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Sanar las heridas, un asunto pendiente en Colombia

El 23 de febrero de 2002 Ingrid Betancourt, candidata a la presidencia en Colombia en ese momento, fue capturada por las FARC y permaneció cautiva durante seis años y medio. En 2010 decidió narrar esa experiencia en “No hay silencio que no termine”, un libro en el que recorre su historia desde los momentos previos al secuestro hasta el día de su liberación, en el año 2008.

Por Agustina Bordigoni

El secuestro de personalidades políticas era un método utilizado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como herramienta de negociación con el gobierno de turno.

El 23 de febrero de 2002 Ingrid Betancourt, candidata a la presidencia en ese momento, fue capturada por la guerrilla y permaneció cautiva durante seis años y medio. En 2010 decidió narrar esa experiencia en “No hay silencio que no termine”, un libro en el que recorre su historia desde los momentos previos al secuestro hasta el día de su liberación en 2008.

En la obra no solamente relata la violencia física y emocional a la que fue sometida, sino también la forma de organización de las FARC: las jerarquías, la arbitrariedad y el adoctrinamiento dentro de estas filas.

“Cada campamento estaba construido según el mismo modelo, que comprendía la edificación de un aula donde el comandante daba informes y explicaba las órdenes; allí era donde los guerrilleros debían denunciar cualquier actitud antirrevolucionaria que hubieran podido presenciar”, señala.

El rol de las mujeres, dentro de una estructura eminentemente machista, tiene lugar entre las páginas de esta obra. Una cierta complicidad entre secuestradas y secuestradoras queda evidente en las conversaciones sobre el por qué decidir estar en la guerrilla, por parte de estas últimas, y en algunos gestos de “humanidad” para con las cautivas: como proveerles alguna linterna o ciertos favores considerados como “beneficios”.

“Las FARC habían logrado instrumentalizar a las mujeres con su consentimiento”, afirma Betancourt.

En su caso, a la violencia específica contra las mujeres se le sumaba el hecho de ser política. La idea que tenía de la clase dirigente la guerrilla aparece en varios fragmentos, en los que Betancourt es vista a la vez como un botín preciado y como una amenaza por esa misma condición.

La relación familiar y conflictiva con Clara, su compañera en la mayor parte del cautiverio; su amistad con el senador Luis Eladio Pérez (Lucho) y Pinchao (a quien ayudó a escapar), o con algunos de sus captores como “Ferney”, tienen capítulos aparte. Sobre este último dijo: “a pesar de todo lo que nos separaba yo había encontrado en él un corazón sincero”.

Ingrid Betancourt.

Como Ferney, todos en la guerrilla usaban un alias: los prisioneros eran nombrados con números y los guerrilleros con un apodo elegido por los comandantes. La autora define esto como un intento deliberado de la guerrilla para hacerles perder su individualidad.

Dentro de este panorama individual estaba la historia general. Las negociaciones fallidas entre los gobiernos de Pastrana y Uribe con las FARC, los traslados de un campamento a otro, y las miserias humanas que generaban enfrentamientos entre prisioneros. Las navidades y los cumpleaños transcurrían entre la esperanza constante de una inminente liberación y el miedo persistente a la muerte.

La muerte sobrevuela todas las páginas. La de los secuestrados, la de los guerrilleros, y la muerte que la misma Betancourt dice sentir en vida. Tal vez la que se presenta como la más dolorosa es la de su padre, que ocurre durante su cautiverio. La relación entre ambos fue tan fuerte que inspiró el título del libro. “Los versos de Pablo Neruda que me recitaba mi padre me habían acompañado constantemente en el cautiverio. No hay silencio que no termine es uno de los últimos versos del poema titulado ‘Para todos’”. De su padre afirma Ingrid sacar la fortaleza. En varios diálogos demuestra sus convicciones al interpelar a sus propios captores.

Hacia el final reflexiona sobre su transformación y su propia existencia: “lo que nos volvimos allá es lo que somos”.

De vuelta en Colombia tras muchos años en el exilio francés, su relato toma mayor relevancia, cuando Betancourt decidió reiniciar su carrera política. En las próximas elecciones presidenciales, el 29 de mayo, vuelve a ponerse sobre la mesa el tema de la falta de aplicación de los acuerdos de paz a los que el gobierno llegó con las FARC en 2016, y el surgimiento de nuevas guerrillas que intentan ocupar el lugar del extinto grupo. 

Cara a cara con sus captores, muchos de ellos líderes políticos 20 años después, Ingrid rompió el silencio y les pidió arrepentimiento sincero, algo que esperó una y otra vez de ellos durante los años que estuvo secuestrada.