El gran viajero
Martín Cabanes
Considerado uno de los mayores viajeros de la historia de la humanidad, el árabe Ibn Battuta recorrió la impresionante distancia de 120.000 kilómetros legando en sus crónicas el mundo medieval del siglo XIV que se desplegaba ante sus ojos.
Fe, estudios y sed de viajes
La fe islámica dictamina que, al menos una vez en la vida, todo creyente musulmán de bien debe peregrinar a La Meca, excepto que condiciones físicas lo imposibiliten. Battuta nació en una familia de juristas. Ávido lector, conoce las leyes desde muy joven. A los 21 años, decide cumplir aquel mandamiento religioso y ampliar sus conocimientos jurídicos en Egipto y Siria. Deja su casa natal en Tánger, Marruecos, en 1325 (725 de la Hégira).
“Me decidí, pues, en la resolución de abandonar a mis amigas y amigos y me alejé de la patria como los pájaros dejan el nido”, escribió.
Montó en burro. En solitario, cruza el árido norte de África. Trabaja como juez en disputas de peregrinos para ganarse la vida y abastecerse durante su viaje. Ya en Alejandría sueña que su destino es ser un gran viajero. Llega a El Cairo, Egipto, profundiza sus estudios en derecho y teología. Dice de su capital: “Alcanza el máximo en habitantes y puede enorgullecerse por su belleza y esplendor. Punto de reunión de caminantes y viajeros, lugar de débiles y fuertes (…). Sus habitantes se agitan como las olas del mar”.
Visita los antiquísimos templos de Luxor y el Valle de los Reyes. Navega parte del Nilo, uno de los ríos del Paraíso según el islam. Completa sus estudios en Damasco y, de paso, contrae matrimonio y tiene un hijo. Esta primera mujer es una de sus muchas esposas y concubinas durante su periplo. Sigue camino a Arabia, visitando por fin La Meca.
Así, sus deberes profesionales y religiosos quedan cumplidos. En su interior toma fuerza la curiosidad por descubrir el mundo y su sed de exploración. “Viajar te deja sin palabras y luego te convierte en un narrador de historias”, dice Ibn.
Decide acompañar a una caravana de peregrinos en camello, procedentes de Irak e Irán de regreso a sus hogares y toma la ruta de los mercaderes. Visita estos países y conoce magníficas ciudades como Tabriz y Bagdad. Descansa y se alimenta cada vez que puede, improvisando tiendas, así como también es recibido en majestuosos palacios invitado por sultanes o gobernadores asombrados de sus historias, incluso es acogido en ermitas donde se cultiva la hermandad entre musulmanes.
En aquellos tiempos ya existían, en el mundo árabe, ciertos establecimientos de hospedaje, donde además de descanso y alimento se podía cambiar de montura, y es probable que haya utilizado este servicio alguna vez.
Vuelve a peregrinar a La Meca y aquí se queda un año. Se une a otra caravana, protegida por mamelucos, una fuerza militar árabe. Desde Yida, en Arabia, prueba otro medio de transporte y se embarca hacia Sudán.
Poco después, un nuevo viaje lo lleva a Yemen, la costa oriental africana y el golfo pérsico. Su buena memoria y capacidad descriptiva aportaron datos geográficos y poblacionales con detalle para la posteridad: “Última población del Yemen en la costa del océano Índico (…) está en el desierto apartado, que no pertenece a ninguna amelía (un distrito gobernado por un ámel o gobernador), ni tiene aldeas”. Conoce los pueblos africanos de Etiopía, Mombasa, Zanzíbar, Mogadiscio y Kilwa Kisiwani; pasa una semana en cada uno de estos destinos. Viaja a Omán donde se maravilla por su mercado y peregrina una vez más a La Meca.
Mi hogar, mis calzados
Toma contacto con turcos dirigiéndose a Turquía. Desde Anatolia se une a otra caravana en dirección a India, y conoce al sultán Muhammad Bin Tughluq, quien le concede el cargo de juez. Aquí vive diez años y hace su fortuna. Resuelve pleitos, en general en torno a viviendas o venta de animales. En una ocasión castiga a un ladrón con la amputación de una mano. Comenta que en la región india de Hinawr, las mujeres son bellas, castas y aplicadas al conocimiento del Corán.
Siente admiración por un asceta musulmán de Delhi que ayuna diez y hasta veinte días seguidos y quiere imitarlo, pero el sabio lo disuade a que no lo intentara. Pronto a peregrinar de nuevo hacia La Meca, el sultán le propone ser su embajador en la corte de China y cambia de planes.
En esta travesía es atacado por rebeldes hindúes pero consigue salir ileso. Luego toma un barco, sufren una terrible tempestad y la mayoría se ahoga, un encargado de llevar sus pertenencias escapa en un bote, Battuta es rescatado y sobrevive pero es atacado por un grupo de piratas.
En su viaje a China se desvía a las maravillosas islas Maldivas y recala en Sri Lanka. Aquí le juran que Adán, en su exilio, murió en la isla de Serendib mientras realizaba un peregrinaje en la que surgiría La Meca y que la prueba estaba en la cima del monte Rahud, en una huella de su pie que medía setenta codos. Se trata del Pico de Adán, punto de peregrinación para musulmanes, budistas e hindúes, una enorme roca con distintas atribuciones según las religiones.
Entre otras historias extrañas le cuentan sobre monos que hablan entre sí con bastones y sanguijuelas voladoras. Termina su odisea y llega finalmente a China donde ejerce sus funciones. Battuta también viaja a la “Tierra de las Tinieblas”, al sur de Rusia, cuyos habitantes comerciaban con pieles de armiños y martas, conoce a la tribu de los caras de perro y padece el crudo invierno ruso al recorrer las tierras de la Horda de Oro (Rusia, Ucrania, Uzbekistán y Kazajistán).
Dice:”No podía montar yo solo a caballo por la mucha ropa que llevaba puesta: tenían que subirme a la caballería mis compañeros”. Sigue viajando, conociendo multiplicidad de pueblos y personas (unas 1500, muchas de las cuales nombra).
Ninguno de estos tratos modifica nunca su inquebrantable fe coránica. En 1348 vive la caída del hilcanato mongol y en Siria sobrevive a la peste negra purgándose con infusiones de hojas de tamarindo. Decide regresar a Marruecos en 1354.
Poco más se sabe de su vida personal. Se ha casado y divorciado varias veces a lo largo del camino, se entera que su hijo en Damasco falleció hacía años, lo mismo que su padre en Tánger y cuenta haber peregrinado en total cuatro veces a La Meca, lugar que llenaba su alma y apaciguaba su dolor.
Con cuarenta y cinco años de edad vuelve al punto de partida, en Tánger, pero siente que no puede detenerse.
Se adentra en su propio país de origen y explora ciudades; primero Fez y después Imilshil. Cruza el estrecho de Gibraltar y conoce Al-Andaluz, actual España, queda encantado con la ciudad de Al-Hamra (castellanizada La Alambra) o “La Roja”.
A su regreso, el sultán de Fez, Abu Inan, le encomienda explorar las “tierras del oro”, en Malí, África Occidental, otorgándole el título de embajador, y Battuta, probablemente sin ninguna queja, emprende viaje otra vez.
Es guiado por los tuaregs, bereberes del desierto. Otra vez en Marruecos, el sultán le encarga recopilar por escrito todas las experiencias de sus viajes. Es asistido en esta tarea por el poeta granadino Ibn Yuzayy, ya que Battuta pierde su cuaderno en Uzbekistán y debe hacer memoria de sus casi treinta años de viajes. Su fama eclipsa la de muchos guerreros y líderes políticos, y su memoria perdura después de su muerte.
Su vida ha sido objeto de películas, televisión y videojuegos; restaurantes, un importante centro comercial en Dubai y un aeropuerto llevan su nombre, también se realizan festivales en su honor.
Los viajes de Ibn Battuta han proporcionado invaluable material de estudio sociológico y geográfico. Su Rihla o Viaje, (con mínimas correcciones modernas), es una de las fuentes primordiales para historiadores y estudiosos de la Ruta de la Seda, una de las rutas comerciales más importantes en el mundo.
Quizás, la fe no pueda mover montañas, pero sí que movilizó al hombre. “Ciertamente -alabado sea Allah- he alcanzado mi deseo en este mundo, que era viajar por la tierra, y he logrado a este respecto lo que ninguna otra persona ha alcanzado que yo sepa”, Ibn Battuta.
Fuentes consultadas:
- “Ibn Battuta: las huellas de un peregrino. Análisis de un viaje medieval”, Marta Marcos Rubio
- “Ibn Battuta, el mayor viajero de la Edad Media”, Javier Leralta, artículo de National Geographic
Qué bueno que nos acerque este personaje histórico y tan poco conocido. Gracias.
Que buena nota, siempre las encuentro muy cautivadoras y me aporta valiosa información acerca de la Historia.
Muy interesante la vida de este hombre!!!
Felicitaciones por el artículo!