Reportajes

Fernando Salino

Mi nombre es Fernando Aldo Salino (*) . Nací en Junín, Buenos Aires, en octubre de 1960. Fuimos cinco hermanos: María Antonia “Tona”; Verónica -fallecida en 1974-; Marcos -muerto en 2009- y Cecilia. Mis padres, Fulvio y Zulema Clotilde. “Pety” fue docente desde los 17 años y llegó a un cargo que ya no existe: Inspectora de Religión y así se jubiló. De ella heredé la vocación por la docencia. Desde hace 25 años estoy casado con Moira Faur y no tenemos hijos.

Mis hermanos eran más grandes que yo y eso me marcó, me protegían, crecí entre cosas de grandes, con su vocabulario, entre muchos libros. Había un fuerte compromiso con la lectura lo que determinó mi gran vocación por leer. Tuve una infancia profundamente feliz y rural. Me encantaba la escuela, la pasaba bien. A los seis años nos mudamos a Temperley y luego a la Capital Federal donde terminé mis estudios. Disfrutaba jugar a la pelota, era un niño gordo y feliz (sonrisa). En la adolescencia hice muchos amigos, que conservo, pero con Cristian Tapia lo somos desde tercer grado, hace más de 45 años (emocionado).

Terminé el secundario, recibí un premio de la Bolsa de Comercio por mi promedio e ingresé en Ciencias Económicas de la UBA, decidí ser licenciado en administración. Ese aprendizaje me ha sido tremendamente útil, por la amplitud, por la diversidad de miradas.

Mis padres me dijeron que sólo durante un año podían sostenerme la carrera, y en diciembre del ‘79 entré a trabajar en el Citibank. Cuando llegó la democracia, Alberto Rodríguez Saá fue elegido senador y me propuso ir al Congreso. Aunque me alejaba un poco de la orientación de mi carrera fui como asesor, otra de las grandes decisiones porque hasta hoy sigo vinculado a la gestión pública.

En el Consejo Profesional de Ciencias Económicas hice cursos para docentes de enseñanza media. Allí confirmé que me encantaba la docencia. En el Colegio Lenguas Vivas trabajé como docente en materias relacionadas con la contabilidad. Al poco tiempo fui docente universitario. Por 10 años en la Universidad del Salvador. Creo que tengo cierta facilidad para trasmitir conocimientos y criterio para relacionarme de manera muy respetuosa con mis alumnos. Hay como una magia, cuando se cierra la puerta del aula se genera un mundo interesantísimo.

La educación de hoy la veo muy mal, la evalúo por sus malos resultados. Creo que la sociedad le pide a la escuela una serie de cosas que la escuela no puede dar: alimentar, contener problemas sociales; no está preparada para eso, esto desvirtúa su función esencial, aunque comprendo las crisis. Hay cuestionamientos sobre si la escuela es la forma que existe para educarse, algunos creen que sí, otros empiezan a decir: “Cuidado, que hay otras formas”. El docente hoy se debe parar en otro lugar para el que no está preparado, o hay circunstancias que le impiden desarrollar su rol, o a veces no tiene las herramientas. Las tecnologías han colocado a los alumnos en otro lugar, las escuelas son dispares, por ende su rol es complejo, pero a la vez cada vez es más necesario.

Mi casa siempre fue politizada, no desde lo partidario, pero sí de lectura de diarios y discusiones. Participé activamente en la vuelta de la democracia. El vínculo con el Senado me llevó a conocer la realidad de San Luis. Varias elecciones marcaron mi vida, por ejemplo elegir esta ciudad. En 2001 decidimos por diversas razones familiares, venir a vivir aquí. Por Alberto y Tona me acerqué al peronismo. Siempre trabajé electoralmente en San Luis, me desempeñé en la Universidad de La Punta como secretario de Extensión, un cargo que obtuve desde la docencia y por la participación política. En 2011 me postulé como concejal de la ciudad de San Luis y luego se dieron las circunstancias para llegar a ser Diputado Nacional. En 2013 el pueblo de San Luis me honró con el cargo de Diputado Nacional. Hay una subestimación de la cosa pública, uno puede pensar lo que quiera, pero las leyes que van a regir la vida pública de la población las dicta el Congreso de la Nación. Si pretendo manejar y torcer para bien algunos de esos elementos es necesario participar de la cosa pública.

La Argentina progresa, nos cuesta verlo, la sociedad está parada en un lugar absolutamente distinto. La maduración que más celebro es que prácticamente a ningún argentino se le ocurre la interrupción de los procesos democráticos. Hemos evolucionado pero hay mucho para mejorar, debemos ser más serios, dejar de tropezar con las mismas piedras. Es una sociedad más abierta, que acepta distintas posturas, que comprende al que mira distinto, pero no por eso es enemigo o hay que destruirlo. Una de las tareas más importantes de la política argentina es crear ámbitos de convivencia. Saber que de aquellos hombres y mujeres de pensamientos distintos, es con quienes se construye, no contra ellos.

Para definirme iría a lo más elemental, diría que soy hincha de Atlanta (risas), que soy Licenciado en Administración, que soy un buen tío, que nací en Junín y elegí San Luis como lugar para permanecer el resto de mis días. Soy absolutamente amigo de mis amigos y en esto me va uno de los sentidos más importantes de mi vida: la amistad, como espacio donde se desarrollan muchos valores positivos. He transcurrido mi vida al lado de una luchadora incansable como es mi mujer Moira, a quien admiro profundamente. Hago mucho esfuerzo por encontrar momentos de felicidad. Tengo una cultura popular que me resulta interesante, que se vincula al tango, al fútbol, al teatro, y a otras actividades que me gustan. Valoro muchísimo mi familia, me encanta leer y me gustan mucho algunos personajes que existen y alegran la vida de la gente, como los artistas y otras personas que tienen un mensaje muy gratificante. Diría que incorregiblemente soy un docente, hago todo lo demás, pero mi vocación es la docencia. Creo que por estos aciertos, y por varios errores, por ahí va mi vida.

(*) Entrevista publicada en el semanario versión papel el sábado 7 de junio de 2014