Y la Tierra era redonda…
El 10 de agosto de 1519 Magallanes emprendió su “vuelta al mundo”, aunque no lo sabía.
Cuando el señor Phileas Fogg, creado por Julio Verne, decidió en una apuesta dar la vuelta al mundo en 80 días, corría con ventaja. Era 1872 y hacía más de 350 años que una expedición salida de España cumplió ese cometido aunque, claro, sus predecesores tardaron una cantidad mucho mayor de tiempo
Agustina Bordigoni
Cuando el señor Phileas Fogg, creado por Julio Verne, decidió en una apuesta dar la vuelta al mundo en 80 días, corría con ventaja. Era 1872 y hacía más de 350 años que una expedición salida de España cumplió ese cometido aunque, claro, sus predecesores tardaron una cantidad mucho mayor de tiempo.
Producto también de una apuesta –pero destinada a encontrar una ruta más corta desde Europa hacia las islas Molucas en busca de especias– el 20 de septiembre de 1519, 250 hombres (españoles y portugueses) a bordo de cinco naves, partieron desde Sanlúcar de Barrameda y sin saberlo, rumbo a realizar la primera circunnavegación de la tierra.
Al mando del portugués Fernando de Magallanes primero y, tras su muerte, del español Juan Sebastián Elcano, la expedición fue financiada por la corona de España, pero también por mercaderes interesados en esa exploración.
El viaje, que encontraría el punto de unión entre los océanos Atlántico y Pacífico, constituyó una travesía enorme para los países involucrados, un peligro para los hombres que lo emprendieron, pero también y muy probablemente, un importante inicio para lo que hoy conocemos como globalización.
Planes improvisados
El mundo se hacía cada vez más grande para estos hombres que se aventuraron en un viaje en el que padecieron hambre, sed y locura. Motines contra Magallanes terminaron con la vida de decenas de hombres, mientras otros fueron abandonados (por desobediencia) en alguna isla desierta.
Abandonados también a su suerte estuvieron en algún momento los que siguieron a bordo de las naves, sabiendo lo que buscaban (una ruta más corta para comerciar) pero sin saber lo que encontrarían: la evidencia de que la tierra, tal como se venía anticipando, era redonda.
Sin hacer alarde de ello, porque no lo sabían, descubrieron que la tierra era, además, más grande de lo que se pretendía. Su viaje a través de ella duró tres años, muchos más de los comprometidos a viajar por el señor Fogg en el cuento de Verne.
“La Tierra ha disminuido, puesto que se recorre hoy diez veces más aprisa que hace cien años” decían los personajes de la novela antes de aventurarse en un viaje tan improvisado como planificado: en efecto, el señor Fogg tenía una lista de los días que le llevaría viajar de un país a otro (en total eran 80), pero a la vez emprendió su viaje con total displicencia, como si se tratara de ir de compras, o algo mucho más sencillo que dar la vuelta a la tierra.
Magallanes, por su parte, tenía todo estudiado: conocedor de la ruta hacia la India, presentó su propuesta primero a la corona portuguesa, que lo rechazó, y luego a la corona de España, que decidió costear el viaje. Estaba todo planificado, pero con el desconocimiento y la esperanza de encontrar nuevas rutas, aunque no de rodear la tierra ida y vuelta.
Con la promesa de convertirse en gobernador de las tierras descubiertas o de recibir 4000 libras esterlinas, tanto Magallanes como el señor Fogg comenzaron un viaje con destino incierto.
El viaje esperado
Hace 500 años, varios factores se conjugaron para que Magallanes, ya por entonces un conocido marino, decidiera emprender su viaje. Por empezar, la experiencia y el conocimiento del explorador se unieron a las ansias de los Imperios por expandirse. Luego del descubrimiento de América, en 1492, el mundo mostró que había muchas posibilidades, territorios desconocidos y por reconocer.
Junto a esos territorios existían nuevos mercados, nuevas rutas y –lo más importante– riquezas. Metales preciosos, especias (clavo, canela y nuez moscada eran los más solicitados) y otros productos que impulsaban ese deseo de viajar. O de conquistar.
La nueva tecnología acompañaba a ese momento particular de la historia: nuevos tipos de nave, de instrumentos de navegación y cartografía facilitaban a los exploradores la hazaña de embarcarse.
En el caso particular de Magallanes, el viaje tenía una doble intención: encontrar, desde luego, esos productos, pero a la vez averiguar los verdaderos límites impuestos por el Tratado de Tordesillas de 1494, por el que España y Portugal se dividieron territorios y zonas de navegación que aún no conocían del todo. En síntesis, la idea era averiguar si las islas Moluscas, ubicadas en Indonesia, pertenecían a uno u otro de los competidores.
El objetivo era llegar por un camino más corto a estas tierras. Allí lo dejaron en claro en las capitulaciones de Valladolid de 1518, por las que Magallanes se comprometía a cumplir dos objetivos: adquirir especias y averiguar si el territorio estaba dentro de la jurisdicción española. Y a eso, paradójicamente, lo averiguaría un portugués.
Sin embargo, no tuvo éxito. Convencido ya de que esta tierra no pertenecía a España, trató de colonizar otros territorios mediante la evangelización y la colaboración en las luchas entre tribus. Ese sería el comienzo de un viaje inesperado, para él y para muchos otros.
Resultó que las Islas Filipinas serían el destino final de Magallanes. Muerto en combate fue sustituido, primero por Duarte Barbosa (quien también fue asesinado) y luego por Juan Sebastián Elcano, conocido hoy como aquél que completó la vuelta a la tierra iniciada por Magallanes.
Algunas expectativas, las reales de la travesía, sí fueron cumplidas: las nuevas rutas llevaron al descubrimiento del estrecho que hoy lleva el nombre del marino portugués y que conecta los océanos Atlántico y Pacífico.
Tres meses pasaron los aventureros en el océano sin saber en dónde terminaría. Decenas murieron de hambre y de sed, o de enfermedades causadas por las propias condiciones del viaje, desconectado de todo contacto con tierra firme.
El mundo, en cambio, comenzaba a estar cada vez más conectado e interdependiente.
El viaje inesperado
De los 250 hombres, solo regresaron 18. Claro que ninguno de esos 250 esperaba morir en el intento. Tampoco, seguramente, esperaban dar la vuelta al mundo.
Sus objetivos eran menos ambiciosos y más concretos. Sebastián Elcano regresó a España casi tres años después de partir, el 8 de septiembre de 1522, tras recorrer unos 75.000 kilómetros.
En el medio del camino, cientos de vidas perdidas y territorios aún no explorados. Al final, un conocimiento del mundo que llevaría tiempo dimensionar: la globalización, los orígenes de la globalización o la primera mundialización, como quieran llamarle.
Lo cierto es que estas expediciones fomentaron el desarrollo de un sistema que se fue haciendo más complejo, pero caracterizado, ya por entonces, por intercambios de todo tipo: de productos, humanos, culturales y económicos. El motivo económico fue el puntapié, pero no el final de la historia.
Y este origen no es un tema menor, porque el aumento de las conexiones entre países terminó por definir también a quién estaría destinada cada cosa, quién producía qué para vender a quién, quién organizaba ese “orden” necesario y en definitiva, el papel de cada país en ese sistema. Y el sistema, a su vez, determina o perpetúa también el futuro de sus miembros.
En palabras de Aldo Ferrer, “Desde que existe un orden económico inclusivo de todo el planeta, los vínculos con el contexto externo han gravitado siempre sobre el desarrollo de los países. La formación de capital, el cambio técnico, la asignación de recursos, el empleo, la distribución del ingreso y los equilibrios macroeconómicos, son, en efecto, fuertemente influidos por las relaciones con el sistema internacional”.
Qué otra cosa fue el viaje de Magallanes y Elcano sino el comienzo de una interdependencia mundial, el comienzo de un intercambio cultural y de una comunicación que no se detendría nunca más. Para bien y para mal.
La tierra es cada vez parece más chica, tenían razón los personajes de “La vuelta al mundo en 80 días”, pero no en superficie sino en proximidad. Ya ni 80 días hacen falta para llegar de un extremo al otro del mundo, y eso sin dudas se los debemos a nuestros predecesores.
Ahora, los predecesores se pelean por los honores. España y Portugal, rivales en este tema, dan mayor o menor importancia a Magallanes, Elcano o a la fuente de financiación, según les convenga.
Que no se olviden de la corona Española, que pagó la travesía. Que no se olviden de Magallanes, que era portugués. Que no se olviden del Elcano, que terminó el viaje.
Pasaron más de 500 años, pero las vueltas de la Tierra, que es redonda, llegaron otra vez al mismo enfrentamiento: España y Portugal se disputan victorias, tal como entonces se disputaban tierras y riquezas.