La Aldea Antigua, La Aldea y el Mundo, San Luis

La maldición de los Habsburgo

La Opinión, octubre de 1923

En este drama inmenso de la gran guerra hay una escena que es tal vez más trágica y dolorosa que ninguna otra: el cumplimiento de la maldición fatal lanzada contra los Habsburgo por la condesa de Karolyi.

En 1848, cuando el joven emperador Francisco José trataba de suprimir, con horrendas crueldades, a los causantes del levantamiento búlgaro, la condesa de Karolyi, cuyo hijo se había rendido bajo la promesa de que se le trataría como a prisionero de guerra, pero que fue ejecutado con muchos otros nobles búlgaros que habían fomentado el levantamiento, lanzó esta sentencia terrible sobre el emperador Francisco José:

“¡Que el cielo y el infierno destruyan tu felicidad! ¡Que se extermine tu familia! ¡Que sean atormentados todos aquellos a los que amas! ¡Que se arruine tu vida y la de tus hijos! ¡Que cosechen escombros!”

Muchos son los testigos presenciales y los historiadores que aseguran que estas fueron las palabras textuales de la condesa lanzadas contra el emperador abriéndose paso entre la fila de guardias que lo custodiaban y antes de que hubiera tiempo de llevársela de ahí.

La condesa Michael Karolyi, reclinada en un diván. Por John Quincy Adams. 1918

Nadie puede negar que la maldición se ha cumplido en cada uno de sus particulares. El emperador presenció la muerte de su esposa y de su hijo después de una vida de dolores; y luego el asesinato de su sobrino y sucesor en el trono de la monarquía.

Finalmente, Francisco José mismo arrojó a su imperio al caos de aquella guerra que lo ha arruinado.

No hace mucho falleció en la miseria y en el destierro el exemperador Carlos de Austria Hungría, mientras el conde Miguel Karolyi, nieto de la mujer que lanzara aquella sentencia sobre la casa real, ocupaba un lugar prominente en la historia de los acontecimientos del país, destacándose como dirigente de la gran revolución húngara que desmembró el imperio.

La condesa no imploró de los cielos un castigo inmediato para Francisco José, no pidió, como las profetizas de antaño, que lo acometiera el dolor, que cegara o fuera muerto de inmediato por un rayo; sino que predijo el capítulo de tragedias que sobrevendrían a los descendientes y ascendientes de Francisco José, hasta la ruina de la casa de los Habsburgo.