Cuando la música se vuelve medicina
Hay recitales que no son solo un espectáculo de entretenimiento. Hay recitales que son rituales. El de El Plan de la Mariposa en Comuna de San Luis Capital, el sábado 2, fue uno de ellos.
Por Marianela Casanova
Desde el escenario hasta el piso de Comuna, el recital de El Plan de la Mariposa tuvo magia. La profundidad poética y filosófica de sus letras, la fuerza de sus melodías, la energía vital del cuerpo de cada uno de sus integrantes (los cinco hermanxs Andersen: Sebastián, Camila, Valentín, Santiago y Máximo con Julián Ropero más Andrés Nor), la danza tribal de Mila y las luces del escenario nos regalaron una marea cuya cadencia rebotaba para iniciar una comunión de energía que movía el suelo (y estoy segura, el cielo).
El brío del Mar Argentino, de donde son oriundos, se sentía en el vínculo entre ellxs y el público. Arrancaron con una ola gigante y potente para iniciar así una marea de alegría, amor (se sentía) y éxtasis que produce el arte de la música en vivo. Sus canciones tienen el poder de la poesía y la fuerza de la buena música.
Almas flameando
A veces escuchamos música para distraernos, pero a veces lo hacemos por la necesidad de drenar alguna emoción, tal como dialogamos con Sebastián Andersen, vocalista de la banda, en la entrevista que me dio para el programa Las Mutantes de Radio Comunitaria La Cigarra. Y todxs sabemos que en estos días somos muchos los que sentimos esa necesidad.
Al poner play a los discos (tienen más de 10) de Plan de la Mariposa unx puede entrar en un espacio “terapéutico” propio y llegar sin dudas a un estado de trance si los vemos en vivo cerca del río, las sierras y las estrellas.
No solo tocan un instrumento y cantan, sino que ponen todo su cuerpo, desde el pelo hasta la punta de los dedos de los pies, en cada nota que salía de ellxs para vibrar en las células de muchxs que allí estábamos.
La lírica se transformaba en mantras y los movimientos en pulsos que actúan en este plano y en otro más sutil, porque no dudaría que al alma de esa madre savia le llega donde esté la energía de sus hijxs. Mila bailaba la danza de su madre y la de mi madre, la de todas las madres que fueron brujas muchas veces en soledad. Ella encendió el fuego con sus movimientos, ese fuego cuya energía llega hasta el cielo, convoca a las madres brujas al aquelarre del que todos somos parte acá abajo, cantando, gritando, saltando, bailando y disfrutando la medicina.
Mi alma flamea cantando con ellxs: “Hoy mi di cuenta de que es el miedo a la muerte eso que me hace más feliz en el mundo”. Bailo con ellxs aunque ellos no me vean, yo siento su energía (sé que sienten la mía con la del resto de la gente) y la agradezco rebotando en mí. Al igual que ellos, estoy muy atravesada por la muerte. Pude ver y sentir el amor que tienen entre ellos, ese sin el cual sus letras no dirían lo que dicen, ese que la inteligencia artificial nunca podrá captar.
Aunque queríamos correr el fin y se pasó muy rápido estando juntos, llegó el final necesario para que sigan desplegando su arte en el resto de su gira, y a volver a esperar que vuelvan pronto ya, siempre de la mano de la productora de Diego Sosa.
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Sobre mí y El Plan
Del placer de la música, me alejé mucho cuando mi cuerpo se convirtió en la mitad del cuerpo de otra persona, mi primer hijo. Cuando la mitad de mi alma murió con el cuerpo de mi tercer hija, me acerqué nuevamente. Vino hacia mí una canción (El Riesgo) para ayudar a explotar mi corazón, hecho pedazos pero listo (así lo veo ahora, no en ese momento) para iniciar la transformación, como la oruga efímera de futuras alas espirituales.
Así le empecé prestar atención a El Plan de la Mariposa, un grupo de músicxs oriundxs del Mar Argentino y sus playas eternas, cuya arena dura y viento voraz pisé y sentí de niña en muchas de mis vacaciones.
Mientras tocaban por otras provincias y países, me ayudaban acá, en el monte de San Luis, donde elegí vivir mi vida y construir con mis manos mi casa de barro, a drenar parte de mi dolor sonando día a día en el parlante que un amigo nos regaló.
Cuando vivía en Buenos Aires, era cuestión de ver en el Sí de Clarín la oferta de recitales, y caminar hasta Obras para ir. Ahora, viviendo en el interior del interior (y todavía más, porque vivo en un paraje rural de 200 habitantes), casi no hay opciones y tenemos que hacer caminos de tierra y 100 kilómetros de ruta y de noche después del recital para poder gozar de esta maravilla llamada “música” gracias a gente que crea un espacio como Comuna Club.
Y claro que vale la pena. Creo que incluso por eso siento que disfruto más. Y también disfruto mucho más por otro motivo: hoy por hoy viajar hasta la capital es un lujo, y ni hablar de poder comprar una entrada. Pues, “hagamos algo que la vida vuela” y vayamos, cueste lo que cueste.
Soy editora de libros (y otras publicaciones) y de vez en cuando me dedico a escribir. El día después de este recital tuve la necesidad de hacerlo. Por eso esta nota.
Hay superpoderes que no conocemos, solo se despliegan si estás amando.
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