo de esta tierra mágica que supo conmover con su pluma, intrigar y fascinar con sus letras y rescatar de lo cotidiano a tantos lectores que lo admiramos.
En la soledad de la noche tomo otra la pluma, la pluma que fue de mi papá, con la que tantas veces escribió sus versos y reflexiones, sostenida por esa mano que supo guiarme en el mundo de las letras, de la música y de los pinceles.
Sostenerla es un poco estrechar la mano de él, sentirlo a mi lado compartiendo esta pasión por el arte.
Pienso en silencio que el querido escritor fallecido fue padre también y dejó su semilla de arte como legado en aquellos que conforman su familia.
Mientras reflexiono siento una presencia diferente a mi lado, una presencia brillante pero no corpórea que desde su esencia me mira, me convoca y me susurra…
No me produce miedo, todo lo contrario, siento el brillo de una mente aguda y singular que se planta en esta realidad.
Es el escritor, o mejor dicho, es su energía, su fuerza vital que se hace presente, que de alguna forma se comunica y me cuenta una historia.
Miro mi lapicera y algo en él parece señalarla.
Las palabras fluyen de alguna parte. No las escucho pero las entiendo.
– Esa pluma es especial – dijo – yo guardé por muchos años una que también lo es.
En estas tierras, hace tiempo atrás se forjó con embrujos arcanos y a pedido de un conquistador, una pluma que tenía extraños poderes.
Tenía fundidas en su esencia palabras de luz y oscuridad combinadas con el ladrido de los perros y zorros que custodiaban la región serrana. Fue creada como objeto de poder y ella lo tomaba de todo lo que la rodeaba.
La pluma fue absorbiendo energía del alma de cada persona que la usaba y terminó transformándose en un artefacto nefasto e indestructible para cualquier ser humano vivo.
El hechizo primordial la convirtió en un objeto que posee la magia de potenciar las capacidades y anhelos más profundos de aquel que la usa, haciéndole conseguir objetivos inimaginables en un corto plazo de tiempo. Metas a las que solo la persona llegaría tras largos años de esfuerzo y de las que nunca hay certeza de alcanzar, porque no siempre tenemos la paciencia, la fuerza y la constancia para lograr hacer realidad los sueños más profundos.
El mal creció en ella y hoy la pluma cobra caro ser usada. No solo devora la fuerza vital restándole años de vida a su poseedor, si no que va corrompiendo su alma, apagando su luz y dejando a la persona en la más cruel de todas las oscuridades.
Se pueden vivir largos años poseyéndola, pero la vida termina siendo algo insípido, amargo y sin sentido. Es la muerte en vida en el peor de los casos, o una vida corta con una muerte terrible en el mejor de ellos.
Poseerla es una tentación constante, una daga clavada en el costado que muerde cada minuto de existencia.
Ante semejante objeto solo se abren tres caminos. Uno es usarla y perder la vida o lo que es peor, perder lo más profundo de nuestro ser, aunque los años de vida sean muchos. El segundo es regalarla antes de caer en su hechizo y pasar a otra alma el terrible destino que acompaña a tan diabólico elemento, pero mi reflexión es que al hacerlo parte nuestra también se va con ella. Y el último y por cierto el más difícil, es conservarla y resistir cada día su punzante aguijón.
La imagen del escritor se iba haciendo más nítida. Podía verle los ojos y sus manos, pero no mucho más.
La voz profunda siguió explicando:
– La pluma fue pasando de mano en mano, los familiares que la heredan sienten con más fuerza la tentación de usarla.
Viajó encontrando víctimas por todo el territorio, devorando almas y vidas.
Un día llegó a mis manos, como un regalo inocente. Solo después de recibirla conocí su terrible secreto y tuve que tomar la decisión de qué hacer con ella.
No podía regalarla y condenar a otro a cargar con semejante destino.
Tampoco quería usarla, la persona que me la dejó sin que yo supiera qué era, me contó luego de la terrible maldición que cargaba.
Decidí guardarla, esconderla para que nadie la encontrara ni la viera.
Todos los días sentía su llamado, todos los días mordía mis mañanas y agitaba mis noches; cada minuto sentía ese secreto tormento acechándome. Pero junto con ese dolor, la voluntad de resistirla se fue haciendo más fuerte, mi propio ser se erguía resistiendo y con cada letra que escribía, mi luz crecía. La escritura y el largo camino que emprendí me hicieron el hombre que vivió hasta este año.
Hoy, la pluma descansa en un lugar oculto del Hotel Regidor y nadie sabe de ella. – Los ojos le chispearon desde su espacio – Vamos a destruirla…
Me quedé muda, solo pude asentir con la cabeza, sabía lo importante que era.
Salimos a la calle, el tiempo se había detenido. Fuimos hasta el Regidor y entramos sin que nos vieran. Todo estaba quieto. Él subió por el ascensor y me hizo esperar abajo.
Cuando regresó llevaba una cajita de madera que me pidió que abriera.
Al hacerlo pude verla. Hermosa y delicada, una pluma antigua, elegante y con la cabeza de un perro labrada e incrustaciones de cuarzo y onix. Al tomarla sentí la imperiosa necesidad de abrirla y escribir. Era como si me quemara el alma la necesidad de poseerla, de que fuera mía, solo mía.
Estaba a punto de abrirla cuando desde la oscuridad un perro de tamaño no muy grande y color oscuro saltó sobre mi mano y tomo la pluma. La mordió con tanta fuerza que la partió en dos. Del interior se desprendió un pequeño espejo con un cono oscuro como un vórtice. El escritor tomó una pequeña esfera de luz y encerró al engendro que había empezado a tomar vida girando sobre el espejo oscuro.
– Esto se lo llevo a quienes pueden destruirlo finalmente. Pancho, el perro de Martín, mi hijo, no es humano aunque le falta poco – se sonrió – y yo ya no estoy en este plano por lo que pudimos intervenir; pero necesitábamos a alguien, fuera de la familia, que tomara la pluma con sus dedos para poder romper la cáscara que esconde el hechizo que dejó el mal en el objeto.
El tiempo seguía detenido excepto para el escritor, para Pancho y para mí.
Volvimos despacio a mi casa, caminando y charlando un poco.
Me contó que se decidió a hablarme cuando me vio con la lapicera de mi papá. Supo en ese instante que estaría protegida, porque los que nos aman nunca nos dejan y porque los símbolos están en todas partes, solo hay que saber leerlos.
Ya en casa antes de despedirnos me dijo que escribiera todo, solo por el gusto de contar una buena historia. También me pidió que le dijera a la familia que “el Guata” siempre está con ellos.
Fui al escritorio, tomé la lapicera de mi viejo y al destaparla el tiempo comenzó a correr nuevamente.
Aclaración: Una parte de esta historia es ficción, pero hay otra parte que es absolutamente real.
(*) Vaya mi humilde homenaje a Jorge Sallenave en estas pobres letras. Mi agradecimiento por la belleza de su pluma y su legado que se extiende en el tiempo más allá de todo final.
Hermoso relato Alejandra.
Me dice el Pancho que te manda saludos.
Aunque eso no hace falta que te lo diga por acá.
Un cariño muy especial en este día para toda la familia
Muchas gracias!!!!! Me alegro que te haya gustado
Un gran abrazo para el Pancho <3
Una genialidad el relato. Felicitaciones Alejandra!
Que maravilla de relato Alejandra, historia conmovedora y atrapante. Gracias por compartir.
Bello homenaje….Felicitaciones