Ríos de sangre en Níger
Por Cristian García Márquez (*)
En el noticiero, el hombre gris oscuro habló seriamente de ríos de sangre que estaban tiñendo al Níger luego del golpe.
El niño pensó en un golpe, pensó en un puñetazo dado a un tipo de nombre extraño. Luego pensó en un río.
¿Ríos de sangre? Aunque el contexto de la noticia se le esfumó, se le desvaneció como como un diente de león, la frase esa se le prendió como se prende el moho a las piedras.
¿Ríos de sangre? Y pensó en el abuelo. Recordó al abuelo en el botecito naranja. En la pesca, en el abuelo diciendo palabrotas al río picado.
Eso lo turbó. El chico sintió el beso de la ausencia en la mejilla, pero luego entendió.
Y se acordó de la tía, que le enseñó a doblar papeles doce veces en formas rectas hasta formar un sombrero, que era un barquito también, que navegaba la palangana celeste.
Y por eso también la cascada esa, que se deslizó por su nariz ese día en la playa, bajo un sol sin sombrillas. Por eso el charquito rojo en su rodilla, que fue creciendo como una filtración cuando voló del tobogán y aterrizó como rezando.
Hay ríos dentro de uno, asintió.
En esas cavilaciones andaba cuando escuchó al señor amarillo afuera, a través de la ventana abierta. El señor amarillo le explicaba a la abuela algo sobre un pozo, que había que romper algo abajo, que tenía que correr el agua. Porque no era bueno que el agua esté quieta, que se iba a pudrir.
Y el chico pensó en aguas verdes marrones, fluyendo con olor a basura. Vislumbró estanques de moscas y tábanos furiosos.
Yo no quiero “podrirme” adentro, susurró para sí. El agua tiene que correr, el río tiene que fluir.
Porque si no…
Porque si no los barquitos no navegan.
Y esa mañana de verano, un niño comprendió la muerte.
(*) Cristian García Márquez. Platense, pero puntano por adopción. Padre, compañero, historiador y docente. Un apasionado de la literatura dando sus primeros pasos en el ejercicio de contar.
Un texto riquisimo de napas. Gracias, Cristian! Y bienvenido.
Qué genio! Gracias, Cris, por compartir tan rico texto.
Emocionante y escalofriante al mismo tiempo. Me encantó.