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La partición de Palestina de 1947: su rol en el conflicto palestino-israelí

El actual conflicto entre el Gobierno de Israel y las organizaciones armadas palestinas tiene su origen en una resolución de Naciones Unidas

Por Guillermo Genini

Aldea Contemporánea

Uno de los aspectos más controvertidos en el actual conflicto entre Israel y las organizaciones armadas palestinas, es la posición que cada Estado o partido político tiene sobre la Resolución 181 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que fue adoptada por el Consejo de Seguridad el 29 de noviembre de 1947.

Esta resolución proponía una partición del territorio palestino en dos Estados, uno judío y otro palestino, que sigue siendo invocada hasta el presente como una forma de definir a los bandos enfrentados y sus respectivas reivindicaciones. 

Esta resolución es una pieza clave para entender el conflicto, al punto que dentro del discurso de la diplomacia internacional prima el término “territorios ocupados” cuando se hace referencia a las tierras que la ONU estableció para el pueblo palestino y que Israel ocupó por la fuerza desde 1947. Si bien este es un hito fundamental para entender la historia del conflicto, la Resolución 181 representa la culminación de un largo proceso de ocupación de tierras por parte de burgueses judíos que dieron origen a la presencia de la población judía en Palestina desde el siglo XIX. Revisemos esta historia.

Del Imperio Otomano a la Guerra de Crimea

La región de la actual Palestina fue conquistada en el siglo XVI por el Imperio Otomano que estableció en ella un sistema de dominación tradicional que convirtió su territorio en una provincia tributaria. Los otomanos respetaron a cambio del pago de tributos las estructuras sociales, culturales y económicas de la población de Palestina, en donde convivían una mayoría musulmana con minorías cristianas y judías.

Las relaciones productivas de la región se caracterizaban por sus vínculos feudales, en donde el modo de vida nómada de pastores y beduinos se complementaba con pequeñas ciudades y numerosas aldeas de agricultores y artesanos que ocupaban principalmente los valles más fértiles en donde la propiedad de tierra se dividía entre grandes terratenientes, pequeñas parcelas campesinas y tierras comunitarias de uso común.

Con la derrota del Imperio Otomano en la Guerra de Crimea (1853-1856), los gobernantes turcos debieron asumir un traumático proceso de modernización de su decadente Imperio. Ante la evidente superioridad occidental, los sultanes otomanes decidieron abrirse a las tecnologías e instituciones extranjeras (ferrocarril, telégrafo, armamento) que incluyeron la modificación en el régimen de tierras y la apertura comercial.

Desde 1858 comenzaron a desaparecer la propiedad comunal y se favoreció la expansión de la propiedad privada. En 1876 se autorizó la compra de tierras por parte empresas y particulares extranjeros lo cual incentivó a notables judíos sionistas europeos a comprar tierras en Palestina.

El sionismo nació a fines del siglo XIX como un movimiento nacional judío que pretendía establecer un moderno Estado propio. El lugar elegido para ello fue Palestina pues representaba el territorio del antiguo Israel que era considerado como la cuna del pueblo judío antes su diáspora.

Como sostiene el historiador Fabián Harari, desde 1876 la burguesía judía europea encabezada por el Barón Edmond de Rothschild compró grandes propiedades en Palestina donde introdujeron formas de producción capitalista sustituyendo los cultivos tradicionales árabes que eran destinados al autoconsumo, por producciones agrícolas racionales y tecnificadas con fines comerciales.

A medida que se ampliaban las tierras en manos de propietarios judíos, se comenzó a incentivar la inmigración judía a Palestina. Se estima que entre 1882 y 1903 se establecieron más de 35.000 judíos mayormente provenientes del Imperio Ruso y Europa oriental. 

La presencia cada vez mayor de población judía en Palestina y su creciente poder territorial y económico, generó reacciones defensivas en la población local integrada mayormente por pastores agricultores, comerciantes y aldeanos musulmanes que mantenían un modo de vida tradicional.

Las tensiones entre estas dos poblaciones aumentaron cuando el Imperio Otomano fue derrotado en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y los británicos se apoderaron de los territorios palestinos. En 1917 el gobierno de Londres emitió la Declaración Balfour, por la cual manifestaba públicamente que apoyaba el establecimiento de un “hogar nacional” para el pueblo judío en la regiónde Palestina, es decir antes de apoderase de ese territorio.

Esta Declaración brindó mayor cobertura política y diplomática a los planes sionistas cuando la recientemente creada Sociedad de las Naciones legitimó la ocupación británica de Palestina otorgándole el Mandato en 1922. 

Por el Mandato los británicos tuvieron la capacidad de administración del territorio y de los asuntos civiles y políticos de la región, incluyendo la distribución de tierras y el control de la inmigración.

El gobierno de Londres también asumió el contradictorio compromiso del establecimiento de un hogar para los judíos, pero sin perjudicar a la población local.

En la práctica, la población palestina fue desplazada de numerosas propiedades y zonas de producción a medida que nuevos inmigrantes judíos se asentaban como residentes en Palestina. Desde 1923 la iniciativa sionista quedó unificada bajo el mando de la Agencia Judía para la tierra de Israel que desde 1930 se convirtió en un gobierno de facto para los judíos que vivían bajo el Mandato británico. 

Estos avances judíos en el territorio, cada vez más frecuentes y violentos, aumentaron la tensión con la población palestina que no tuvo una respuesta firme por parte de las autoridades británicas. Ante esta situación los palestinos intentaron una organización política propia mediante el Alto Comité Árabe.

Tras varias acciones de boicot, huelgas y enfrentamientos armados a lo largo de la década de 1930 entre judíos y palestinos, entre las que se destacó la Huelga General árabe de 1936, el Mandato británico comenzó a contemplar la división de Palestina. Así lo propuso la Comisión Peel en 1937, proyecto que fue archivado por el rechazo árabe y por su imposible aplicación. En su lugar se restringió la inmigración judía a Palestina mediante el llamado Libro Blanco de 1939.

El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) postergó la resolución de la cuestión palestina que cada vez se tornaba más sangrienta.

En febrero de 1947, tras haber evaluado negativamente la conveniencia de continuar ejerciendo el Mandato y sufrir una campaña terrorista por parte de las fuerzas paramilitares judías, Gran Bretaña renunció como potencia mandataria en Palestina.

Pare evitar seguir pagando el costo de la indefinición sobre la imposibilidad de la convivencia de judíos y palestinos, el gobierno británico anunció que entregaría el Mandato a la ONU. Esto supuso un hecho inédito en la política internacional y resaltó la debilidad del decadente Imperio Británico y su falta de cumplimiento con sus promesas realizadas a sendos pueblos. Sin embargo, para la ONU representó un desafío aún mayor pues, tras su creación en 1945, este sería el primer gran dilema que debía resolver como entidad supranacional, tratando de cumplir sus objetivos de lograr de la convivencia pacífica de los pueblos y el mantenimiento de la paz.

Con menos de dos años de existencia, la ONU se encontró con un conflicto en plena ebullición para cuya resolución no tenía ni la experiencia ni los mecanismos necesarios.

Sin perder tiempo, Gran Bretaña presionó al Secretario General de la ONU, Trygve Lie, para que convocase a una sesión especial de la Asamblea General sobre Palestina.

Esta actitud contrastaba con la falta de compromiso del gobierno de Londres para resolver el conflicto durante años y su incapacidad de gestionar un entendimiento pacífico entre las partes.

Más allá de las suspicacias y quejas que despertó la actitud británica, el 28 de abril de 1947 se inició una sesión especial de la Asamblea General de la ONU en Nueva York que se prolongó por dos semanas.

En estas largas jornadas se escucharon los alegatos y argumentos tanto de la Agencia Judía como del Alto Comité Árabe que representaban los intereses de judíos y palestinos respectivamente.

Una discreta intervención de Estados Unidos favoreció a la delegación judía en estas jornadas y cuando finalmente se dieron a conocer las definiciones, los intereses y tratativas estadounidenses se vieron beneficiados.

El 15 de mayo de 1947 se creó el Comité Especial de las Naciones Unidas para Palestina (UNSCOPen sus siglas en inglés) con mayoría de países occidentales o bajo influencia de Estados Unidos en sus once miembros.

En 1947 la Guerra Fría aún no se desataba abiertamente, y si bien mantenían diferencias crecientes, tanto la Unión Soviética como Estados Unidos estaban de acuerdo en alcanzar una solución inicial para Palestina, que incluía la posibilidad de dividir el territorio para permitir el establecimiento de dos Estados nacionales.

Entre los miembros del UNSCOP los diplomáticos y agentes estadounidenses ejercieron una notable influencia, especialmente entre los americanos como Guatemala, Perú y Uruguay, que no tenía experiencia en el tema palestino. Este Comité se reunió por primera vez en Jerusalén en junio de 1947 y recibieron el rechazo de los representantes palestinos quienes consideraban que no se tuvieron en cuenta los principios básicos de este pueblo árabe para declarar su independencia en forma directa, siendo que ellos eran la población mayoritaria, natural y nativa del territorio. 

Para los palestinos, el UNSCOP carecía de legitimidad para entender en una investigación que ponía en pie de igualdad a la población árabe nativa con lo que ellos consideraban eran una población extranjera con pretensiones colonizadoras. Por el contrario, las entidades sionistas recibieron con agrado la presencia del UNSCOP.

Sus argumentos eran sólidos y coherentes con los que había expuesto la Agencia Judía en las sesiones de la ONU: el derecho de los judíos a un Estado en Palestina, el perjuicio que el Mandato británico les había provocado en la sanción del Libro Blanco en 1939 al restringir la inmigración judía a Palestina y la prohibición de comprar más tierras allí,yla necesidad de reparar los crímenes producidos por la Shoah.

Este último argumento tuvo sus efectos en los miembros de la Comisión,pueslos representantes del mundo occidental estaban conmovidos por los horrores del holocausto y el testimonio de las sobrevivientes víctimas del nazismo que reclamaban poder volver a la tierra de sus ancestros.

Frente a esta evidente ventaja, los palestinos argumentaron que la población judía europea que había sufrido la persecución del nazismo ya contaba con la protección especial de la ONU a través de la Organización para los Refugiados y que los habitantes de Palestina no debían pagar el precio de los crímenes que los judíos habían vivido en Europa. 

Durante el tiempo que la UNSCOP estuvo en Palestina quedó en evidencia la desproporción de la exposición de una y otra postura, pues el boicot y reticencia de los palestinos a participar en las reuniones, demostraron ser estrategias poco productivas para sostener sus aspiraciones.

Además, no pudieron articular un discurso único y congruente, y quedó demostrado también que carecían de un mando o autoridad unificada. Por el contrario, según lo sostenido por el historiador Jorge Ramos Tolosa, la estrategia sionista consistía en colaborar con la UNSCOP y aceptar la creación de un Estado judío con la partición de Palestina como un “primer paso” para posteriormente alcanzar fronteras lo más extensas posibles y con una población homogeneizada.

Intereses encontrados

Otras circunstancias jugaron en contra de la causa palestina en 1947. Contrariamente a lo que podría esperarse, las naciones árabes vecinas evitaron asumir un compromiso claro frente a la finalización del Mandato británico. Tanto Egipto como Siria, El Líbano y Jordania tenían aspiraciones territoriales sobre Palestina y esperaban sacar ventaja al momento de un incierto reparto.

En el origen de esta actitud estaba entre otras razones, las aceitadas relaciones que mantenía el gobierno británico con los vecinos de Palestina. Así, por ejemplo, la diplomacia de Londres había tentado al Rey Abdullah de Jordania para alcanzar un acuerdo con la Agencia Judía para repartirse Palestina al momento de expirar la presencia de las tropas británica. De modo semejante los harían con otros vecinos de Palestina, que temían el colapso de un pueblo que se mostraba dividido e incapaz de asegurar su propio destino.

Teniendo en cuenta estas circunstancias históricas es posible afirmar que el dictamen mayoritario de la UNSCOP emitido el 1 de septiembre de 1947 fue lógicamente favorable a los intereses sionistas al inclinarse por un plan de división del territorio para dar origen a dos Estados separados y sugerir el acceso a la ciudadanía tanto de árabes como de judíos dentro del Estado en que residiesen.

Por su parte el dictamen de la minoría propuso organizar un único Estado con estructura federal y régimen democrático donde pudieran convivir las dos poblaciones y que las mismas pudieran salvar sus diferencias al interior de organismos políticos comunes.

Más allá de las diferencias de los dictámenes, ambas propuestas coincidían en dos puntos significativos: el final del Mandato británico lo más pronto posible y la constitución de una zona de seguridad internacional para Jerusalén y sus alrededores. De esta manera se pretendía que el factor religioso, principalmente por la adoración de lugares santos tanto para judíos como musulmanes, no se convirtiera en un obstáculo para alcanzar un acuerdo.

Las propuestas y sugerencias de la UNSCOP representaron un triunfo de los intereses sionistas pues el plan de división del territorio de Palestina favorecía claramente al futuro Estado judío. Con una población estimada en 1947 de 500.000 habitantes judíos frente a 1.200.000 palestinos, es decir cerca de un tercio de la población total, y la posesión de aproximadamente el 11 % de la tierra productiva del territorio, la partición le asignaba el 55 % de toda el área en disputa.

La población judía no era mayoría en ningún distrito, pero la propuesta de partición le concedía extensos territorios como el desierto de Neguev al sur de Palestina que, si bien carecía de recursos agrarios y era una región tradicionalmente recorrida por los beduinos, otorgaba al futuro Estado judía una estratégica salida el Mar Rojo, hecho de gran trascendencia geopolítica. 

Pese al rechazo palestino, esta propuesta se aprobó el 29 de noviembre de 1947 en la Asamblea General de la ONU bajo la denominación Resolución 181, lo que implicó más que un punto de llegada, el inicio de un largo y sangriento conflicto.