La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Un nuevo concepto del terror

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos cambiaron muchas cosas para siempre. Una de ellas fue la definición de “terrorismo”, que adquirió una dimensión más política y arbitraria

Por Agustina Bordigoni

El 20 de septiembre de 2002, un año después de los atentados, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, presentó la nueva estrategia de seguridad nacional que llevaría adelante el país. Entre otras cosas, esa doctrina sostenía que, a partir de ese momento, “Estados Unidos se reserva el derecho a actuar anticipadamente para prevenir e impedir actos hostiles de nuestros enemigos, incluso si hubiera alguna incertidumbre sobre el tiempo y el lugar del ataque del enemigo”.

La palabra clave de esta frase es “incertidumbre”. Bajo el argumento de que no se sabe cuándo o cómo los terroristas podrían actuar, el ataque preventivo era la mejor estrategia.

En esta situación particular de la historia mundial tampoco habría distinción entre terroristas y cómplices. 

“El enemigo es el terrorismo premeditado, políticamente violento, motivado y perpetrado contra inocentes. Nosotros no hacemos distinciones entre terroristas y quienes son cómplices al albergarlos o proveerles ayuda”, señalaba Bush. 

Un antes y un después

El 11 de septiembre de 2001 el mundo cambió para siempre. O no cambió nada. Una serie de ataques terminaron con la vida de más de 2500 personas y con la destrucción del World Trade Center en Nueva York. También se produjeron serios daños en el Pentágono.

Atentados terroristas tristemente existieron muchos. Todos ellos sangrientos, todos con el mismo mecanismo de la utilización aleatoria del miedo. El terrorismo es terror porque es un ataque que toma por sorpresa, es imagen impactante y desoladora. Sin dudas todos esos condimentos hicieron de los ocurridos el 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos unos de los que jamás se olvidarán. 

Todos los años, los medios vuelven a rememorar aquél día en el que por primera vez la gran potencia mundial, que había atacado y sido atacada tantas veces fuera de sus fronteras, era agredida en su propio territorio. 

Todos recordamos el 11 de septiembre y muchos de nosotros lo que estábamos haciendo el día en el que eso sucedió. No había mucha opción de escapar al bombardeo (de noticias): las pantallas de todos los televisores, casi sin excepción, dejaron de lado su programación y transmitieron en cadena internacional lo que estaba pasando

No era para menos, pero tampoco lo eran o lo son otros atentados de los que tenemos (solo en algunos casos y muy esporádicamente) imágenes remotas en un canal de los más altos en la grilla de la televisión.

¿Será que hay vidas que valen más que otras, o “tipos” de terrorismo que importen más? ¿Cuándo el terrorismo se llama terrorismo y cuándo en realidad se convierte en un verdadero terror?

Terrorismo y terror

El término terrorismo tiene tantas definiciones como “definidores” hay. Por lo tanto, su uso se suele adaptar según las circunstancias. 

Yendo a un plano simplista, se podría partir de la definición de la RAE, que indica como terrorismo la “dominación por el terror”, la  “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” y más ampliamente, puede definirse como la “actuación de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. 

Dependiendo de la situación, habrá líderes mundiales que prefieran usar alguna de las acepciones que más le convenga para referirse a un suceso particular como terrorismo. Y, a pesar de que en la mayoría de los casos la definición más amplia (la primera) sería más fácil de manipular, la última definición es la que suele primar entre los medios de comunicación. 

ESTAMBUL, TURQUÍA: Después del ataque terrorista y la explosión de una bomba en las sinagogas Neve Shalom el 15 de
noviembre de 2003 en Estambul, Turquía. Matando a 27 personas en las sinagogas.

Si el terrorismo es la dominación por el terror, el terreno se vuelve pantanoso: es terrorismo la violencia del Estado (que no es ya estrictamente una banda organizada); el terrorismo es la violencia ejercida para crear alarma social (aunque provenga de una persona o grupo de ellas); es terrorismo la presión internacional para obligar o “persuadir” a otro país para hacer tal o cual cosa; es terrorismo el uso de la fuerza para conseguir el derrocamiento de un líder político, y es terrorismo, en definitiva, todo acto que implique un intento de dominación con el miedo como instrumento.

Pero los atentados del 11 de septiembre de 2001 circunscribieron el terrorismo a algo más acotado: los actos que cometen personas con una mentalidad totalmente diferente, “devotos religiosos” a los que la razón no se les aplica y enemigos de todos, en tanto odian a todo lo que no se parezca a ellos. Así, al menos, comenzó a presentarse en discursos y medios de comunicación. 

Con tal definición, los actos terroristas son solo aquellos que una parte del mundo puede ver. Lo otro es justicia, precio que hay que pagar, o una respuesta a otro ataque.

La lucha, esa sí que no estaba limitada: “esta es una lucha del mundo. Esta es una lucha de la civilización. Esta es una lucha de todos los que crean en el progreso y el pluralismo, la tolerancia y la libertad”, dijo el presidente George Bush en el discurso del Estado de la Unión el 21 de septiembre de 2001, diez días después de los ataques. 

De tal manera, la importancia de definir a un acto como terrorismo o no radica en la hora de dar la respuesta: al enfrentarse a un enemigo impredecible, puede ser desmesurada y excesiva.

Un debate abierto

Si bien el término “terrorismo” es anterior al 11 de septiembre, la nueva dimensión que tomó después del 2001 lo tiñó todo. El terrorismo era tan difícil de prevenir que podía atacar por sorpresa incluso a la potencia más grande del mundo. He ahí el “éxito” de los atacantes. 

Verdaderamente lo fue. Con esa gran demostración quedaba claro que nadie estaba a salvo.

Y el terrorismo adquirió un carácter político, como contraposición a la dominación de otro poder. Fue casi la consecuencia lógica (e ilógica) de la destrucción anterior causada por (ahora) la víctima.

La víctima decidió responder de manera desmesurada a un ataque desmesurado, por cierto. Y el resultado fue el ataque preventivo ante la mínima sospecha hacia Estados que albergaran a terroristas o tuvieran en su poder armas de destrucción masiva. 

Esa nueva lucha, que causa tanto terror en  algunas partes del mundo, no se considera terrorismo. Pero ha dejado un número de muertos y un miedo mucho mayor. La destrucción de Irak y de Afganistán fue completa. No hubo torre que quedara en pie, ni avión que se acercara sin bombas o proyectiles. 

Por tanto, la definición de un acto como terrorismo, adaptada a los nuevos tiempos y necesidades, despierta debates y posturas encontradas.

Lisa Stampnitzky, autora del libro «Disciplinando el terror: cómo los expertos inventaron el ‘terrorismo’”, dijo alguna vez: “terrorismo es una etiqueta que se aplica a algunos tipos de violencia y no a otros. Y la forma en que esa etiqueta se aplica es políticamente y socialmente construida. De modo que la etiqueta de ‘terrorismo’ suele definir actos violentos que son interpretados como ilegítimos, cometidos por percibidos como ‘otros’ y que, de alguna manera, tienen una connotación política”.

El tipo de violencia seleccionada que entra en la categoría de terrorismo varía según el interlocutor. Pero no solo eso: la importancia que se le da a uno u otro acto terrorista también depende de las víctimas y del victimario.

Sin dudas nunca será lo mismo un acto terrorista en el centro del mundo que en la periferia, en donde los actos de este tipo son tan comunes que hasta se han vuelto una triste costumbre para los medios. 

Todos vimos el rostro de Bush al enterarse de lo que estaba pasando, los testimonios de las víctimas una y otra vez. 

Todos recordamos ese día, pero pocos sabemos cuándo fue el último atentado de Boko Haram en Nigeria, qué estábamos haciendo cuando ocurrió el ataque a Charlie Hebdo, ni pudimos ver la cara de Rodríguez Zapatero cuando supo de los atentados del 11 de marzo en España; y pocos creemos saber la cantidad aproximada de muertos en el último atentado (de todos los días) en Irak. 

Tampoco seguramente recordaremos la fecha exacta de los atentados del 2005 y 2011 en Inglaterra y en Noruega, ni tenemos grabadas en la retina las imágenes de la destrucción.

Pero el 11 de septiembre caló tan profundo que, a pesar de lo verídico de su dimensión (por sus características y por la cifra récord de muertos en un solo día), parece ser el único acto terrorista del que se tenga memoria. 

La cuestión es que hay injusticias más injustas, vidas más valiosas y terrorismos menos importantes que otros.